Insurgencias en la Villa de San Carlos 1678-1800
Subcapítulo de
“Historia de la colonización
en la jurisdicción de la villa de San Carlos de
Austria
como avanzada europea en los Llanos de Venezuela. 1678-1820”.
Tesis presentada para optar al Título de
Doctor en Historia.
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 2013.
Cierta
es la afirmación de Izard cuando refiere los llanos como un espacio de refugio
de marginados y perseguidos desde el siglo XVII y principios del XVIII cuando
se consolida como zona desestabilizadora porque la oligarquía blanca del norte
intentó controlar los habitantes y la riqueza de los llanos y al no conseguirlo
provocó un endémico enfrentamiento.[1]
Las
tierras de los llanos sirvieron de espacio geográfico libertario a quienes que
huían de la colonización europea, que eran desplazados y se negaban a ser
oprimidos en centros poblados coloniales, de esta manera tanto indígenas que
escapaban de pueblos de misiones y doctrinas así como esclavos que huían de
plantaciones se refugiaban en tierras llaneras, donde la inmensidad del espacio
poco conocido les permitía permanecer protegidos de la explotación, por este
motivo el Estado metropolitano a través de sus agentes gubernamentales los
declara insurgentes. Se les decía entonces montoneros, malhechores, bandidos,
malentretenidos, vagos, sediciosos,
entre diversos calificativos cuya intención era justificar la más
estricta persecución a los sectores explotados que buscaban vivir en libertad.
Mas,
sin embrago, es preciso percibir como este enfrentamiento tuvo larga data,
desde la llegada del conquistador y colonizador, agudizado en la medida misma
que se imponían diversas formas de conquista. La rebeldía indígena fue constate
y en esta se unieron los indígenas y africanos traídos en plan de esclavos a
estas tierras y sus descendientes. Los llanos, fueron entonces un lugar
estratégico de dominio por una parte para los explotados que allí se cobijaban
y de otra para quienes quería apropiarse de la riquezas que existían en forma
de semovientes cuyo alto valor dejaba grandes guanacias a lo que se suma que al
incrementar la agricultura de plantación en la zona centro norte de la
provincia, así como de las Antillas, aumentó el número de fugitivos denominados
como “vagos” y “malentretenidos”, quienes se negaban a trabajar por el poco
salario que se le pagaba, y el lugar de escape de los explotados fueron las
regiones casi inexploradas del sur, hacia los llanos.[2]
Muchas
son las informaciones que se documentan y que pueden dar lugar a una
investigación dedicada a rebeliones y sublevaciones en la jurisdicción de San
Carlos. Indígenas que eran “reducidos a población” de tipo colonial por la
fuerza de las armas a través de “entradas” o “jornadas” para luego ser
congregados en un lugar previamente escogido y de ellos mucha veces se fugaron
en plan de rebeldía. Fue dos tipos de violencia, una la esgrimida por los
europeos para someter a indígenas y esclavos y otra la de éstos para lograr su
libertad.
En
el “resumen histórico de la misión de los llanos, desde sus comienzos en 1658
hasta 1745, y el estado que tenía en este último año”[3] se hacen diversas referencias a estas acciones de rebeldía.
Lo
primero que se observa es la descalificación que justifica como buena el acto
de conquista, de imponer valores culturales y sociales diferentes, por ello
refiere que “los indios que ha habido y hay en el territorio de esta provincia
y en sus dilatados llanos, fuera de los primeros que se poblaron al principio
de la conquista” se clasifican en la tercera clase (de los más bajos) puesto
que “viven en more poecudum, como
bárbaros y brutos, sin conocimiento de Dios, ni adoración falsa ni verdadera,
ni subordinación a justicia ni a superior alguno porque no los tienen”.[4] Al calificarles de bárbaros, que el Diccionario de
Autoridades[5] define como inculto, grosero, lleno de ignorancia, tosco y
salvaje, entregan el argumento esencial que posibilita casi cualquier acción en
pos de liberarles de ese estado y “salvarles el alma”. Difícil de creer resultaba a los indígenas seguramente
aquella propuesta de salvarles al alma a costa de oprimirles y no pocas veces esclavizar
sus cuerpos.
Luego
se resalta la memoria histórica que poseían, porque pese a más de doscientos
años guardaban los recuerdos de odios de generación en generación a pesar de
“no tener protocolos ni escrituras” los cuales “conservan de padres a hijos la
memoria de las crueldades que hicieron los primeros españoles que vinieron a
las conquista, y de aquí nace el odio y el rencor que nos tienen”, y cuando
logran venganza no solamente lo hacen contra quien les hizo daño sino “con toda
su parentela y generación” lo cual “no hacen a golpe por su gran pulsanimidad,
sino con hechizos y venenos ocultos y mortíferos, que los van consumiendo y
acabando poco a poco”, de lo que existen “bastantes testimonios, que constan en
autos que paran en la villa de San Carlos y Barquisimeto”.[6]
Asimismo
se refiere que “son flojos, perezosos y haraganes, muy dados a la ociosidad y
muy amantes de la libertad como las fieras del monte, por cuya causa se
originan sus repetidas fugas que hacen de las misiones”;[7] por supuesto que los adjetivos calificativos de flojos, perezosos, haraganes, ociosos; se les puede
dar dos posibles hipótesis explicativas: Primero, era una forma de justificar
cualquier acción que posibilitara la conquista o también pudo ser, en segundo
lugar, una manera de oposición pasiva a la conquista, ya que el no producir a
través la objetivación del trabajo, generaba problemas de abastecimiento que
debían solucionar los explotadores misioneros y militares, ya que se necesitaba
para la alimentación de cien indígenas entre hombres, mujeres y niños una res y
dos fanegas de maíz, lo cual promedia doce pesos diarios, además de las
herramientas de trabajo como hachas, machetes, tacises, calabozos.[8] Esta actitud debía ser motivada por su “amor a la libertad”
que atenta no solamente con el problema religioso sino con el económico.
En
1665 fray Diego de Marchena con cuatro indígenas de guía en los llanos “redujo”
a población española 300 indígenas “dázaros” que fueron agregados al pueblo de
Tucuragua de donde huyeron a los tres o cuatro meses “después de haber gastado
mucho en la manutención de dichos indios, vestirlos y darles a todos hachas,
machetes, tacises y calabozos se huyeron todos a los montes” sin existir “más
motivo que su veleidad, inconstancia y libertad que apetecen como brutos en los
montes”.[9] Era la contraposición de una violencia opresora que
pretendía someter a los indígenas al trabajo forzado con la violencia que busca
la libertad que defendían los indígenas.
