miércoles, 30 de abril de 2014

Insurgencias en la Villa de San Carlos 1678-1800 por Armando González Segovia

Insurgencias en la Villa de San Carlos 1678-1800



Subcapítulo de “Historia de la colonización 
en la jurisdicción de la villa de San Carlos de Austria 
como avanzada europea en los Llanos de Venezuela. 1678-1820”. 
Tesis presentada para optar al Título de Doctor en Historia. 
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 2013.



Cierta es la afirmación de Izard cuando refiere los llanos como un espacio de refugio de marginados y perseguidos desde el siglo XVII y principios del XVIII cuando se consolida como zona desestabilizadora porque la oligarquía blanca del norte intentó controlar los habitantes y la riqueza de los llanos y al no conseguirlo provocó un endémico enfrentamiento.[1]
Las tierras de los llanos sirvieron de espacio geográfico libertario a quienes que huían de la colonización europea, que eran desplazados y se negaban a ser oprimidos en centros poblados coloniales, de esta manera tanto indígenas que escapaban de pueblos de misiones y doctrinas así como esclavos que huían de plantaciones se refugiaban en tierras llaneras, donde la inmensidad del espacio poco conocido les permitía permanecer protegidos de la explotación, por este motivo el Estado metropolitano a través de sus agentes gubernamentales los declara insurgentes. Se les decía entonces montoneros, malhechores, bandidos, malentretenidos, vagos, sediciosos,  entre diversos calificativos cuya intención era justificar la más estricta persecución a los sectores explotados que buscaban vivir en libertad.
Mas, sin embrago, es preciso percibir como este enfrentamiento tuvo larga data, desde la llegada del conquistador y colonizador, agudizado en la medida misma que se imponían diversas formas de conquista. La rebeldía indígena fue constate y en esta se unieron los indígenas y africanos traídos en plan de esclavos a estas tierras y sus descendientes. Los llanos, fueron entonces un lugar estratégico de dominio por una parte para los explotados que allí se cobijaban y de otra para quienes quería apropiarse de la riquezas que existían en forma de semovientes cuyo alto valor dejaba grandes guanacias a lo que se suma que al incrementar la agricultura de plantación en la zona centro norte de la provincia, así como de las Antillas, aumentó el número de fugitivos denominados como “vagos” y “malentretenidos”, quienes se negaban a trabajar por el poco salario que se le pagaba, y el lugar de escape de los explotados fueron las regiones casi inexploradas del sur, hacia los llanos.[2]
Muchas son las informaciones que se documentan y que pueden dar lugar a una investigación dedicada a rebeliones y sublevaciones en la jurisdicción de San Carlos. Indígenas que eran “reducidos a población” de tipo colonial por la fuerza de las armas a través de “entradas” o “jornadas” para luego ser congregados en un lugar previamente escogido y de ellos mucha veces se fugaron en plan de rebeldía. Fue dos tipos de violencia, una la esgrimida por los europeos para someter a indígenas y esclavos y otra la de éstos para lograr su libertad.
En el “resumen histórico de la misión de los llanos, desde sus comienzos en 1658 hasta 1745, y el estado que tenía en este último año”[3] se hacen diversas referencias a estas acciones de rebeldía.
Lo primero que se observa es la descalificación que justifica como buena el acto de conquista, de imponer valores culturales y sociales diferentes, por ello refiere que “los indios que ha habido y hay en el territorio de esta provincia y en sus dilatados llanos, fuera de los primeros que se poblaron al principio de la conquista” se clasifican en la tercera clase (de los más bajos) puesto que “viven en more poecudum, como bárbaros y brutos, sin conocimiento de Dios, ni adoración falsa ni verdadera, ni subordinación a justicia ni a superior alguno porque no los tienen”.[4] Al calificarles de bárbaros, que el Diccionario de Autoridades[5] define como inculto, grosero, lleno de ignorancia, tosco y salvaje, entregan el argumento esencial que posibilita casi cualquier acción en pos de liberarles de ese estado y “salvarles el alma”. Difícil de creer resultaba a los indígenas seguramente aquella propuesta de salvarles al alma a costa de oprimirles y no pocas veces esclavizar sus cuerpos.
