CONSTANTES POÉTICAS EN LAS NARRACIONES
DE
ALEJO CARPENTIER
Congreso Internacional
EL SIGLO DE ALEJO CARPENTIER
Casa de las Américas
La Habana, Cuba, del 8 al 12 de noviembre de 2004
MSc. Julio Rafael Silva Sánchez
Universidad Santa María (USM) julio_rsilva@hotmail.com
Profesor Miguel Pérez
Instituto de Cultura del Estado Cojedes
(San Carlos, estado Cojedes, Venezuela)
Lic. Armando González Segovia
Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales “Ezequiel Zamora”
(actualmente Universidad Nacional Experimental de las Artes, UNEARTE)
i A finales del año 2003, durante el XXIX Simposio de docentes e investigadores de la literatura venezolana,
realizado en el hermoso campus de la Universidad Católica Andrés Bello,
en Caracas, Venezuela, Magali Salazar Sanabria (2003) precisaba en su ponencia
Poesía y poética de Gustavo Pereira, que: ...La evolución poética del autor
se mueve entre el testimonio de la violencia, el descubrimiento del rostro del
país y de los personajes y la decadencia
existencial del ser humano. Con el tiempo la poesía se transforma en una piedra
fulgurante, de muchas aristas, polisémica, de gran concentración y economía
verbal, capacidad de elipsis, valor conceptual y, a veces, sentenciosa. La
palabra es, entonces, vínculo con la historia y con el porvenir. Medianía que
involucra al hombre con el tránsito pero también con la eternidad. (Salazar,
2003: 117)
Nos gustaría pensar que el fragmento anterior pudiera
servir de marco adecuado para intentar una aproximación poética, contextual, a
la obra narrativa de Alejo Carpentier,
(La Habana, 1904 – París, 1980), el
enormísimo cronopio que hoy nos convoca a cien años de su nacimiento, en esta isla maravillosa, tan cercana a
nuestros corazones, desde sus tiempos fundacionales. En los siguientes minutos,
intentaremos un acercamiento a sus obras, con especial énfasis en sus
motivaciones estéticas, sus estrategias discursivas y los procesos que
intervienen en la decodificación e interpretación de sus textos, a objeto de
denotar en ellos la presencia de constantes poéticas como la soledad, el
desarraigo, la violencia, el erotismo, lo real-maravilloso,
desde su obra inicial: Ecue-Yamba-O, hasta
sus narraciones paradigmáticas: El Reino
de este Mundo, Los Pasos Perdidos, Guerra del Tiempo: El Acoso, El Siglo de las
Luces, El recurso del Método, Concierto Barroco, La Consagración de la
Primavera y El Arpa y la Sombra.
Intentaremos poner de relieve que los textos narrativos de Alejo Carpentier están impregnados de
un tono ascético, casi místico, en armonía con un aire de evidentes arborescencias
eróticas, a través de una riquísima imaginación que revela al poeta como un
hechicero vibrante, al crear la fisura existencial por donde circula la
angustia humana que persigue la magia. Allí está lo sacramental pagano, el
ceremonial terreno, la ansiedad por un más allá de incertidumbres y presagios:
placer y eros sublimado, para dejar constancia de fulgores y miserias, de
personajes atribulados en lucidez adusta, enfrentando un mundo de símbolos:
amor y erotismo como vivencias de la muerte, como ente agónico conectando los
dos extremos (¿opuestos?) del vivir y del morir. Hay allí una armoniosa suma de
estructuras en donde el testimonio, la confesión, el recuento, la poesía y el
drama son pliegues a través de los cuales se cuela la ficción, deudores de los
saberes hechos de error y de nostalgia: escenarios múltiples que decretan el
espacio poético de un frondoso bosque poblado de sentidos, cuyo relato es
búsqueda y extravío: un recorrido ficcional y existencial que narra el trayecto
de la imagen, del vértigo, de la locura, de la música, del cuerpo, de las
desventuras y experiencias existenciales de singulares personajes: espacios que
fotografían la naturaleza incierta y poética de la cual nacen las pulsiones y
los deseos. También la violencia y la lucha política como expresión de una
épica social a través de la cual se presenta el choque conflictivo entre las
conciencias, los modos de pensar y de vivir, y que funcionan como leit-motiv de toda su obra.