Al
año siguiente (1666) fray Plácido de Belicena junto a dos indígenas guías
realizó dos entradas, logrando congregar más de 400 indígenas en un pueblo que
estableció en el sitio de Paraima, cercano al río Pao y al hato de Don Juan de
Solórzano, gestionando alimentación con los hateros cercanos, así como ropas y
herramientas de trabajo para los indígenas, pero estos “quisieron huir a los
montes y volverse a su libertad”, Belicena les amonestó para que no se fueran
ofreciéndoles que él les mantendría, los indígenas se enfurecieron, y vinieron
armados con flechas, lanzas y machetes y “dentro de la misma iglesia le mataron
a flechazos y a lanzadas, y, después de muerto, lo llevaron arrastrando para
arrojarlo en el río” y lo hallaron el domingo de Pentecostés cerca de unos
hatos cuando se dirigían a oír misa en el pueblo “lo hallaron desierto y la
iglesia profanada, y salieron tres indiecitos huérfanos que se habían quedado
escondido y relataron lo sucedido” y hallaron el cadáver por un chigüire que el
fraile había criado y daba vueltas de la casa al monte y “siguiendo este animal
le llevó donde estaba el cadáver despedazado y traspasado de flechas y lanzas y
corriendo del cuerpo y sus heridas la sangre tan fresca como si lo acabaran de
matar” y “sin el menor asomo ni señal de corrupción, solo las barbas que tenía
quemadas a fuego”.[10]
En
esos mismos años a fray Pedro de Berja con muchos de los indios reducidos,
encontró más de mil indígenas le quisieron matar de lo cual escapó y logró
poblar en las tierras altas de El Pao y “después de haber gastado con ellos
mucho en su manutención, se le fueron huyendo poco a poco en parcialidades,
perdiéndose todo cuanto había trabajado”; para 1670 el Padre Diego de Marchena
realizó entradas a los llanos, logrando “reducir” 280 indígenas con los cuales
se estableció otro poblado en Las Cocuizas del río Pao, cerca del hato de
Manuel de Tovar, los cuales se huyeron
pocos meses; luego se hicieron otras entradas al río Portuguesa que
poblaron en el sitio de Tucuragua de donde también escaparon.[11]
Entre
1678 y 1679 el padre Gabriel de Sanlúcar acompañado de algunos vecinos de la
Villa de San Carlos, habiendo navegado por el río Portuguesa “no pudo conseguir
el reducirlos, pues nunca les quisieron esperar a oír razones”, persiguió y
“encontró más de doscientos indios gandules, armados en guerra con flechas,
dardos y lanzas y embistiendo con el religioso y la escolta que llevaba, que
era de solo veinte y cinco hombres” armados los cuales obligaron a huir
abandonando las canoas, armas y bastimento que llevaban, obligando al fraile y
su ejército a seguir a pie a la villa de San Carlos.[12]
Años
después, en 1686, fray Ildefonso de Zaragoza con una escolta sacó 84 indios
gentiles del río Portuguesa, persuadiéndolos que no lo hiciese, yéndose en una
canoa con cuatro indios intérpretes, con poca escolta, donde fue emboscado, los
indígenas se alborotaron de tal manera, gritando que lo matasen y le lazaron una
flecha que recibió uno de los intérpretes, que lo atravesó hasta las costillas,
la escolta salió a la defensa del misionero y los intérpretes, resultando
heridos nueve españoles dos indígenas
heridos, logrando reducir 84 indígenas que poblaron en San Pablo de Tinaco.[13]
En
1690 fray Buenaventura de Vistabella, embarcado en una canoa con cinco o seis
indios intérpretes por los ríos Tirgua, Cojede y Portuguesa que redujo para
poblar en el sitio de Camaguán, cerca del río Apure, a dónde debían enviar
indios de San José de Mapuey por ser tierras ricas en pesquería, pidiendo
hachas, tacises, machetes, calabozos, cuchillos, para trabajar con sus
familias, las cuales debían traerse desde donde estaban pobladas, llamaron luego
a fray Arcángel de Abadía quien buscó las familias indígenas que pudieran caber
en las canos y quisieron matar los indios a los misioneros los que “salieron
huyendo por aquellos aguarales o mar a pie, con el agua a los pechos y a la
cintura, con mucha hambre, tal que les obligó a apacentarse como si fueran
bestias”.[14]
Fray
Salvador de Casabermeja, con el fin de recuperar unos indígenas fugitivos de El
Pao, en 1707 organizó una escolta armada de cien hombres al mando de Don
Francisco Adam Granados y sin encontrar a los fugados llegaron hasta donde
estaban los indios Masparros, quienes les tendieron una emboscada y les
recibieron con sus flechas y los españoles usaron sus armas de fuego, logrando
apresar 28 indígenas, después de tres meses de expedición. El mismo Padre
Salvador de Casabermeja, luego intenta otra vez la reducción de los indígenas,
esta vez solo en compañía de cinco indios intérpretes, los indígenas les
tomaron y le cortaron la cabeza al misionero, echando su cuerpo al río y según
algunos testimonios “se les aparecía dicho religioso difunto en los montes y
les persuadía saliesen a poblarse en las misiones”.[15]
Se
observa en el texto cómo se va gestando un imaginario, desde la mentalidad de
los religiosos. Por una parte afirman no creer en hechizo ni brujerías, pero de
otra incentivan las creencias en las mismas misiones. Tanto en el caso de
Belicena como en el Casabermeja, por “obra santa” en el primero se mantuvo
intacto su cuerpo y en el segundo salía a predicar la suave voz religiosa a los
indígenas.
En
1715 fray Pedro de Alcalá con una escolta de soldados realizó una expedición a
los ríos Boconó y Masparro, hasta las riberas del río Santo Domingo, en
jurisdicción de Barinas y “redujo” 300 indios Achaguas que pobló en Cojede
desde donde huyeron antes del año, no quedando más de nueve familias con cerca
de cuarenta personas.[16]
Cuatro
años después, en 1719, sale fray Salvador de Cádiz con dos indios guía para
reducir una cantidad de indígenas que había noticia estaban en el río La
Portuguesa y la Boca de El Pao, logrando que 77 se poblasen pero condicionaron
a que fuera donde ellos quisiesen y escogieron La Concepción, en la riberas del
río Pao, donde tenían hato los señores
Tovar y el Prefecto misionero ante el recelo que matasen al misionero Salvador
de Cádiz, dispuso que Don Ignacio Sánchez fuese con una escolta de treinta
hombres, agarrando más de sesenta y tres indios en el sitio de Las Caramas,
llegando a tener 130 indios que poblaron en San Francisco de Tirgua.[17]
A
pesar de diversas motivaciones aparentes, en diciembre de 1720 queda claro el
sentido exacto de la conquista cuando “se dispuso una gran jornada con el
intento de penetrar del otro lado del Orinoco, en demanda del Dorado” haciendo
una considerable inversión en “fabricar embarcaciones a propósito para la
expedición y en prevenir víveres, municiones y demás pertrechos para más de
trescientos soldados que se reclutaron” y en la fueron tres frailes misioneros:
Marcelino de San Vicente, Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz, en
compañía de tres capitanes nombrados por Don Marcos de Castro, Gobernador y
Capitán General, esto fueron: Juan Fernández de la Fuente, Don Miguel García y
Don José Venegas. Por supuesto que una expedición de esta magnitud no tenía
propósitos catequéticos sino económicos: La búsqueda de riquezas de oro que
existían en El Dorado –o que se creía habían allí–, y al cabo de 14 días de
marcha por la intrincada selva se encontraron con “más de mil indios armados
para la guerra, de nación atapaimas, otomacos y guaranaos” y consideraron que
con la gente que tenían y las condiciones que estaban “tratamos con buenas
razones de persuadirlos a que se redujesen y se viniesen a poblar a nuestras
misiones” para lo cual ofrecieron que los sustentaríamos y se le daría lo
necesario y ofrecieron los indígenas que “como se fuesen los soldados quedase
con ellos algún religioso, y que sus pueblos con sus mujeres e hijos los tenían
a corta distancia”, para lo que los tres religiosos “resolvieron que uno de
ellos, el que saliese por suerte, fuese el que quedase con aquellos indios, y
los otros dos se volviese con la escolta y una capitanía de indios gentiles” de
48 personas que se habían quedado en El Real ya reducidos. La suerte tocó a
Marcelino de San Vicente quien se quedó con dos indios intérpretes a quienes
intentaron matar y luego de diversas conversaciones llegaron a convenir en
dejarles en libertad, prácticamente no quedó fruto para la conquista de la
costosa expedición.[18]
En
el año 1721, fray Marcelino de San Vicente en compañía de Don Ignacio Sánchez
Nadales lograron sacar 248 indios guaranaos para poblar el pueblo de Cojede,
quienes por su “natural inclinación a la libertad y a los montes, después de
cinco años que estuvieron poblados, se huyeron todos a los montes”.[19]
En
1726, los frailes Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz “con muchos
soldados que llevaron en esta expedición”, comandados por el Alcalde Ordinario
de San Sebastián, Don Juan Cevallos, lograron reducir 268 indios de nación
otomacos, amaibos, guaranaos y guamos con los cuales se fundó la misión de San
Rafael de Onoto y “dentro de dos meses hicieron fuga todos los expresados
indios, y despachado en su seguimiento una escolta los alcaldes de San Carlos
se aprehendieron los más y se restituyeron a poblado”, pertenecía este pueblo
en sus inicios a la jurisdicción de San Carlos y al restablecerse en las
riberas del Cojede, quedó en la de Araure.[20]
En
el mismo 1726, una “capitanía” de 48 indios guamos y su capitán llamado
Mostrenco, por una escasez de alimento solicita licencia a fray Buenaventura de
Vélez, quien administraba el pueblo de Cojede, para buscar alimentos de frutas
y cacerías, habiendo vuelto a los ocho días, luego vuelve a solicitar licencia
y “juntando toda su gente, no volvió más, llevándose consigo otras familias de
indios ya reducidos y cristianos; y lo que fue más sensibles a nosotros, muchos
muchachos que hurtaron a sus propios padres cristianos”.[21]
Asimismo
existen diversas manifestaciones de insurgencias y sublevaciones en la zona,
tal es el caso del zambo Andresote (1732-35), quien apoyado por los
contrabandistas holandeses, levantó indígenas y esclavos contra la Compañía
Guipuzcoana en la zona del río Yaracuy, pero cuya organización se percibió en
tierras de la jurisdicción de San Carlos.
Cuando
la rebelión de Andrés López del Rosario, conocido como Andresote, el Cabildo de
la ciudad de San Felipe, el 20 de agosto de 1732, se reúne para establecer
reglas para la permanencia y pacificación del país y evitar que se haga otro
levantamiento “como el que se está experimentando de los Negros y Mulatos
esclavos y libres de todos colores que a estos viziosamente se les agregaban”,
para ello solicitaban que todo negro o mulato sea obligado a traer su carta de
libertad con licencia de la Real Justicia. En caso ser libre, de la parte de
donde saliere, en la que se explique, por certificación de los Alcaldes
Ordinarios “sus vidas y costumbres”, y en caso de no ser libertos, debían de
traer su propia licencia y certificación “debiendo ser esta de cualquier parte
a donde hubieren residido de dos meses arriba”, y asimismo lo zambos e indios
debían traer licencia de sus corregidores cuando salgan de los pueblos,
explicando el negocio por los que salen y el tiempo por el que fue concedida y
que ningún negro ni mulato esclavo salga sin licencia de su amo o mayordomo.