Luego se resalta la memoria histórica que poseían, porque pese a más de doscientos años guardaban los recuerdos de odios de generación en generación a pesar de “no tener protocolos ni escrituras” los cuales “conservan de padres a hijos la memoria de las crueldades que hicieron los primeros españoles que vinieron a las conquista, y de aquí nace el odio y el rencor que nos tienen”, y cuando logran venganza no solamente lo hacen contra quien les hizo daño sino “con toda su parentela y generación” lo cual “no hacen a golpe por su gran pulsanimidad, sino con hechizos y venenos ocultos y mortíferos, que los van consumiendo y acabando poco a poco”, de lo que existen “bastantes testimonios, que constan en autos que paran en la villa de San Carlos y Barquisimeto”.[6]
Asimismo se refiere que “son flojos, perezosos y haraganes, muy dados a la ociosidad y muy amantes de la libertad como las fieras del monte, por cuya causa se originan sus repetidas fugas que hacen de las misiones”;[7] por supuesto que los adjetivos calificativos de  flojos, perezosos, haraganes, ociosos; se les puede dar dos posibles hipótesis explicativas: Primero, era una forma de justificar cualquier acción que posibilitara la conquista o también pudo ser, en segundo lugar, una manera de oposición pasiva a la conquista, ya que el no producir a través la objetivación del trabajo, generaba problemas de abastecimiento que debían solucionar los explotadores misioneros y militares, ya que se necesitaba para la alimentación de cien indígenas entre hombres, mujeres y niños una res y dos fanegas de maíz, lo cual promedia doce pesos diarios, además de las herramientas de trabajo como hachas, machetes, tacises, calabozos.[8] Esta actitud debía ser motivada por su “amor a la libertad” que atenta no solamente con el problema religioso sino con el económico.
En 1665 fray Diego de Marchena con cuatro indígenas de guía en los llanos “redujo” a población española 300 indígenas “dázaros” que fueron agregados al pueblo de Tucuragua de donde huyeron a los tres o cuatro meses “después de haber gastado mucho en la manutención de dichos indios, vestirlos y darles a todos hachas, machetes, tacises y calabozos se huyeron todos a los montes” sin existir “más motivo que su veleidad, inconstancia y libertad que apetecen como brutos en los montes”.[9] Era la contraposición de una violencia opresora que pretendía someter a los indígenas al trabajo forzado con la violencia que busca la libertad que defendían los indígenas.
Al año siguiente (1666) fray Plácido de Belicena junto a dos indígenas guías realizó dos entradas, logrando congregar más de 400 indígenas en un pueblo que estableció en el sitio de Paraima, cercano al río Pao y al hato de Don Juan de Solórzano, gestionando alimentación con los hateros cercanos, así como ropas y herramientas de trabajo para los indígenas, pero estos “quisieron huir a los montes y volverse a su libertad”, Belicena les amonestó para que no se fueran ofreciéndoles que él les mantendría, los indígenas se enfurecieron, y vinieron armados con flechas, lanzas y machetes y “dentro de la misma iglesia le mataron a flechazos y a lanzadas, y, después de muerto, lo llevaron arrastrando para arrojarlo en el río” y lo hallaron el domingo de Pentecostés cerca de unos hatos cuando se dirigían a oír misa en el pueblo “lo hallaron desierto y la iglesia profanada, y salieron tres indiecitos huérfanos que se habían quedado escondido y relataron lo sucedido” y hallaron el cadáver por un chigüire que el fraile había criado y daba vueltas de la casa al monte y “siguiendo este animal le llevó donde estaba el cadáver despedazado y traspasado de flechas y lanzas y corriendo del cuerpo y sus heridas la sangre tan fresca como si lo acabaran de matar” y “sin el menor asomo ni señal de corrupción, solo las barbas que tenía quemadas a fuego”.[10]