ii Su primera novela, escrita entre 1927
(primera versión) y 1933 (versión definitiva), Ecue-Yamba-O, (frase que, como todos
sabemos, significa: Dios, loado seas, en
voz lucumí), condensa las percepciones
del autor sobre lo cubano (y lo universal), en un intento por renovar,
reinventar el arte narrativo, es decir: para hacerlo original. Parte de unas
realidades que la literatura cubana de la época repelía, y se enriquece con el
tono poético, logrando modernizar nuestra sensibilidad. Hay en ella un
aprovechamiento continuo de lo ficcional, en diversas medidas y direcciones, lo
cual emparenta esta novela con las obras
de otro gran maestro de la renovación narrativa: Arturo Úslar Pietri, y con las narraciones de José
Lezama Lima. Muy a pesar de lo que
el mismo autor confiesa, en su obra Tientos
y Diferencias (1967), en el sentido de que ...esta primera novela mía es tal vez un
intento fallido por el abuso de metáforas, de símiles mecánicos, de imágenes de un aborrecible mal gusto
futurista... (Carpentier, 1967: 5-41), nos
atrevemos a afirmar que esta novela de juventud (editada cuando el autor apenas
tendrá algo más de veinte años) es una atractiva, ingeniosa y elegante mixtura,
expresada a través de personajes emblemáticos, ambientes rurales y un lenguaje
cargado de una sutil fuerza erótica, a través del cual asume el patético y
doloroso destino de los creadores: liberar al hombre de los mitos que enajenan
su libertad: ser el prometeo de hoy y de siempre, quien no sólo está obligado a
crear poesía, pan metafísico y estético del hombre para el hombre, sino también
está comprometido a defender las condiciones de libertad y evolución de la
fantasía y el pensamiento, para que sea posible la creación estética.
Es ésta una
prosa desnuda y esencial, despojada de adornos
innecesarios, y precisa en su expresión y en la creación de ambientes y
personajes. El mundo literario de Carpentier
pareciera estar aquí signado por una búsqueda obsesiva; la explicación de
las raíces históricas de Cuba, la imaginación de su historia nacional a través
de la ficción, como si ésta fuera apenas una excusa para explicar su devenir
como pueblo. Desborda en esta novela un horizonte expresivo de tonalidades,
colorido y belleza del folklore cubano; una concepción sencilla, decorosa y
comunicativa del vasto campo de la narrativa nacional y de su justificación
como manifestación auténtica y cultural, reflejo de la realidad del campo
cubano de la época, amoroso de la tierra, de sus consejas, alegrías y dolores
de pueblo, en un tono de custionamiento y denuncia. En ese sentido, compartimos
lo que ha señalado Alexis Márquez
Rodríguez sobre esta novela, en su conocido e inagotable texto La obra narrativa de Alejo Carpentier
(de 1970): ...Carpentier se propuso hacer un alegato iracundo y veraz contra una realidad nacional que se distinguía, en lo económico,
por la profunda penetración del capital norteamericano en todos los órdenes de
la vida cubana; en lo político, por la más sórdida y descarada corrupción de
unos gobernantes venales, complacidos en su infamante papel de testaferros de
aquellos intereses foráneos; y en lo social, por la existencia en los campos y
en las ciudades de la más trágica y sombría miseria, que transformaba en un
verdadero infierno la vida de los trabajadores urbanos y rurales. (Márquez
Rodríguez, 1970: 23). Así lo percibimos en este fragmento
de la obra, en donde el lenguaje adopta una inconfundible tonalidad oratoria y
panfletaria:
...Roída por el chancro del
latifundio,, hipotecada en plena adolescencia, la isla de corcho se
había vuelto una larga azucarera incapaz de flotar. La caña de oro hacía las
veces de caballo de Atila. No había una patata sembrada en diez leguas a la
redonda. Y los trabajadores y campesinos cubanos, explotados por el ingenio
yanqui, vencidos por la importación de braceros a bajo costo, engañados por
todo el mundo, traicionados por las autoridades, reventando de miseria, comían
– cuando comían – lo que podía cosecharse en los surcos horizontales que
fecundaban las paredes de la bodega: sardinas pescadas en Terranova,
albaricoques encerrados en latas con nombres de novela romántica, carne de res
salada al ritmo del bandoneón porteño, el bacalao de la Madre Patria y un arroz
de no se sabía dónde...