Estas reglas fueron también enviadas al cabildo de San Carlos y Guanare, donde
fueron igualmente aprobadas[22].
Ante
esta rebelión los misioneros toman parte activa a través de fray Salvador de
Cádiz, misionero apostólico y Procurador General de las misiones capuchinas de
la provincia de Caracas, quien hace presentación de los autos hechos por el
Teniente de Justicia Mayor de la ciudad de Nirgua, que contienen dos
testimonios autorizados sobre el pedimento del misionero al Cabildo de Justicia
y Regimiento de esa ciudad para “entrar a predicar a los negros que andaban
levantados” y otro decreto despachado por el Gobernador y Capitán General de
esta Provincia don Sevn García de la Torre en el que le concedía el
perdón de su Majestad “a los negros que se reduxessen mediante la predicación”
y una certificación en la cual se afirma que los misioneros había reducido
ciento sesenta y ocho negros quedando la costa enteramente limpia de ellos”.[23]
En
1744 fray Miguel de Vélez hace una jornada con la escolta de 45 soldados,
comandados por Nicolás González, vecino de San Carlos, hallándose cercanos a
una ranchería de indios otomacos en el río Cabuyare, por mala conducta de un
cabo de la escolta, fueron asaltados los soldados de la escolta, iniciándose la
batalla, huyendo los españoles.[24]
Juan Francisco de León[25]
El levantamiento de Juan Francisco
de León tuvo repercusiones en el territorio de la villa de San Carlos de
Austria, estudiaremos el caso basados en compilaciones documentales publicadas[26] y el libro de Lucas Guillermo
Castillo Lara.[27] Es necesario comprender este
Levantamiento en el marco de la consolidación del capitalismo mundial:
“El monopolio de la Guipuzcoana,
por su propia naturaleza, favoreció el desarrollo del capital
comercial-usurario en los cuadros económicos de la sociedad colonial venezolana
y acentuó las contradicciones de clase entre terratenientes-agricultores,
comerciantes-prestamistas, mercaderes y la masa general de medianos y pequeños
cultivadores de la tierra, y de todos contra la `odiada compañía´ que en
realidad materializaba un serio esfuerzo de la burguesía comercial española
para ejercer el dominio económico sobre el territorio venezolano y cerrarlo al
comercio ilícito, firme y seguro mercado de los productos criollos. Aspirar a
cortar este lazo significaba incitar a rebelión, como en efecto ocurrió en el
movimiento de 1749-1751, que posibilitó el ingreso de comerciantes y
terratenientes caraqueños en la Guipuzcoana”.[28]
Es decir, se debe entender el
problema en el marco del capitalismo mundial y la consolidación de la burguesía
mercantil y como parte del proceso del surgimiento e implantación y afianzamiento
del Estado metropolitano en tierras de Venezuela y América,[29] en especial en lo que significa la
libertad de mercado para el capitalismo y que la Compañía significaba el lado
opuesto.
En este sentido, los hijos de Juan
Francisco de León, los jóvenes Nicolás Cristóbal y Francisco Solano de León,
llegaron a tierras de la jurisdicción de la villa de San Carlos de Austria con
unas cartas solicitando ayuda un movimiento promovido por su padre, Juan
Francisco. Uno de ellos duró más de un mes en la población de Tinaco, en el
sitio de Don Mathias de Oballe, con un fuerte armamento, tal como lo demuestra
la siguiente documentación:
“...no haviendose manttenido
endha Ciudad mas de una noche al amanezer salio y siguio biaxe al ttinaco en
donde se manttubo Cosa de un mes dexando descansar la mula, asta que llego a
dho sittio Dn Mathias de Oballe, en comp.a de ocho
Hombres con sus Armas de trabucos y terzerolas...”[30]
Al seguirse causa por la
sublevación, el 08 de agosto del año 1749, Faxardo, Pedro Pablo Dorantez,
Miguel Rodrigues Vidal y Lucas Peres al ser interrogados
sobre los sucesos relativos a la insurrección de Juan Francisco de León
informan que se expidieron circulares y órdenes en diversos lugares de la
Provincia como las Villas de San Carlos, Araure y la ciudad de
Carora para alertar sobre la situación de insurrección que se venía
desarrollando en diferentes lugares tierra adentro:
“...Se expidieron circulares
hordenes practicadas en los demás lugares dela Prov.a y
depuestos los th.tes echuras comenzales y dependientes de dha
compañía en las Villas de S.n Carlos, Araure y Ciudades de Carora
mediante el despacho que Seintimo por el Perzro que le condujo en
cuya observancia...”[31].
En esta información se refiere por
vez primera a las ciudades, villas y pueblos de la provincia del levantamiento
de Juan Francisco de León. El 16 de mayo de 1749 Miguel Blanco Uribe, Juan
Nicolás de Ponte y Solórzano, José Felipe Arteaga, José Miguel Xdler y Juan
Tomas de Ibarra exponen ante Luis Francisco de Salas, Escribano de Cabildo de
la existencia de una conmoción por el movimiento que promovía el levantamiento,
el cual ya alcanzaba casi toda la provincia:
“...al fin de que para dar cuenta
a Su Majestad (que Dios guarde) de la conmoción causada en esta dicha ciudad,
con la venida del Capitán Juan Francisco de León con porción de gente armada,
al de exterminar a la real Compañía Guipuzcoana, y echar de estas provincia a
sus factores, dependientes y sirvientes, con justificación correspondiente de
la verdad de este hecho, se certifique por S.S. de este Concejo lo que hubiere
comprendido y sabido acerca de la improvisa noticia que se tuvo en esta
referida ciudad, el día 19 de abril próximo pasado a la una de la tarde ... la
gente que seguía al expresado León eran mucho más número de 700 hombres de
armas, cuya noticia habida por dicho señor Gobernador y Capitán General...”
Juan Francisco de León promovió un
movimiento provincial que debe ser estudiado en su magnitud, porque intentaba
romper el monopolio que poseía una compañía, denominada Guipuzcoana, para
conseguir precios justos por sus productos, entre los cuales se encontraba el
cacao y el tabaco, el monopolio de este último se le denominó estanco. En el
inicio de la gesta de Juan Francisco de León logró reunir más de setecientas (700)
personas en armas para enfrentar el poderío del Estado metropolitano español
con la intención de exterminar la Compañía Guipuzcoana y expulsar a sus
representantes en la Capitanía General de Venezuela.
El 13 de diciembre de 1750 Juan
Francisco de León solicita de la Real Audiencia basado en informes provenientes
de las ciudades y villas de tierra
dentro, donde se demanda judicialmente
con la finalidad de estimular todos a cultivar el cacao,
contrariando la restricción existente. Afirma que muchos le darían de mano,
sino fuese por los intereses que existían, como ocurrió en muchas partes tierra
adentro con el tabaco,[32]
motivo por el cual plantea la necesidad de luchar por la libertad de comercio.
El 27 de junio de 1751 Juan Rossel
informa que poseía noticias de una persona que vio al hijo de Juan Francisco de
León, cargado de armas en San Carlos y no hubo quien hablase en su contra en
esta Villa, afirmando que posiblemente tenía a su disposición de ocho a nueve
mil indios y de doce a trece mil hombres de fusil, mientras él no estaba en
condiciones de hacerle frente armado:
“...tengo Nottisia de Persona
ocular que Vio entrar el hijo de Juan de leon, y aun primo suio en la Villa de
Sn. Carlos en punttos de medio día, Cargad.s de Armas, y
Noubo quien en su Contra Hablase; anttes si todos a sufavor, y Haviendo llegado
adha Villa, algunos q.e Iban de los V.s de Aragua, y
esttos Haver dho, que ttenian sittiado a Juan Fran.co de leon (...)
Concuia Notisia Aseleradam.tte salio el dho leon, susobrino, p.a
latierra adentro donde disen, tendran 8 a 9 mill Indios, dose atrese mill
Hombres de fusil, todos Prompttos, a Marchar Conel aviso de Una Cartta (...) Me
hallo sin Polbora Nibalas enestta Ciudad, la epedido ael Com.tte de
Puerto Cavello No se si dejara de darla Por no ttener orden de Ver.a”.[33]
Antonio Báez ratificó lo expresado
por Rossel (29/06/1751), la documentación continúa:
“...corren Vagas vozes, que
dizen, q tienen siete pueblos de Indios con sus casique aquererme acometer
(...) en medio deestas Voses Vagas tome la determinaz.on de servir
al Correg.r de Balenzia, al de S.n Carlos; y al Guacara, que si tiene
alguna novedad en sus distritos, como fuese de ellos, que como Leales Vasallos
meden aviso de todo, a fin, que con tiempo pueda dar mis probidenzs
asegurando a V.E. que si sucediese el Caso...”[34]
Hubo informaciones que Francisco de
León, llegó en compañía de un joven isleño, de nombre Juan Lázaro, pidió
posada, en la que permaneció un día. Los informantes, Don Félix de Fuenmayor y
Thomás Ortiz, refieren que llegó hasta Guacara, se les oyó decir que iban hasta
San Carlos.[35] Francisco de León, hijo de Juan
Francisco de León, declaró (14/03/1752) que teniendo en su presencia el
escribano y recibiendo el Juramento que hizo por el nombre de Dios Nuestro
Señor:
“...salió por el sittio del
Carrizal acompañado deun Ysleño nombrado Juan Lazaro couna Cartta que le
enttrego Mathias de Mendosa diziendole era de Su Padre del Declarantte
Rottulada a Dn Mathias de Oballe que estava enel Pueblo de
Maracay...