En esos mismos años a fray Pedro de Berja con muchos de los indios reducidos, encontró más de mil indígenas le quisieron matar de lo cual escapó y logró poblar en las tierras altas de El Pao y “después de haber gastado con ellos mucho en su manutención, se le fueron huyendo poco a poco en parcialidades, perdiéndose todo cuanto había trabajado”; para 1670 el Padre Diego de Marchena realizó entradas a los llanos, logrando “reducir” 280 indígenas con los cuales se estableció otro poblado en Las Cocuizas del río Pao, cerca del hato de Manuel de Tovar, los cuales se huyeron  pocos meses; luego se hicieron otras entradas al río Portuguesa que poblaron en el sitio de Tucuragua de donde también escaparon.[11]
Entre 1678 y 1679 el padre Gabriel de Sanlúcar acompañado de algunos vecinos de la Villa de San Carlos, habiendo navegado por el río Portuguesa “no pudo conseguir el reducirlos, pues nunca les quisieron esperar a oír razones”, persiguió y “encontró más de doscientos indios gandules, armados en guerra con flechas, dardos y lanzas y embistiendo con el religioso y la escolta que llevaba, que era de solo veinte y cinco hombres” armados los cuales obligaron a huir abandonando las canoas, armas y bastimento que llevaban, obligando al fraile y su ejército a seguir a pie a la villa de San Carlos.[12]
Años después, en 1686, fray Ildefonso de Zaragoza con una escolta sacó 84 indios gentiles del río Portuguesa, persuadiéndolos que no lo hiciese, yéndose en una canoa con cuatro indios intérpretes, con poca escolta, donde fue emboscado, los indígenas se alborotaron de tal manera, gritando que lo matasen y le lazaron una flecha que recibió uno de los intérpretes, que lo atravesó hasta las costillas, la escolta salió a la defensa del misionero y los intérpretes, resultando heridos nueve españoles  dos indígenas heridos, logrando reducir 84 indígenas que poblaron en San Pablo de Tinaco.[13]
En 1690 fray Buenaventura de Vistabella, embarcado en una canoa con cinco o seis indios intérpretes por los ríos Tirgua, Cojede y Portuguesa que redujo para poblar en el sitio de Camaguán, cerca del río Apure, a dónde debían enviar indios de San José de Mapuey por ser tierras ricas en pesquería, pidiendo hachas, tacises, machetes, calabozos, cuchillos, para trabajar con sus familias, las cuales debían traerse desde donde estaban pobladas, llamaron luego a fray Arcángel de Abadía quien buscó las familias indígenas que pudieran caber en las canos y quisieron matar los indios a los misioneros los que “salieron huyendo por aquellos aguarales o mar a pie, con el agua a los pechos y a la cintura, con mucha hambre, tal que les obligó a apacentarse como si fueran bestias”.[14]
Fray Salvador de Casabermeja, con el fin de recuperar unos indígenas fugitivos de El Pao, en 1707 organizó una escolta armada de cien hombres al mando de Don Francisco Adam Granados y sin encontrar a los fugados llegaron hasta donde estaban los indios Masparros, quienes les tendieron una emboscada y les recibieron con sus flechas y los españoles usaron sus armas de fuego, logrando apresar 28 indígenas, después de tres meses de expedición. El mismo Padre Salvador de Casabermeja, luego intenta otra vez la reducción de los indígenas, esta vez solo en compañía de cinco indios intérpretes, los indígenas les tomaron y le cortaron la cabeza al misionero, echando su cuerpo al río y según algunos testimonios “se les aparecía dicho religioso difunto en los montes y les persuadía saliesen a poblarse en las misiones”.[15]
Se observa en el texto cómo se va gestando un imaginario, desde la mentalidad de los religiosos. Por una parte afirman no creer en hechizo ni brujerías, pero de otra incentivan las creencias en las mismas misiones. Tanto en el caso de Belicena como en el Casabermeja, por “obra santa” en el primero se mantuvo intacto su cuerpo y en el segundo salía a predicar la suave voz religiosa a los indígenas.