(Carpentier, 1933: 128-129)
Al lado de temas recurrentes como el
esoterismo, la santería, la brujería, el espiritismo, la evocación del pasado
ancestral, el fatalismo, la angustia del tiempo, las referencias costumbristas,
el tono erótico recorre estas páginas, preanunciando la maestría con la cual
será tratado en obras posteriores. Aquí
eros insistente se cuela por los intersticios, para mostrar los fulgores y
miserias del juego de la carne. Leamos un fragmento en donde el fuego erótico
desata la violencia llameante del lenguaje:
...Menegildo
se repetía que esta situación no podría durar mucho tiempo. Instintivamente,
esperaba un desenlace traído por la fuerza de las cosas. Y al reconocer que
“estaba enamorado como un caballo”, presentía una época de conflictos y
violencia que le abriría las puertas de mundos desconocidos. Nada podía
oponerse a la voluntad bien anclada en el cerebro de un macho. Como decía el
difunto Juan Mandinga: “Si la tiñosa quiere sentalse, acabarán por salirle
nalgas...”
(Carpentier, Op. Cit..: 109)
iii Temas recurrentes,
constantes, en su segunda novela El
reino de este mundo
(de 1949), (cuyo prólogo titulado “Lo real maravilloso de
América”, había sido publicado por primera vez el año anterior en el diario El Nacional, de Caracas), en donde el
autor accede a una tenaz conciencia de lo político, en una explosión del
lenguaje expresada en una narración captada en su anécdota pura, sin ocultar
los vericuetos del drama: trabajada a mano limpia, con una mano limpia que
parece heredada de la poesía., en una diversidad de sucesos de tal magnitud que
el lector pareciera asomarse a un abismo de siglos. Uno de los méritos de esta
novela es la reconstrucción de aquel tiempo verdadero, con personajes reales
(históricos y fabulados), que representan la memoria colectiva, la memoria
popular, la grandeza y la miseria, un tiempo que muere y un tiempo que vive,
una nueva manera de contar la historia. Allí esta, de nuevo, el tema de la
explotación de los negros, las imágenes de la miseria y la depredación, como
símbolo de la explotación del hombre por el hombre, el resentimiento, la
rebeldía, el mundo de misterios, de hechicería y de extrañas potencias, el
esoterismo, la magia, la atmósfera de maravilla (reflejo de cuanto hay de
maravilloso en la realidad histórica y geográfica de nuestro continente). Y,
por supuesto, el tono erótico aflora en estos textos, en los cuales la
densidad, la justeza en la expresión, la vida palpitante en cada giro, ese
poderoso fuego interior, se combinan en la revelación entrañable del amor,
canto doloroso, radiante metáfora existencial dividida entre elevados sueños metafísicos
y signos premonitorios de insoportable contemplación., como lo observamos en el
siguiente fragmento:
...Con sus ojos siempre
inyectados, su torso potente, su delgadísima cintura, el mandinga ejercía una
extraña fascinación sobre Ti Noel. Era fama que su voz grave y sorda le
conseguía todo con las negras. Y que sus artes de narrador, caracterizando los
personajes con muecas terribles, imponían el silencio a los hombres, sobre todo
cuando invocaba el viaje que hiciera años atrás, como cautivo, antes de ser
vendido a los negreros de Sierra Leona. (Carpentier, 1949: 33)
iv De igual manera,
en Los pasos
perdidos (de 1953), los temas constituyen
experiencias existenciales de profunda raigambre humana. Se profundiza la
subordinación del paisaje al espectáculo humano, la tendencia a prescindir del
pintoresquismo folklórico y de la sátira costumbrista, a fin de penetrar con
mayor eficacia en la psicología de los personajes. La creación de personajes
simbólicos se complementa con el manejo
de grupos en conflicto. Se consolida el nuevo sentido de la épica, que va
dejando atrás a las figuras prometeicas: ahora las metáforas –audaces,
pictóricas, frescas – salvan a la realidad evocada en los ejes ficcionales. Es
un texto de evidentes resonancias autobiográficas (no olvidemos que parte de lo
que allí se narra es el reflejo fabulado de aquel viaje que diera el autor –en
1951- por las aguas tormentosas del Orinoco, y por los pueblos ribereños de
Puerto Ayacucho y San Carlos de Río Negro: de nuevo Venezuela es centro
neurálgico de su creación estética).