...sacasen copias y remitiesen A
las Ciudades de tierra denttro, lo quese executto, y le dijeron queuna llevaba,
fuen m.or para la Villa de San Carlos y que aunque serremirieron
otras para Valencia, San Sevastian, y la villa de Cura, no save que sugettos
las conduxeron, que ottra serremittio a Guanare, y tanbien ignora conquien que
al Declarantte le dio ottra Copia dn Matthias de Oballe para la
Ciudad del ttocuyo y queeste era quien despacho todas las demas Carttas que
lleva relacionado...”
Es decir, la
información hacia la provincia fluyó a través del medio del momento, las
cartas, a las cuales se le sacaron copias y remitieron a las ciudades de tierra adentro, lo que se ejecutó
sin dilación alguna. Una la llevaba Fuenmayor para la Villa de San Carlos y
aunque se remitieron otras para Valencia, San Sebastián y Villa de Cura, no se
supo quienes las condujeron; otra se remitió a Guanare, ignorando a quien se
dirigía, el declarante le dio otra copia a don Matthias de Oballe para la
ciudad de El Tocuyo y éste era quien despacharía todas las demás cartas de la
zona.
Continúa la declaración afirmando
que llegaron a la ciudad de Guanare y se hospedaron en casa de un mulato de
nombre Bonifacio, quien vive cerca de dicha ciudad y al día siguiente pasó don
Mathias de Oballe en Compañía de quien declara, continuaron su viaje al Tinaco,
y en los conucos del sitio nombrado La Danta (caserío cercano a Tinaco), donde
se mantuvo en tierras de Juan Ignacio Rodríguez y sus hermanos sembrando tabaco
hasta que llegó la noticia de que en Valencia se había promulgado la orden de
Su Excelencia contra el padre del declarante y sus hijos; entonces fueron
corridos por los dueños de la casa y tomaron el camino para Barinas.
“...de allí su viaxe al tinaco y
en los Conucos que en el sittio nombrado La Dantta tienen Juan Ig.o
Rodriguez y sus Hermanos semanttubo sembrando tavaco asta q llego la nottizia
deque en Valencia se havia promulgado bando orden de S. E. contra el Padre de
el que Declara y sus Hixos que Corridos delos Dueños delas Casas tomo su Camino
para Varinas...”
Francisco Solano de León declaró el
13 de junio de 1752 que llegó al sitio
del Tinaco en compañía de don Félix Fuenmayor, en donde se mantuvo algunos días
y de allí pasó a Casa don Balthasar de Fuenmayor, Cura de la Villa de San
Carlos, quien le despidió luego, y le mandó a un lugar nombrado la Cattanla
(todavía mantiene el topónimo Catalda), donde le socorrió con dos bestias
mulares.
El caso del Presbítero Balthasar de
Fuenmayor, Cura de la Villa de San Carlos, es digno de referir. Lucas Guillermo
Castillo Lara, quien trabaja el tema ampliamente, refiere:
“...El Vicario Foráneo de la
Villa de San Carlos de Austria, Pbro. Esteban de Herrera, le atribuía al Cura
Rector de la Parroquia de ese pueblo, haber dicho: que si no había otro medio
para resistir al establecimiento de la Compañía, aclamarían al Rey de
Inglaterra por Soberano, con condición que les dejase vivir en la Ley Católica
y obediente al Vicario de Cristo...[36]
Es decir, en San Carlos hubo un
enfrentamiento fuerte entre las autoridades por el apoyo al levantamiento de
Juan Francisco de León, cuando la intención de un grupo de expulsar a los de León de la villa sancarleña
otro grupo los defendía, lo cual originó un gran alboroto, motivando que al día
siguiente, el Teniente Justicia y el Alcalde reunieron gente para hacer preso a
Nicolás de León, pero a éste se le habían juntado más de 30 isleños armados e
hicieron resistencia. Refiere Castillo
Lara que:
“...Cuando estaban a punto de
acometerse ambos bandos, intervino el Cura Licenciado Baltazar de Fuenmayor y
su hermano el Teniente Cura Pbro. Francisco de Fuenmayor, y trataron de llevar
a Nicolás a la Iglesia para resguardarlo. Pero éste se negó a ir a un asilo,
para que no pudieran discurrir que iba a refugiarse. Mas ante las persuasiones
de los dichos sacerdotes, que también eran fervorosos partidarios del
Movimiento, convino en ir a la casa de ellos, y los contrarios optaron por
retirarse. Todo se sosegó, y Nicolás de León continuó su viaje tranquilamente”.
La actuación anterior produjo
acusaciones contra el Padre Fuenmayor. En una carta confidencial enviada al
Obispo por el Pbro. Br. Don Esteban de Herrera, Vicario Foráneo de la Villa de
San Carlos, fechada 18 de septiembre de 1751, se hacían graves imputaciones al
Padre Fuenmayor. Se refería que dicho Padre estaba seriamente enfermo,
mal de la cabeza, como le sucedió hacia 1732 o 33, cuando se le había
prevaricado el juicio a causa de la “calentazón de cabeza”. Pero las denuncias
contra el Padre Fuenmayor no se referían a su moralidad, que era intachable,
sino a omisiones, errores y negligencias en su ministerio, y a su actitud
favorable a de León y contra la Guipuzcoana; lo acusaban:
“De ser moroso y descuidado en la
enseñanza de la Doctrina Cristiana. De no haber prestado debidamente los
servicios de su ministerio cuando allí dio una peste, destemplanza catarral,
que causó muchos muertos, y no atendió por sí ni por sus Tenientes Curas a los
enfermos del campo. De predicar en muy escasas ocasiones, y en sus pocas
pláticas mezclar como ejemplos, casos apócrifos y dudosas apariciones que
calificaba de milagros...”
Entre las denuncias más grave que se
hacían se encontraban las referentes a que los desposeídos tomasen los bienes
de los pudientes:
“Las ocasiones más graves del
Padre Herrera se referían a la materia política. De los religiosos estaba el
caso del Padre Fray Salvador de Guevara, franciscano, patrocinado por
Fuenmayor, quien había predicado allá en San Carlos dos proposiciones muy
atrevidas. Una, que los esclavos que hurtaran a sus amos vinieran a él, que por
su condición de necesidad les absolvería sin más explicación ni limitación.
Otra, que el motivo de haber permitido Su Majestad la esclavitud fue, para que
a los traídos de la gentilidad, les enseñasen sus amos ley de Dios, y les
diesen alimentos y asistencia. Esto ya no se veía, por lo cual ya debía
derogarse esta ley. Y esto se predicaba, decía el Padre Herrera, justamente
cuando andaban los negros pretendiendo la sublevación para ser libres”
Igualmente afirmó que el Padre Fray
Antonio Frías de Salazar, llamaba borricos a las personas, mientras se
parcializaba con los isleños, llegando a afirmar que algún ángel había
inspirado a de León y sus facciones.
“El año próximo pasado, decía,
luego que sucedió el primer exabrupto, se mostró muy complacido de la expulsión
que pretendía de la Compañía. Y fue tal la resolución del Padre Fuenmayor,
escribía el Padre Herrera, que en su plática abominando de la Compañía dijo, que
aún la de Cristo Nuestro Redentor fue mala, pues en ella estuvo un Judas, y
hasta la muerte la tuvo en Compañía de dos Ladrones”.
Asimismo inculpaba que habían
amparado y protegido a Nicolás León, el hijo de Juan Francisco, cuando estuvo
en San Carlos con cartas para lugares tierra adentro. En esa ocasión, el
referido Nicolás tuvo ardorosa discusión con uno de los Alcaldes de la Villa de
San Carlos y a la mañana siguiente hubo convocación de gente por el Teniente
Justicia para otro asunto, presumiéndose que era para prender a dicho hijo de
León, el “Leúnculo” como lo llamaba el Padre Herrera. Lo anterior motivó que el
Cura Don Baltasar y su hermano el Teniente Cura, junto con 30 isleños armados
que se reunieron, fueran a buscar a Nicolás León y lo llevaron a su casa para
que le sirviera de asilo. Sosegada la inquietud y el tumulto, se pudo marchar
Nicolás León.[37]
Con
anterioridad el Padre Baltasar
Fuenmayor había mantenido ocultó a Francisco Solano León en su casa de San
Carlos, por dos o tres días, receloso que pudiesen apresarlo. Luego, el Pbro.