En 1715 fray Pedro de Alcalá con una escolta de soldados realizó una expedición a los ríos Boconó y Masparro, hasta las riberas del río Santo Domingo, en jurisdicción de Barinas y “redujo” 300 indios Achaguas que pobló en Cojede desde donde huyeron antes del año, no quedando más de nueve familias con cerca de cuarenta personas.[16]
Cuatro años después, en 1719, sale fray Salvador de Cádiz con dos indios guía para reducir una cantidad de indígenas que había noticia estaban en el río La Portuguesa y la Boca de El Pao, logrando que 77 se poblasen pero condicionaron a que fuera donde ellos quisiesen y escogieron La Concepción, en la riberas del río Pao, donde tenían  hato los señores Tovar y el Prefecto misionero ante el recelo que matasen al misionero Salvador de Cádiz, dispuso que Don Ignacio Sánchez fuese con una escolta de treinta hombres, agarrando más de sesenta y tres indios en el sitio de Las Caramas, llegando a tener 130 indios que poblaron en San Francisco de Tirgua.[17]
A pesar de diversas motivaciones aparentes, en diciembre de 1720 queda claro el sentido exacto de la conquista cuando “se dispuso una gran jornada con el intento de penetrar del otro lado del Orinoco, en demanda del Dorado” haciendo una considerable inversión en “fabricar embarcaciones a propósito para la expedición y en prevenir víveres, municiones y demás pertrechos para más de trescientos soldados que se reclutaron” y en la fueron tres frailes misioneros: Marcelino de San Vicente, Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz, en compañía de tres capitanes nombrados por Don Marcos de Castro, Gobernador y Capitán General, esto fueron: Juan Fernández de la Fuente, Don Miguel García y Don José Venegas. Por supuesto que una expedición de esta magnitud no tenía propósitos catequéticos sino económicos: La búsqueda de riquezas de oro que existían en El Dorado –o que se creía habían allí–, y al cabo de 14 días de marcha por la intrincada selva se encontraron con “más de mil indios armados para la guerra, de nación atapaimas, otomacos y guaranaos” y consideraron que con la gente que tenían y las condiciones que estaban “tratamos con buenas razones de persuadirlos a que se redujesen y se viniesen a poblar a nuestras misiones” para lo cual ofrecieron que los sustentaríamos y se le daría lo necesario y ofrecieron los indígenas que “como se fuesen los soldados quedase con ellos algún religioso, y que sus pueblos con sus mujeres e hijos los tenían a corta distancia”, para lo que los tres religiosos “resolvieron que uno de ellos, el que saliese por suerte, fuese el que quedase con aquellos indios, y los otros dos se volviese con la escolta y una capitanía de indios gentiles” de 48 personas que se habían quedado en El Real ya reducidos. La suerte tocó a Marcelino de San Vicente quien se quedó con dos indios intérpretes a quienes intentaron matar y luego de diversas conversaciones llegaron a convenir en dejarles en libertad, prácticamente no quedó fruto para la conquista de la costosa expedición.[18]
En el año 1721, fray Marcelino de San Vicente en compañía de Don Ignacio Sánchez Nadales lograron sacar 248 indios guaranaos para poblar el pueblo de Cojede, quienes por su “natural inclinación a la libertad y a los montes, después de cinco años que estuvieron poblados, se huyeron todos a los montes”.[19]
En 1726, los frailes Bartolomé de San Miguel y Salvador de Cádiz “con muchos soldados que llevaron en esta expedición”, comandados por el Alcalde Ordinario de San Sebastián, Don Juan Cevallos, lograron reducir 268 indios de nación otomacos, amaibos, guaranaos y guamos con los cuales se fundó la misión de San Rafael de Onoto y “dentro de dos meses hicieron fuga todos los expresados indios, y despachado en su seguimiento una escolta los alcaldes de San Carlos se aprehendieron los más y se restituyeron a poblado”, pertenecía este pueblo en sus inicios a la jurisdicción de San Carlos y al restablecerse en las riberas del Cojede, quedó en la de Araure.[20]
En el mismo 1726, una “capitanía” de 48 indios guamos y su capitán llamado Mostrenco, por una escasez de alimento solicita licencia a fray Buenaventura de Vélez, quien administraba el pueblo de Cojede, para buscar alimentos de frutas y cacerías, habiendo vuelto a los ocho días, luego vuelve a solicitar licencia y “juntando toda su gente, no volvió más, llevándose consigo otras familias de indios ya reducidos y cristianos; y lo que fue más sensibles a nosotros, muchos muchachos que hurtaron a sus propios padres cristianos”.[21]
Asimismo existen diversas manifestaciones de insurgencias y sublevaciones en la zona, tal es el caso del zambo Andresote (1732-35), quien apoyado por los contrabandistas holandeses, levantó indígenas y esclavos contra la Compañía Guipuzcoana en la zona del río Yaracuy, pero cuya organización se percibió en tierras de la jurisdicción de San Carlos.