Allí están los temas reiterados: el tiempo detenido, el hastío, la
rutina, tiránica y esterilizante, el tiempo desandado, la denuncia, la
deshumanización y la alienación, la individualidad aniquilada, cosificada, alienante,
estupidizada, las angustias del presente, el hallazgo de lo real-maravilloso:
aquel mundo de magia, de prodigiosas vivencias, supersticiones y creencias que
traducen un pensamiento de poéticas mixtificaciones, la impostura frente a la
autenticidad, la rebelión y la renuncia. Ahora el lenguaje, pleno de nobleza,
densidad y vigor, enriquecido por el tono poético, se viste de todas las
cadencias y las palabras, fulgentes, llevan nuevo color y son silbante música y
luz meridiana, como en este fragmento, en el cual se evidencia el reiterativo
tono erótico, en medio de la lujuriosa floresta:
...Miro a Rosario de muy cerca,
sintiendo en las manos el pálpito de sus venas, y, de súbito, veo algo tan
ansioso, tan entregado, tan impaciente en su sonrisa – más que sonrisa, risa
detenida, crispación de espera -, que el deseo me arroja sobre ella, con una
voluntad ajena a todo lo que no sea el gesto de la posesión. Es un abrazo
rápido, brutal, sin ternura, que más parece una lucha por quebrarse y vencerse
que una trabazón deleitosa. Pero cuando volvemos a hallarnos lado a lado,
jadeantes aún, y cobramos conciencia cabal de lo hecho, nos invade un gran
contento, como si los cuerpos hubieran sellado un pacto que fuera el comienzo
de un nuevo modo de vivir. Yacemos sobre las yerbas esparcidas sin más
conciencia que la de nuestro deleite. (Carpentier, 1953: 183)
v En El acoso (de 1956), publicado junto a otros relatos: El camino de Santiago, Viaje a la semilla, Semejante a la noche, Los
fugitivos y Los advertidos, bajo
el título de Guerra del
tiempo, se plantea de nuevo la preocupación por el tiempo: los recursos
ficcionales son antecedentes claros del universo fabulado de sus posteriores
novelas: saltan, en planos yuxtapuestos y en tiempos diversos que cambian,
estirando y aflojando, sin interrumpir ni abandonar la marcha, desde el
comienzo hasta el final. El autor
recurre a una nueva actitud: narrarse para reconocerse, estructurar
rompecabezas con fragmentos dispersos de la memoria, armar y desarmar diálogos,
recrear un acontecimiento sobre imágenes desvaídas por el paso del tiempo, son
posibilidades que abren la escritura, en una orquestación de planos
cronológicos, de personajes, de lugares y sucesos realizada con la técnica del
montaje cinematográfico y con la vehemencia musical que nos recuerda a la
Sinfonía Heroica de Ludwig van Beethoven. Esto es así que la tensión casi
intolerable de la narración se mantiene durante 46 minutos, que es la duración
de una interpretación correcta de esta Sinfonía. A la ruptura del hilo temporal del relato, se
unen los temas reiterativos: la crisis
del perseguido, la situación especial del hombre condenado a muerte, la
incertidumbre, la frustración, la crisis religiosa, las contradicciones ideológicas,
el arrepentimiento, la ansiedad de purificación, el ascetismo, el hallazgo de
Dios. Y, por supuesto: el inevitable tono erótico, la naturaleza del instinto,
en pugna con la reflexión, la intuición como instrumento del conocimiento, la
magia, la poesía, el destino, el amor, la vida y la muerte, en lucha
permanente. Leamos un fragmento:
...La que calmó mi hambre
primera con la leche de sus pechos; la que me hizo conocer la gula con la suave
carnosidad de sus pezones; la que puso en mi lengua el sabor de una carne que
he vuelto a buscar, tantas veces, en torsos jóvenes de su misma sangre; la que
me nutrió con la más pura savia de su cuerpo, dándome el calor de su regazo, el