Herrera, en una Ermita ubicada en el sitio Tinaco arriba a seis leguas de esta
Villa, estuvo unos cinco días Francisco Solano León. Los referidos jóvenes
Nicolás Cristóbal de León y Francisco Solano de León eran los dos hijos de Juan
Francisco de León, quien nació en El Hierro, en las Islas Canarias en 1692. Es
considerado como el fundador de Panaquire y el iniciador del cultivo del cacao
en este lugar, para 1742 se estima que tenía plantados unos catorce mil (14.000)
árboles. Fue nombrado comisario y se residencia definitivamente en Panaquire.
Martín de Echeverría fue nombrado
Cabo de Guerra y Teniente de Justicia el 7 de marzo de 1749. El 3 de abril de
ese año Juan Francisco de León se niega a entregarle el cargo a Echeverría y el 19 del mismo mes
llegó a La Guaira con un grupo de habitantes de Panaquire, Caucagua, Guatire y
Guarenas, entre otras poblaciones.
La rebelión contra la Compañía
Guipuzcoana que duró desde 1749 hasta 1752. Organizó un movimiento en diferentes
partes de la Provincia, no solo en Panquire. Esta insurrección se inició en los
valles de Barlovento, extendiéndose hasta los valles del Tuy y abarcó casi toda
la provincia de Caracas, como se percibe en la documentación citada. Las
características del levantamiento de Juan Francisco de León debe ser estudiado
desde un enfoque mucho más amplio que la visión localista del “Levantamiento de
Panaquire” que hasta ahora se le ha dado.
Panaquire, al ser un levantamiento
contra el monopolio de la Compañía Guipuzcoana, como única empresa del Estado
metropolitano español legalmente facultada para el comercio mundial, aborda un
problema económico de fondo del sistema español, al atentar contra ella se
violenta el régimen imperante tocando aspectos políticos y económicos esenciales
en el sistema colonial.
La sublevación contra esta compañía
es un acto de valentía, por la situación de solidez que se encontraba ésta.
Hacía apenas seis años, en 1743, cuando se había enfrentado a una escuadra de diecisiete navíos ingleses
al mando del comandante Knwles, en el puerto de La Guaira, con una
participación decisiva, lo cual le permitió tener el privilegio, por una Real
Cédula, que los Jueces de Cádiz no tenían jurisdicción sobre ella.
Esta poderosa compañía, conocida
como Guipuzcoana o Compañía de Caracas, inició sus actividades con millón y
medio de pesos, a pesar que inicialmente se había estipulado tres millones para
su funcionamiento. En el comienzo de este movimiento envió dos fragatas con
ochenta mil (80.000) fanegas —a un promedio de 55 kilogramos por
fanega— de cacao comprado por diez (10) pesos cada una y vendido a cuarenta y
cinco (45), con un producto neto de setecientos treinta y ocho mil (738.000)
pesos. Se dio inicio a esta compañía por la Real Cédula del 25 de septiembre de
1728.[38]
Para
conseguir el sólido apoyo que se percibe en diferentes lugares, Juan Francisco
de León debió consolidar una base social que comprendiera las propuestas que
realizaba y que las percibiera válidas. Ahora surgen las preguntas que permiten
generar temas de discusión en clase ¿Cómo plantear el estudio de estos factores
cómo parte de un proceso de crisis y desgaste del sistema colonial? Como quiera que intenta dejar unas pautas que
puedan servir de guía metodológica o para la discusión sobre un tema muy rico
el cual aún no ha sido explotado, ya que este levantamiento que abarcó los
territorios de Guanare, Araure, Tocuyo, San Carlos, Tinaco, Barinas, entre
otros lugares más, donde el pensamiento y la acción antimonopolio de Juan
Francisco León llegó, la cual constituye un movimiento organizado digno de
estudiar en su justa dimensión.
Constante rebeldía
La
situación geográfica de San Carlos, como lugar estratégico, debió ser en todo
el tiempo colonial un constante centro de insurgencias para aquellos que al
enfrentar la opresión asumieron formas directa de lucha, o escaparon a las
cumbes o cimarroneras, las cuales no solamente fueron de africanos y sus
descendientes esclavizados, sino también poblados de indígenas y criollos que
igualmente sentían un profundo descontento contra el sistema del Estado
metropolitano en América.
La
zona sur de la jurisdicción de la villa de San Carlos era un reducto importante
de insurgentes tanto indígenas como negros, denominado como malhechores,
montoneros, hacia 1785 desde Tinaco se informa el Gobernador y Capitán General
que los indígenas alzados que habitaban en las cercanías del río Portuguesa
hacían inhabitable esta zona para los blancos por el constante robo del ganado.
El
11 de enero de 1789 se informa que en las riberas del río Portuguesa, en los
límites de la jurisdicción de San Carlos, “se hallan refugiado un crecido
número de ladrones y malhechores de donde se desprenden al Llano para cometer
todos los excesos a que la deliquencia y atrocidad de su vida los convida” y,
en consecuencia, se expidieron ordenes al comisionado y Juez de Llanos de la
villa de Araure y la de San Carlos, Don Joseph de Sosa y Miranda, para que
salgan en su persecución y apresen a “esos bandidos”, debiendo comunicar “las
más estrechas órdenes a los Cavos de Justicias de los Pueblos que pueda a hacer
en las cercanías de la citada montaña para que a su requerimiento le presenten
cuantos auxilios necesite” para cumplir con esta trabajo.[39] Años después la situación continúa y para 1792 el Teniente
de Justicia Mayor de El Pao le solicita al Teniente de Justicia Mayor de la
villa de San Carlos que auxilie las fuerzas para “contener algunos
malhechores”.[40]
Ese
mismo año de 1792, en el Ayuntamiento de San Carlos se acordó destinar una
persona para hacer el registro de las “Tazajeras públicas y reconocimientos de
los reos”, así como “para examinar de los fierros de estas son conformes, con
los que juntan en las papeletas donde piden las licencias”, por lo que es
necesario asignarle el estipendio mensual por su trabajo al personal que
realizará esta labor, costo que debe calcularse para estipular el pago que
debían hacer “cada miliciano”.
Según
el Reglamento no es potestad del Cabildo esta función, sin que sea proveído por
Real Cédula para la milicia a su mando y “los pocos milicianos que se exercitan
en la venta de carne, que no llegan a seis y esos muy pobres” y las cuando hay
matanzas furtivas, “dejan libres las más perjudiciales y dignas de repararse,
que son de los campos, y casas particulares de los poblados, que con lo que
estos y los mas que se ocupan en el abasto de carnes al público”, aunque sea
“medio real por cada res que les reconozcan”, y será “demasiado para pagar un
hombre de confianza que se elija para el fin de recorrer gradualmente las
tasajeras y casas donde se mate ganado, aunque sean de filiados”, y deja libres
a éstos solamente de la contribución de la cisa, o pecho, por el privilegio que
gozan.[41]
En
otro expediente figura un oficio del Gobernador y Capitán General, Unzaga y Amezaga el 6 de diciembre de 1780 donde solicita que
manifiesta al Rey los progresos hechos desde el establecimiento de los Jueces,
reiterando “la utilidad de estos ministros de ganados se demuestra cada vez
más, de manera que los hacendados reposan libres de aquellos continuados
insultos de ladrones, los ganados se han aumentado considerablemente, y los
costos son ningunos”, pues afirmaba no debían devengar sueldo alguno,[42] pero los beneficios del usufructo del poder debió compensar
con mucho los pesos que se les hubiesen asignado, ya que en sus manos tenían la
decisión de lo correspondiente a la inmensa riqueza ganadera de la zona.
La
aclaratoria se debía que algunos vecinos de otras poblaciones se lamentaron
igualmente del gravamen que representaba este aparato represivo de los
ganaderos estipulado en la Ordenanzas de los Llanos. Todavía el 15 de marzo de
1802 los ganaderos de Barquisimeto, a través del Cabildo, protestaban por el
impuesto que se les cobraba por cada res entrada para mantener el resguardo de
Llanos, a pesar de que éste ya había sido suprimido, y añadían que normalmente eran
“vecinos pobres” los que cuando habían reunido algún capital iban a los Llanos
a comprar ganado. Los vecinos terminaban su oficio significando que si no podía
suprimirse el impuesto estaban dispuestos a buscar una alternativa, organizando
ellos mismos una ronda para perseguir malhechores o vigilar la cárcel.