Cuando la rebelión de Andrés López del Rosario, conocido como Andresote, el Cabildo de la ciudad de San Felipe, el 20 de agosto de 1732, se reúne para establecer reglas para la permanencia y pacificación del país y evitar que se haga otro levantamiento “como el que se está experimentando de los Negros y Mulatos esclavos y libres de todos colores que a estos viziosamente se les agregaban”, para ello solicitaban que todo negro o mulato sea obligado a traer su carta de libertad con licencia de la Real Justicia. En caso ser libre, de la parte de donde saliere, en la que se explique, por certificación de los Alcaldes Ordinarios “sus vidas y costumbres”, y en caso de no ser libertos, debían de traer su propia licencia y certificación “debiendo ser esta de cualquier parte a donde hubieren residido de dos meses arriba”, y asimismo lo zambos e indios debían traer licencia de sus corregidores cuando salgan de los pueblos, explicando el negocio por los que salen y el tiempo por el que fue concedida y que ningún negro ni mulato esclavo salga sin licencia de su amo o mayordomo. Estas reglas fueron también enviadas al cabildo de San Carlos y Guanare, donde fueron igualmente aprobadas[22].
Ante esta rebelión los misioneros toman parte activa a través de fray Salvador de Cádiz, misionero apostólico y Procurador General de las misiones capuchinas de la provincia de Caracas, quien hace presentación de los autos hechos por el Teniente de Justicia Mayor de la ciudad de Nirgua, que contienen dos testimonios autorizados sobre el pedimento del misionero al Cabildo de Justicia y Regimiento de esa ciudad para “entrar a predicar a los negros que andaban levantados” y otro decreto despachado por el Gobernador y Capitán General de esta Provincia don Sevn García de la Torre en el que le concedía el perdón de su Majestad “a los negros que se reduxessen mediante la predicación” y una certificación en la cual se afirma que los misioneros había reducido ciento sesenta y ocho negros quedando la costa enteramente limpia de ellos”.[23]
En 1744 fray Miguel de Vélez hace una jornada con la escolta de 45 soldados, comandados por Nicolás González, vecino de San Carlos, hallándose cercanos a una ranchería de indios otomacos en el río Cabuyare, por mala conducta de un cabo de la escolta, fueron asaltados los soldados de la escolta, iniciándose la batalla, huyendo los españoles.[24]
Juan Francisco de León[25]
El levantamiento de Juan Francisco de León tuvo repercusiones en el territorio de la villa de San Carlos de Austria, estudiaremos el caso basados en compilaciones documentales publicadas[26] y el libro de Lucas Guillermo Castillo Lara.[27] Es necesario comprender este Levantamiento en el marco de la consolidación del capitalismo mundial:

“El monopolio de la Guipuzcoana, por su propia naturaleza, favoreció el desarrollo del capital comercial-usurario en los cuadros económicos de la sociedad colonial venezolana y acentuó las contradicciones de clase entre terratenientes-agricultores, comerciantes-prestamistas, mercaderes y la masa general de medianos y pequeños cultivadores de la tierra, y de todos contra la `odiada compañía´ que en realidad materializaba un serio esfuerzo de la burguesía comercial española para ejercer el dominio económico sobre el territorio venezolano y cerrarlo al comercio ilícito, firme y seguro mercado de los productos criollos. Aspirar a cortar este lazo significaba incitar a rebelión, como en efecto ocurrió en el movimiento de 1749-1751, que posibilitó el ingreso de comerciantes y terratenientes caraqueños en la Guipuzcoana”.[28]
Es decir, se debe entender el problema en el marco del capitalismo mundial y la consolidación de la burguesía mercantil y como parte del proceso del surgimiento e implantación y afianzamiento del Estado metropolitano en tierras de Venezuela y América,[29] en especial en lo que significa la libertad de mercado para el capitalismo y que la Compañía significaba el lado opuesto.