amparo de sus manos que me sopesaron en caricias; la que me acogió cuando todos
me echaban, yace ahí, en su caja negra, entre tablas de lo peor, diminuta, como
encogida la cara sobre el hielo que gotea en cubo mellado, porque yo, que ni
siquiera debí pensarlo –admitir que me fuese posible - , he devorado su
alimento de enferma, engullido sus mieses, roído los huesos de sus aves,
sorbido con avidez de marrano sus caldos de domingos. (Carpentier, 1956: 202)
vi En su novela El siglo de las luces (de 1962), el tono lúdico, la incandescencia erótica, el desarraigo, la
soledad dramática y torturante, los sentimientos de venganza, la alienación,
los ideales de redención humana, la sensación de derrota, la decepción, el
desencanto, la frustración, la amargura, el espíritu libertario, los procesos
sentimentales, la revolución como un proceso consciente, el minucioso trazado
de los rasgos caracterológicos de los personajes, la atmósfera trágica que
signa sus vida, el escepticismo, la gran variedad de escenarios geográficos,
los ambientes históricos cambiantes y movedizos, el puntillismo y la rica plasticidad en la descripción, las miserias
físicas y morales, la pesada atmósfera de fatalismo, el contexto racial, el
contexto culinario, el envilecimiento y la abyección, y la experimentación en
el lenguaje y en las formas narrativas, expresados en la necesidad de romper con la tradición
literaria (aunado a un poderoso deseo de cambio social expresado en sus obras
anteriores), todo conspira para que sea
considerada por la crítica la obra cumbre de nuestro narrador, y, con ella,
tendrá definitivamente ganado un puesto
de vanguardia, y de los más connotados, en la narrativa contemporánea. Porque Carpentier, en una configuración
discursiva de renovación, transgresión y rechazo a los esquemas narrativos
imperantes, elabora un texto singular en el cual trata de liberar una de sus
grandes obsesiones; explorar a fondo la realidad, indagar, penetrar en ella y
analizar – desde todos los ángulos posibles – la verdad de esa realidad, a
objeto de detectar la falsedad (¿multiplicidad?) que en muchos casos se esconde
detrás de la realidad enfrentada. A través de esta indagación (¿estrategia?.
¿metodología?, ¿magia?), el autor, en un alucinado contrapunto de planos
espaciales y temporales, se vuelca en una narración sostenida, trepidante, en
donde el tono erótico se hace insistentemente presente, como en el siguiente
fragmento, en donde se describe el juego de la carne, que arranca a los cuerpos
el más recóndito de los goces:
...Sofía descubría, maravillada,
el mundo de su propia sensualidad. De pronto, sus brazos, sus hombros, sus
pechos, sus flancos, sus corvas, habían empezado a hablar. Magnificado por la
entrega, el cuerpo todo cobraba una nueva conciencia de sí mismo, obedeciendo a
impulsos de generosidad que en nada solicitaban el consentimiento del espíritu.
Regocijábase el talle al sentirse preso; apretaba la piel su estremecido
contorno en la mera adivinación de su acercamiento. Sus cabellos, sueltos en
las noches de júbilo, eran algo que ahora también podía darse a
quien los tomaba a manos llenas. Había una suprema munificencia en ese dar de
la persona entera; en ese “¿qué puedo dar que no haya dado?”, que en horas de
abrazos y metamorfosis llevaba al ser humano a la suprema pobreza de sentirse nada
ante la suntuosa presencia de lo
recibido; de verse tan colmado de ternura, de fuerzas y alborozos, que la mente
quedaba como confundida ante el miedo de no tener con que responder a tan altos
presentes (...) Colmada la carne, volvía hacia las gentes, los libros, las
cosas, con la mente quieta, admirada de cuán inteligente era el amor físico.