En
este marco organización de los sectores pudientes para evitar que los
desposeídos pudiesen tomar ganados para su sustento, argumentando el abigeato,
es que se organizan diversas fuerzas represivas las cuales, en oportunidades
generaron oposición entre los mismos grupos de élite, como el ya citado caso de
protesta de los ganaderos de San Carlos contra el Cabildo de Caracas, apelando
una decisión del Gobernador y Capitán General Joseph Carlos Agüero, quienes no
aceptaron la decisión y apelaron a la Audiencia de Santo Domingo y allí la
sentencia determina que el Gobernador no tenía potestad para crear estos cargos
ni exigir contribuciones y para el 22 de marzo de 1775 le ordena que remita
todos los autos realizados para la creación del cargo de Juez General de
Llanos, el salario y el repartimiento, Agüero no remitió los documentos
solicitados y la Audiencia decidió suspender el pleito.[43]
Dos
acciones promovidas por los vecinos de Caracas y el Gobernador: el
repartimiento de pesas entre los vecinos de la ciudad de San Sebastián y villas
de Calabozo, San Jaime y San Carlos, no sólo para solventar la crisis sino, de
forma perpetua y el establecimiento de los Jueces Generales de los Llanos, eran
tendientes a solventar un problema esencial en la coyuntura de crisis que vivía
la capital: una aguda crisis de abastecimiento de carne y, en el caso de los
Jueces, organizarse para evitar los “campos volantes” y las sociedades que se
establecían al margen de los poblados bajo la autoridad real. Estas normativas
fueron opuestas y apeladas con toda entereza por los vecinos de San Carlos, lo
que debió generar en el Gobernador
Agüero un profundo resentimiento, en razón que no acataban estas propuestas y
acudían a instancias superiores a la resolución jurídica de los mismos. El
primero llegó hasta el Consejo de Indias y el segundo hasta la Audiencia de
Santo Domingo favorable a los vecinos de la villa. De hecho, en ambos casos, no
se dio respuesta a las autoridades superiores en las cuales se planteó la
querella, lo cual indica que se estaba claro en la ilegalidad de estas medidas
o sencillamente por soberbia de la autoridad provincial, lo cierto es que deja
clara la animadversión existente entre los vecinos de San Carlos y el
Gobernador Agüero.
Pero
el caso de los Jueces de los Llanos no cierra allí, hacia el 18 de noviembre de
1777, el Gobernador siguiente Luis Uzanga y Ameguaza, previa consulta al
Rey sobre el cumplimiento de la
Ordenanzas interinamente, determinando siete zonas de acción e igual número de
Jueces, pero se eximía a San Carlos hasta la decisión de la Audiencia, el 24 de
diciembre del año siguiente; el Auditor Interino, don Cecilio Oduardo, reseña
que la figura de Jueces de Llano se había contradicho por los Alcaldes de la
Santa Hermandad y provinciales de villas, ciudades y lugares ya que actuaban
sin aprobación del Rey ni de la Audiencia y se presentaban querellas frecuentes
sobre las competencias jurisdiccionales y unos aducen la autoridad de las leyes
y otros la de los Gobernadores.[44]
Posteriormente
se argmenta que el abigeato “había llegado a un extremo lastimoso, los caminos
estaban llenos de ladrones que, en cuadrillas, hacían frente a las Justicias,
sin que estas se atreviesen a contenerlas, se experimentaban muertes, asesinaos
y otros excesos” lo cual provocaba que los hacendados se reusasen a asistir sus
hatos, descuidándolos en prejuicios de sus propios intereses y de la Provincia,
según escribe Juan de Guillelmi; otro Gobernador y Capitán General, en vista de
la necesidad de formar “un sistema fijo a que debería arreglarse los sujetos
comisionados al exterminio de los ladrones”. La Audiencia decide crear una
fuerza armada para reprimir el abigeo y perseguir a los esclavos fugitivos,
dirigida por un comisionado que nombraría el Capitán General en lugar de los
Jueces de Llano, así se nombra el 27 de abril de 1789 el Comisionado y 38
hombres, divididos en cuatro cuadrillas de diez hombres cada una. El
Comisionado con un sueldo de 900 pesos anuales pagados por tercios, el Teniente
con 700; el cabo con 500; y cada soldado con 25 pesos mensuales, lo cual
totalizaba 13.600 pesos anuales que debía recaudar los entre ganados y quesos.
Estos no tendrán autoridad jurisdiccional sino que actuarán como celadores
contra delitos y delincuentes y perseguirán fuera de poblado a malhechores. De
esa forma muere la figura del Juez general de los Llanos y surgen la de las
Cuadrillas de Ronda,[45] que como estudiaremos a continuación tiene funciones
represivas tan contundentes como las anteriores para las poblaciones que se
habían escapado de los poblados coloniales y vivían en cumbes y cimarroneras.
Este
fue el brazo ejecutor que inició un proceso de marginamiento de la sociedades
llaneras por lo menos en tres sentidos, según plantea Izard: Uno por el
“progreso” desde la óptica europea que requería someterle; dos desde la
historiografía de vencedores que les excluye, a pesar de la importancia que tuvo
en el siglo XVIII y para la gesta de independencia hasta principios del siglo
XX y, tres, los estudios de la cultura que los ha relegado en el supuesto que
carecen de singularidad cultural.[46] Y este período de marginamiento empieza precisamente en el
tiempo que los llanos sirvieron de refugio a estos grupos sociales al margen
del orden colonial, donde se entremezclaron indígenas y esclavos fugados para
constituir esa nueva neo etnia que dominan la bestia, los de a caballo y las
faenas ganaderas o “de Llano”
Desde
la introducción del ganado en el siglo XVI, la ganadería en los llanos eran
generalmente la caza de ganado cimarrón, separado o vendidos a cebadores o
engordadores que los llevaban hasta los valles de Aragua y Caracas, en travesía
que duraba uno o dos meses con descanso en zonas donde hubiese pasto y agua.[47] En el tiempo colonial y republicano no existían cercas en
los predios llaneros ya que la misma legislación indiana prohibía cercar campos
de bosques, aguas y pastos, como mandan por los reyes católicos; esta
proscripción para cercar con permiso se mantuvo hasta Carlos III, y cuando por
una causa justificada se podía levantar y al cesar esos motivos debían
derribarse las cercas[48] .
Se
herraban los becerros en rodeo en una especie de junta ganaderos, al aire libre
en ribetes de cabildo abierto donde se discutían y resolvían problemas; a la
vista y con anuencia de todos se herraba el treinta por ciento (30%) como
promedio de producción anual del hato y se arreaba hacia el predio del hato
correspondiente.[49] Estas faenas de rodeo colectivo, se impuso al rodeo
individual de cada hatero que se practicaba en los inicios y que se reguló a
mediados del siglo XVII, cuando una Real Cédula
“...assí fue
determinado fue prohivir de que no se hisiesen baquerías de por si sino de
todos juntos y en conformidad, dándose de ello noticia a los dueños, y
que el que faltasse de acudir a ellas no tubíese (sic) derecho en las que assi
se hiciesen y que, para tenerlo, tubiese también obligación de tener jente,
casas, corrales y cavallos en la población de dichos hatos para las ayudas de
lo que en ello se ofrecie (se) y para hacer dichas vaquerías, y que no llevasen
ni sacasen más ganado de aquello que les perteneciese…”
Asimismo
regulaba que no se “hisiesen matança en dichos ganados para hacer de ellos sevo
y manteca si no fuese a puerta de corral y a bista de los ynteresados y de sólo
la parte que a cada uno tocase”, ni que se pudiesen sacar los ganados por otros
caminos que no fuera del real, determinándose la pena de perder los ganados y
caballos que en ello tuviesen y el “destierro en dichos baqueros y demás penas
sobre ello impuestas”.[50]
Obligados
por la circunstancias más el interés de solucionar los problemas y el temor que
un hatero que le tuviese mala intención y le denunciara, debieron comenzarse a
hacer los rodeos colectivos a sabana abierta hasta convertirse en una práctica
social común entre los ganaderos, capataces y peones de hatos. Allí la
necesidad se ajustó a una apropiada norma para conjugarse en una legislación efectiva.
Una
actividad de este tipo necesita mucha mano de obra pero por poco tiempo, no
podía constituir delito puesto que tanto llaneros como propietarios la
practicaban tanto para la subsistencia unos como para el comercio los otros, y
era asumido como delito solamente por los propietarios quienes por lo demás no
invertían dinero en la crianza, puesto que era mostrenco o cimarrón, es decir
ganado sin dueño. Durante el tiempo que duraban sin trabajo, sin contrato para
rodeos o para transportar ganado, se dedicaban a la misma actividad para la
subsistencia combinada con la siembra de algunos cultivos que le servía para
acompañar los tasajos de carne; además existía el bandido quien cometía otros
delitos que estipulaba la legislación indiana y que Izard clasifica en
aislados, que eran llaneros que actuaban solos para defenderse de una ley que
los marginaba; éstos se podían unir en pequeñas partidas para sobrevivir,
contando con el apoyo de los mismo grupos que vivían en poblado quienes no les
delataban. En otras oportunidades conformaron grandes grupos organizados “que
podían poner en peligro el orden establecido, dado que no solo se defendían y
huían sino que atacaban las fuerzas represivas”.[51]
Durante
el tiempo colonial los Llanos sirvieron de “refugio de marginados y
perseguidos, a partir de una fecha que desconocemos situada entre la segunda
mitad del siglo XVII y la primera del XVIII pasaron a ser una zona
desestabilizadora”, porque se intentaba “controlar a los hombres y riquezas de
los Llanos, y al no conseguirlo, provocó un endémico enfrentamiento” que duró
hasta principios del siglo XX.[52] Es posible que las
primeras ordenanzas de los Llanos daten de inicios del siglo XVIII, ya que hasta ahora la más
antigua es la referida por Manuel Lucena Salmoral, en el trabajo ya citado
sobre las Cuadrillas de Ronda en los Llanos venezolanos.[53]
En
todo caso e independientemente de la fecha, es a partir de la promulgación de
las Ordenanza de los Llanos promovida por las élites del poder ganadero que
surge la figura del abigeato, haciendo un delito de la cacería ganado salvaje.