(Carpentier, 1962:
266-267)
De nuevo Venezuela aparece en las
alforjas de Carpentier: la obra fue
escrita entre La Guadalupe, Barbados y Caracas, de 1956 a 1958, mientras en Cuba y en Venezuela ocurrían
tragedias políticas y se avecinaban cambios radicales.
Una vez más somos deudores de Alexis Márquez Rodríguez, quien, en su
obra antes citada (de 1970), nos proporciona una incompleta enumeración de vocablos poco corrientes utilizados por el
autor en esta novela, producto de su profunda y vastísima erudición, términos
provenientes del mundo de la arquitectura, del arte culinario, de la
gastronomía, de la marinería, del vestuario, insertos en la obra por razones de
ambientación histórica y motivos estéticos (Carpentier, de enorme sensibilidad y cultura musicales ha debido de
sentirse atraído por la enorme sonoridad de todos ellos). Así, encontraríamos: ...garnacha, sobrasada, tahona, arencón,
alfarje, escarola, venatoria, escarcela, sanguinas, bigardo, chipirones,
singladura, pañol, abrojines, lambies, barloar, perlongar, calabrote, anacrusa,
varec, cipo, máscula, hibernal, ollares, arcabucos, morcellas, escarpias,
centón, almorta, apotecario, exutorio, amurada *...(Carpentier, 1970:
209-210)
vii El Recurso del Método (de
1974), es la novela de un dictador
latinoamericano, afrancesado, déspota ilustrado. El autor entra en un terreno
histórico también explorado por otros escritores, como Gabriel García Márquez (El
otoño del patriarca), Augusto Roa Bastos (Yo,
el Supremo), Miguel Ángel Asturias
(El señor Presidente) y Arturo Úslar Pietri (Oficio de difuntos), en una apasionante
justa por comprender lo que le ha ocurrido y está ocurriendo a los pueblos
latinoamericanos en ese momento histórico. Hay aquí un lenguaje distinto,
renovador del idioma: un idioma novelístico, arrancado de la historiografía,
matizado por las voces del pueblo, reordenado para la creación, escanciado de
la sabiduría milenaria de la palabra escrita, directo, sin roturas, bueno para
perdurar. En una prosa dinámica, de descarnados párrafos, el autor reconstruye
la figura del dictador, el cual aparece
tal y como fue (o debiera ser). Se trata, en suma, del recuento de una vida;
del saber ver, oír y contar de un caudillo, suma de todos los caudillos que
hemos sufrido en esta parte del continente. Desde las realidades biográficas e históricas, se construye una
realidad ficcional que adquiere dimensión propia, una nueva realidad. De esta
obra diría Selina Hastings (en Carlos Fuentes, Prólogo a “El siglo de las luces”,
1976), que ...es una novela sólida, magnífica,
producto de una imaginación
extraordinaria. El estilo rococó, con sus párrafos que van adquiriendo fuerza
como una avalancha, es por completo absorbente-arrolladora, en el mejor sentido de la palabra. (Hastings, 1976: 49)
viii Concierto barroco (de 1974), también con personajes históricos, también con realidades
americanas, es un alarde de barroquismo: una
stravaganza, una pieza musical en la cual todas las épocas, todas las
formas, todos los espacio se dan cita, se funden en este caleidoscopio de
fábula que encierra a Vivaldi, Haendel, Scarlatti...un indiano y su criado
negro, el entierro en góndola de Wagner y la tumba veneciana de Stravinsky, el
espectro operístico de Moctezuma, los ritmos del jazz de Nueva Orleáns, la
comparsa de Santiago de Cuba....en una plateada prosa que evidencia una
propuesta estética más allá del referente social y mucho más cerca de la
sensibilidad musical del autor, la cual bordea los campos ideológicos a partir
de mundos posibles solapados en la narración como espacio de la confesión y el
desapego: el espejismo donde se hace traslúcida la memoria encantada, y los
afluentes de la nostalgia dejan verter lo más íntimo del ser transfigurado en imago creadora, el deseo que fenece
cuando se logra y queda sólo la utopía, la cual, al igual que el amor, es un
deseo inalcanzable. Leamos un fragmento:
...Quedó la casa cerrada para el
mejor holgorio de los forasteros, y las horas del mediodía serían ya cuando
ambos volvieron a su albergue, luego de almorzar alegremente con las putas.