Aunque este ganado orejano, cimarrón o mostrenco era completamente libre, según
recoge Izard basándose en una afirmación de Bolívar Coronado. En este mismo
sentido, Armas Chitty refiere un documento de 1765 donde se afirma que para esa
fecha había diversos jueces de Llano, cargo que ejercían en oportunidades los
mismos propietarios, además de recurrir a los sacerdotes para que desde el
púlpito censuraran a los grupos que les enfrentaban desde los montes.[54]
La
zona entre San Carlos y Araure eran de importancia estratégica y se necesitaba
un extremo control sobre ellas y bajo el pretexto de “composiciones a beneficio
del Real Erario” se hostigaba a los vecinos de los pueblos de misión
establecidos quienes “huían a los montes” en diversas oportunidades para
escapar a la represión colonial.
Izard cita la querella entre Don José Gavino Pérez
y el juez de Llanos de San Carlos, José de Sosa Miranda, donde se agravan los
conflictos entre grandes y pequeños ganaderos, porque los primeros intentaban
imponerse a través de “nuevas y más drásticas ordenanzas”. Pérez afirma que se
le acusó abigeato falsamente, y que “el juez lo había detenido con sus dos
hijos, uno de los cuales y José Gavino habían pasado cinco meses encarcelados
sin juicio y el otro seguía encerrado”, y según su versión esa acusación “derivaba
de una vieja rivalidad que le oponía a un cabo de ronda”. Pérez, hombre de
escasos recursos, fue defendido por el procurador de pobres, y de entrada se
aseguraba que en la Real Hacienda se conservaban casos sobre diferentes hechos
perpetrados, ya referidos por el citado juez y el cabo de ronda; Pérez residía
desde hace tiempo en Quebrada Honda, “por lo que tenía derecho a los orejanos y
mostrencos que allí resulten, derecho del que venía usando desde siempre sin
que se hubiesen opuesto sus colindantes”; sin embargo ahora se presentaba cargo
puesto que en las nuevas ordenanzas se priva del derecho consuetudinario a
quien no fuese dueño como mínimo de “nueve leguas de tierra y 200 becerros de
hierra”, en la defensa se señala que las nuevas ordenanzas no habían sido
aprobadas por el rey, “y que de ellas sólo se practicaba lo que se refería a
elección de jueces y rondas” y que estas sólo favorecían a los grandes
propietario.[55]
El
procurador de pobres esgrime acertadamente que “los ricos están autorizados para
robar los animales de los pobres, pues es cierto que todos los que llevan la
denominación de criadores tienen y pueden tener hijos desmadrados y animales
alzados que paran y críen en las rochelas” porque cuando “menos un igual
derecho a los orejanos y mostrencos que salen, sino es que diga mayor, porque
consistiendo éstos en los descuidos y omisiones culpables o inocentes de
vaquearlos y pastorearlos diariamente”; es más factible que realizarse en las
haciendas de los pobres que en la de los poderosos porque “la mayor facilidad y
proporción que tienen de trabajar las sabanas diariamente por medio del copioso
número de esclavos y peones que gozan en los hatos y muy particularmente porque
por su autoridad y representación entran en las sabanas ajenas” porque piden
rodeos cuando les parece “y se guardarán muy bien de negárselos, lo cual sucede
por lo contrario con los pobres”, y “enseña la experiencia que en los más
opulentos hatos si se levantan los animales por no trabajarlos o por descuido o
inacción de los mayordomos o no hierran nada o no lo hacen de una sexta parte
de lo que tienen” y termina preguntando “¿será pues regular decir que estos
hacendados porque no hierran 200 becerros, ni 50, no tienen derecho a los
orejanos y mostrencos que salen en las rochelas y sabanas inmediatas?”.[56]
Es
decir, estas ordenanzas son diseñadas para acentuar la propiedad de los dueños
y quitar a los pequeños productores los pocos bienes que poseen. En
consecuencia, esta circunstancias permiten inferir que aquellos que no poseen
bienes de fortuna debieron buscar formas alternas de subsistencia sobre la cual
organizarse y es precisamente aquello que denominaron las ordenanzas de los
llanos como malhechores, facciosos o malentretenidos.
En
1785 el conde de Tovar se queja ante el Gobernador y Capitán General que una
partida de indios de la jurisdicción de San Carlos había conseguido robarle
ganado del hato de Curumoto que poseía allí y a quienes intentó detener se
resistieron y, en 1789, desde San Miguel de la Boca de Tinaco informaban al
Gobernador que los “los indios de aquella misión robaban muchas reses a los
ganaderos, que tenían incluso un corral en el monte y que las montañas cercanas
al Portuguesa eran inhabitables para los blancos dado el número de indios
alzados que allí se habían refugiado”.[57]
En
1799 el Teniente de Justicia Mayor de San Carlos, Manuel Guzmán, expresaba al
Gobernador y Capitán General que al llegar a esta villa se presentaron varios
pobres suplicándole que mandase a hacer rodeos o juntas “para ver si así lograban
hacerse de sus animales que tienen desgaritados y no pueden conseguir por que
los dueños de sabana les impiden entrar en ellas aprovechándose el servicio de
caballos y yeguas mansas”; al parecer es Rafael de Herrera, propietario y
teniente de caballería, quien obstaculizaba su realización junto al mayordomo,
negro, del hato de Don Jacinto Hernández. Los pobres querían que se realizasen
“las correrías de ganados mostrencos y de hierros incógnitos para intentar
recuperar animales que decían tener perdidos”.[58]
En
1802 se informaba desde San Carlos que se enviaban bajo custodia “reos
salteadores de caminos”. Luego Juan Ma. Romero informa al Gobernador
que Doña Isabel de Villasana escapó y
que su huida preocupa a muchos, “porque se temía que una mujer tan mala fuera
capaz de formar nueva cuadrilla de salteadores, que diese que hacer tanto como
la pasada”, aunque es detenida y meses después enviada de San Carlos a la
cárcel de corte.[59]
Por
supuesto que para los propietarios era más sencillo asumir que los malhechores
eran los causantes de los males que afectaban a la población. Los ganaderos de
los llanos decían que no tenían como cumplir la demanda de Caracas porque éstos
robaban sus ganados, pero en una sabana llena de reses sin marcar, alimentadas
por la naturaleza se debe preguntar ¿Cómo se apropiaron los ganaderos de estos
derechos? ¿Quiénes eran estos malhechores?. Era tal la magnitud de ganado en
los llanos de la villa de San Carlos que los ganaderos de la zona comenzaron a
arrendar tierras para tomar más ganado, primero en Barinas y luego en Apure.
Los
llamados malhechores no eran otros que los oprimidos, los pobres que habitaban
las mismas sabanas y que cuando no tenían trabajo en los hatos, cazaban los
mismos ganados cimarrones o mostrencos para vivir, los cuales consumían con
pequeñas siembras que les proporcionaba lo necesario para el pan o el cazabe,
con algún otro cultivo de subsistencia. El obispo Martí refiere cómo en la zona
de Cojede se mantienen rebeldes los indios gayones, esos mismos que se trajeron
de Santa Rosa para apaciguarlos en la misión del mismo nombre y que nunca
lograron someterse, si consideramos el testimonio del Obispo.
El
padre fray Gabriel de Benacoaz, a cargo de la misión de Cojede, escribe al
Gobernador que los indios gayones andaban vagos en las riberas el río de mismo
nombre, en jurisdicción de la villa de Araure y San Carlos, a lo que se opone
“un tal Sánchez” quien alegaba que los indios habían “levantado algunas
casillas y hecho algunas sementeras”, debiendo procurar que sean “reducidos” a
pueblo ya sea en San Rafael o Cogede “para que cesen de vagear de unas partes a
otras y juntamente las hostilidades que experimentan los amos de ganado mayor”.[60]
En
tal sentido, la causa profunda la expresan solapadamente a referir las
molestias a los amos de ganado, los mismos señores del poder y la riqueza a
quien el padre Benacoaz dice haber practicado “las más vivas y eficaces
amorosas diligencias a fin de reprimir no tan solo las extravagante idea en que
incurren los indios gayones de andar vagos”, sin saber en qué consisten estas
“eficaces amorosas” diligencias represivas, con la finalidad que abandonaran el
sitio denominado “el Matico” al poniente del río Cojede para instruirlos “en el
más puro y perfecto cristianismo” para que “cesen las hostilidades que se les
atribuyen por algunos individuos de aquellos vecinos comarcanos” y, en tal
sentido, el Gobernador y Capitán General ordena que los indios que “andan vagos”
por estas zonas sean reducidos en el pueblo de Cojede donde “podrán lograr los
beneficios espirituales y temporales que necesitan” en la justicia ordinaria.[61]
Eran
pues los mismos indígenas conjugados con esclavos que se fugaban de poblados
quienes constituían esos grupos sociales que la documentación refiere como
“vagos” o “malhechores” quienes hostilizaba a los “amos de ganado mayor”.