Pero, si Filomeno se relamía de gusto recordando su primer festín de carne
blanca, el Amo, seguido por una chusma de mendigos, apenas aparecía en las
calles donde ya era conocida la pinta de su jarano con recamados de plata, no
cesaba en sus lamentos contra la ruindad de esta villa harto alabada – poca
cosa era, en verdad, comparada con lo quedado en la otra orilla del Océano –
donde un caballero de su mérito y postura tenía que aliviarse con putas, por no
hallar señora de condición que la abriera las cortinas de su alcoba. (Carpentier, 1974: 28-29)
ix La consagración de la primavera (de 1977), es una novela en donde la poesía continúa en si intento
reiterado por abrir las puertas de la condición esencial del ser, de la
revelación de la angustia y la belleza de lo humano ante la cotidiana realidad.
Revelación de otra dimensión y posibilidad que nos acerca a las múltiples
facetas del lenguaje, como manifestación de hallazgos en los caminos hacia la
palabra sagrada, donde lo invisible se hace visible y donde los absolutos se
hacen posibles. Allí está la experimentación lingüística recorriendo diversas
posibilidades: el quiebre sintáctico, la exploración de lo anecdótico, la
reflexión metaficcional, el diálogo entre las imágenes y el lenguaje verbal, la
experimentación con las estructuras narrativas y temporales, el linaje de una
estética que pone en escena, en forma recurrente, el olvido, la memoria y la
Historia. Leamos un fragmento:
..Afuera, seguía nevando. Aquí,
había calor, música de calor, presencia de calor – de un calor próximo,
inmediato, posible .Tuve, de repente, la idea de que esta mujer, de nuca
inclinada sobre mi mesa de dibujo, habría de ser mi amante por fuerza, porque
era inevitable, porque no podía ser de otro modo. Más: me parecía que lo era
ya; que ya lo había sido; que mañana era ayer; que el cercano marzo se llamaba
enero. Una realidad, de pronto percibida, se me imponía en tales valores de
futuro ya vivido que excluía todo razonamiento acerca de algo que “me
arrastraba hacia delante” – como hubiese dicho Claudel. Era así y no de otro
modo. No sabía si su rostro, capaz de pasar de la extrema tensión –
concentración – a una risa repentina, era bello o no lo era. Acaso lo era, pero
importaba poco: lo
necesitaba. (Carpentier, 1977: 75)
x En
El arpa y la
sombra (de 1979),
el autor vuelve a incursionar en la historia, ahora para presentar a un
hombre: Cristóbal Colón, el Almirante de la Mar Océana, quien soporta los
intentos por canonizarlo, en contrapunto con el monólogo alucinante en su lecho
de muerte. Asistimos así a los avatares de una vida que experimenta el hermoso
reto de la aventura, envuelto en una aureola mística, casi mágica, que lo
conduce a emprender el desplazamiento.
La densidad, la justeza en la expresión, la vida palpitante en cada giro, ese
poderoso fuego interior, se combinan en la revelación entrañable del amor,
canto doloroso, radiante metáfora existencial dividida entre elevados sueños
metafísicos, como signos carnales premonitorios de incandescente contemplación.