Otro
caso ocurrió 1784, entonces se documenta la aprehensión del Visitador de Ronda
del Departamento de los Valles de Aragua la Renta del Tabaco, Don Juan Palmero,
fue “con un trozo de la Ronda” investigar
un fraude a la villa de El Pao, donde fue apresado por Don Juan de
Guerra, Teniente de Justicia Mayor de esta villa, “y conducidos a la carzel
publica”, según informa Leandro de Rosas Teniente Visitador de la Ronda montada
del Departamento de los Valles de Aragua.[62]
El Intendente de Francisco de Saavedra
notifica y solicita al Capitán General que sean esclarecidos los hechos de El
Pao,[63] ordenándole al Teniente de Justicia de aquel
lugar, ponga en libertad al Visitador Palmero, la partida de Ronda, iniciando
el sumario sobre lo sucedido, previniéndole al Teniente de Justicia de El Pao
comparezca a la capital. El Visitador tenía la misión de “evitar los perjuicios
continuos que sufre la renta del tabaco con el contrabando”, al venir a
investigar sobre fraudes en la zona, por lo tanto había que evitar “que el
agravio hecho en el Pao a los ministros que lo celan no quede impune” y se hace
indispensable insistir en la competente información sobre el asunto del
visitador y la Partida”.[64] Meses después José Bernardino Martínez, en
representación del Teniente de Justicia Mayor de El Pao, solicita ante el
Gobernador y Capitán General se le permita observar de los autos del juicio.[65] De ahí no existen más datos sobre la querella
y su conclusión, pero abre campo a la hipótesis sobre una consolidada red de
contrabando en la zona.
[1] En diversos trabajos Miquel Izard
desarrolla este tema, véase: Ni cuatreros
ni montoneros… Op. Cit., p. 109;
asimismo Sin Domicilio Fijo… Op. Cit., Sin el menor arraigo… Op. Cit. y Ya era hora de emprender la lucha… Op. Cit. Estos cuatro ensayos
fueron publicados en un libro que asumió en título del primer estudio por el
Centro Nacional de Historia, con un prólogo y bibliografía de quien esto
escribe, 2011, “Esta conversión de los cuatreros en montoneros podía
desestabilizar la región controlada desde Caracas, y ello sucedió más de una
vez. Ocurrió siempre que una mayor insurgencia llanera coincidió con un
incremento del número de personas que buscaba refugio en el Llano y con un
despegue de la demanda de bienes pecuarios, con revueltas de los campesinos de
la zona agrícola y con la aparición de caudillos caraqueños que buscaban
clientela para enfrentarse con sus oponentes en la lucha por el control del
poder político”, Ibid., p. 84 y ss.
[2] Izard. Ibid.
[3] Resumen histórico de la misión de los llanos, desde sus comienzos
en 1658 hasta 1745, y el estado que tenía en este último año, citado en
Carrocera. Op. Cit., tomo II, p.
269-357. Este importante texto se toma en el entendido que es el resultado de
la reflexión conjunta de los frailes misioneros firmantes: Miguel de Olivares,
Diego Agustín de Ubrique, Martín de Corella, Prudencio de Braga, Salvador de
Cádiz, Antonio de Oporto, Bernardo de Castellón, Miguel de Cádiz, Antonio de
Jean, Miguel Francisco de Vélez, Pedro de Villanueva, Antonio Cirilo Bautista
de Sevilla, Isidoro de Sanlúcar, Antonio de Torrox.
[4] Ibid., p. 269, 271.
[5] Diccionario de la Lengua Castellana Compuesto
por la Real Academia Española. Madrid. 1726, tomo
I, letras A-B, p. 557.
[22] Oficina Principal de Registro Subalterno del Estado Cojedes.
Documento fechado el 6 de septiembre de 1732, s/f.
[23] Oficina Principal de Registro Subalterno del Estado Cojedes.
Documento fechado el 16 de septiembre de 1733, s/f.
[24] Resumen histórico de la misión de los llanos …, citado por
Carrocera. Op. Cit., t. III, pp. 316,
317.
[25] Síntesis de la ponencia presentada por Armando González Segovia en
el III Seminario Nacional en Historia de
la Educación y la Pedagogía, Barquisimeto (Venezuela), 18, 19, y 20 de
noviembre de 2004 auspiciada por el Universidad Pedagógica Experimental
Libertador y el Instituto Pedagógico de Barquisimeto
[26] Augusto Mijares. (compilador). Documentos
Relativos a la Insurrección de Juan Francisco León. Caracas,
1949; Juan
Fco. de León (Diario de una insurgencia)/ Prólogo J. A. Armas Chitty. Caracas,
1971.
[27] Lucas G. Castillo Lara. La Aventura Fundacional de los Isleños.
Panaquire y Juan Francisco León. Caracas, 1983.
[28] Brito Figueroa, Federico. La Estructura Económica de Venezuela
Colonial. Caracas, 1983, p. 226.
[29] Véase entre otros: Ots Capdequi, J. M. El Estado Español en las
indias. México, 1957.
[30] Mijares, Op. Cit.,
p. 69.
[31] Mijares, Ibid.
[32] Mijares, Ibid.,
p. 70, 71.
[33] Mijares, Ibid., pp. 71, 80.
[37] Ibid., p.
559.
[38] Arcila Farías, Eduardo. El
Siglo Ilustrado en América. Caracas, 1955, p. 25, 26.
[39] AGN. Sección Gobernación y Capitanía General, tomo XXXV, 11 de
enero de 1789, fol. 127 y 127 vto.
[40] AGN. Sección Gobernación y Capitanía General, tomo VI, 31 de enero
de 1792, fol. 9.
[41] AGN. Sección Gobernación y Capitanía General, tomo VII, 12 de junio
de 1792, fol. 190, 191.
[42] Izard. Sin domicilio… Op.
Cit., p. 45.
[43] Ibid., p. 199, 200.
[44] Ibid., p. 200, 201; Joel
J. Manzanero F. Historia de la Villa de
San Carlos de Austria: Espacio y sociedad desde su fundación y durante el siglo
XVIII. Trabajo Especial de Grado bajo tutoría de Carlos Julio Tavera-Marcano. Maracay (inédito), 2003.
[45] Ibid., p. 200-205.
[46] Izard. Ni cuatreros ni
montoneros… Op. Cit., pp.83, 84.
[47] Ibid., p. 97.
[48] Eduardo Arcila Farías. El
régimen de la propiedad territorial en Hispanoamérica, en: La Obra Pía de Chuao. Caracas, 1968, p.
14.
[49] José Antonio de Armas Chitty. “Tierras,
hatos, reses y hierros en algunos pueblos del llano en Venezuela, siglos XVII y
XVIII”, en: ANH. Memoria del cuarto
Congreso venezolano de Historia. Caracas, 1983, pp. 416.
[50] Real Cédula, 4 de abril de 1651, en: Actas del Cabildo de Caracas. Caracas, 1966, tomo VIII, años 1650-1654,
p. 103, 104.
[51] Izard. Op. Cit., 1981, pp.97, 98.
[52] Ibid., p. 109.
[54] Izard. Op. Cit., pp. 114.
[55] Ibid., p. 117
[56] R. P., Tierras, 1799, citado por Izard, IBID., nota 50.
[57] AGN, GCG. XXXI, 17, 23, certificación, Calabozo, 19-01 -1785;
XXXII, 176, 255, borrador de oficio al teniente, Caracas, 23-11-1785; y XLII,
165, 194-1 95, oficio, San Miguel, 16-08-1789, citado por Miquel Izard. Sin domicilio fijo… Op. Cit., p. 26.
[58] AGN, GCG, LXXVIII, 179, 303-332, el oficio de Guzman fechado en San
Carlos, 28-06-1799, citado por Izard. Ibid.,
p. 33, 34.
[59] AGN, GCG, XV, 57, 82-83, Araure, 4-07-1774; XLVII, 8,9, Caracas,
14-06-1792; CXIV, 104, 123-124, 10-07-1802; CXXVII, 15.49-50.4-05-1803; CXXIV,
201, 287-288, Caracas, 27-02-1803;y CXXIX, 111,153, San Carlos, 20-06-1803, en:
Izard. Ibid., p. 37.
[60] Martí. Libro de Providencias,
en Documentos Relativos a la Diocesis…
Op. Cit., 1969, tomo V, p. 352.
[61] Ibid., p. 353.
[62] AGN. Sección: Gobernación y Capitanía General. Caracas 21 de Julio
de 1784, Tomo: XXX, fol. 09.
[63] AGN. Sección: Gobernación y Capitanía General. Caracas 22 de Julio
de 1784, Tomo: XXX, fols. 11-13 vto.
[64] Ibid., fols. 12, 13.
[65] AGN. Sección: Gobernación y Capitanía General. Caracas 25 de enero
de 1785, Tomo: XXXI, fol. 32, 32 vto.