Leamos un fragmento:
...Arrodillándome ante ella
repetí aquellos versos, afirmando que en ella parecía haber pensado el gran
poeta, al decir que “cuando se erguía en medio del coro de mujeres” – de todas
las mujeres del mundo -, “los rostros de las demás se apagaban ante el
esplendor del suyo”. Tuvo como un leve y deleitoso parpadeo al escucharme, me
alzó del suelo y me sentó a su lado, y, a retazos, empezamos a reconstruir,
memorizando, la hermosa tragedia... Y, aquél día, movido por una audacia de la
que me hubiese creído incapaz, pronuncié palabras, como dichas por otro –
palabras que no repetiré en mi confesión – que me hicieron salir de las
estancias reales cuando empezaban a sonar las dianas de los campamentos. Y,
desde esa noche venturosa, sólo una mujer existió para mí en el mundo que aún esperaba por mí
para acabar de redondearse. (Carpentier: 1979: 90-91)
xi Hemos
visto cómo para Carpentier el juego
de la creación literaria se repite en un sentido ritual, a veces olvidado, o se
inventa, restituyendo secretos enlaces o siguiendo íntimas apetencias, con un
trasfondo igualmente mágico. Pero, si a ratos la óptica del autor atomiza y
reduce continuamente las estructuras contextuales y verbales, por encima de
este soplo desvelado surge una absoluta afirmación de esperanza y de fe. Por la
senda plurívoca del conocimiento, del extrañamiento y del amor, Carpentier coloca al hombre en la
búsqueda de sí mismo, viajero impenitente, cruzado indoblegable yendo siempre
hacia algo nuevo, más allá, más lejos, con el poder de proyectarse y de
hacerse: el poder de la creación y de la autocreación. Nos gustaría concluir
este acercamiento a la obra de Alejo
Carpentier, recordando un texto suyo sobre la obra del gran pintor
venezolano Armando Reverón (publicado
el 30 de septiembre de 1954, en el Papel Literario del diario El Nacional, de
Caracas), y en el cual el autor pareciera describirse inadvertidamente a sí
mismo:
...Sólo los verdaderos grandes
artistas son capaces de crearse un mundo propio, una mitología que, con el tiempo,
se transformará en un elemento de tradición. Hay quien resucita los viejos
dioses nórdicos, y los humaniza de nuevo, cuando ya estaban olvidados. Hay
quien crea un universo con los simples objetos que bastan para realizar una
naturaleza muerta. Mitología de arlequines. Fábulas plásticas nacidas de una
contemplación de la realidad más corriente. (Carpentier, 1954: 4)
_______
*
garnacha: cierto tipo de vino de uvas; sobrasada:
embuchado grueso de carne de cerdo muy picada y sazonada con sal y pimiento
molido; tahona: molino de trigo,
panadería; arencón: especie de
arenque un poco mayor que el ordinario; alfarje:
techo de maderas labradas y entrelazadas artísticamente; escarola: cuello alechugado que se usó
antiguamente; venatoria: perteneciente
o relativo a la montería o caza mayor; escarcela:
bolsa que se lleva colgando del hombro o del vestido; sanguinas: rojo; bigardo: vago,
vicioso; chipirones: calamares; singladura: intervalo de veinticuatro
horas en la navegación, contado a partir de las doce del día; pañol: compartimiento en las
embarcaciones para guardar alimentos, armas, herramientas, etc.); abrojines:
múrice comestible; lambies: caracoles
marinos grandes, propios del Caribe; barloar:
arrimarse un barco a otra embarcación o al muelle; perlongar: navegar paralelamente a la costa; calabrote: maroma; anacrusa:
sílaba átona que precede a la primera acentuación en un verso; varec: especie de alga marina; cipo: pilastra o trozo de columna; máscula: masculino; hibernal: invernal, relativo al
invierno; ollares: orificios nasales
de las caballerías; arcabucos: monte
muy espeso; morcellas: chispa que
salta del pabilo de una luz; trozo muy fino de hielo, semejante a una
pequeñísima estalactita, que se forma en los vidrios de las ventanas bajo los
fríos invernales; escarpias: clavo
de cabeza acodillada, alcayata; centón: obra
literaria compuesta de trozos y sentencias ajenos; almorta: planta leguminosa de España, perteneciente al g´nero Lathyrus, apotecario: boticario; exutorio:
relativo a cierto tipo de úlceras purulentas; amurada: parte interior de los costados del barco...
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