En este sentido, los hijos de Juan Francisco de León, los jóvenes Nicolás Cristóbal y Francisco Solano de León, llegaron a tierras de la jurisdicción de la villa de San Carlos de Austria con unas cartas solicitando ayuda un movimiento promovido por su padre, Juan Francisco. Uno de ellos duró más de un mes en la población de Tinaco, en el sitio de Don Mathias de Oballe, con un fuerte armamento, tal como lo demuestra la siguiente documentación:

“...no haviendose manttenido endha Ciudad mas de una noche al amanezer salio y siguio biaxe al ttinaco en donde se manttubo Cosa de un mes dexando descansar la mula, asta que llego a dho sittio Dn Mathias de Oballe, en comp.a de ocho Hombres con sus Armas de trabucos y terzerolas...”[30]
Al seguirse causa por la sublevación, el 08 de agosto del año 1749, Faxardo, Pedro Pablo Dorantez, Miguel Rodrigues Vidal y Lucas Peres al ser interrogados sobre los sucesos relativos a la insurrección de Juan Francisco de León informan que se expidieron circulares y órdenes en diversos lugares de la Provincia como las Villas de San Carlos, Araure y la ciudad de Carora para alertar sobre la situación de insurrección que se venía desarrollando en diferentes lugares tierra adentro:
“...Se expidieron circulares hordenes practicadas en los demás lugares dela Prov.a y depuestos los th.tes echuras comenzales y dependientes de dha compañía en las Villas de S.n Carlos, Araure y Ciudades de Carora mediante el despacho que Seintimo por el Perzro que le condujo en cuya observancia...”[31].
En esta información se refiere por vez primera a las ciudades, villas y pueblos de la provincia del levantamiento de Juan Francisco de León. El 16 de mayo de 1749 Miguel Blanco Uribe, Juan Nicolás de Ponte y Solórzano, José Felipe Arteaga, José Miguel Xdler y Juan Tomas de Ibarra exponen ante Luis Francisco de Salas, Escribano de Cabildo de la existencia de una conmoción por el movimiento que promovía el levantamiento, el cual ya alcanzaba casi toda la provincia:
“...al fin de que para dar cuenta a Su Majestad (que Dios guarde) de la conmoción causada en esta dicha ciudad, con la venida del Capitán Juan Francisco de León con porción de gente armada, al de exterminar a la real Compañía Guipuzcoana, y echar de estas provincia a sus factores, dependientes y sirvientes, con justificación correspondiente de la verdad de este hecho, se certifique por S.S. de este Concejo lo que hubiere comprendido y sabido acerca de la improvisa noticia que se tuvo en esta referida ciudad, el día 19 de abril próximo pasado a la una de la tarde ... la gente que seguía al expresado León eran mucho más número de 700 hombres de armas, cuya noticia habida por dicho señor Gobernador y Capitán General...”
Juan Francisco de León promovió un movimiento provincial que debe ser estudiado en su magnitud, porque intentaba romper el monopolio que poseía una compañía, denominada Guipuzcoana, para conseguir precios justos por sus productos, entre los cuales se encontraba el cacao y el tabaco, el monopolio de este último se le denominó estanco. En el inicio de la gesta de Juan Francisco de León logró reunir más de setecientas (700) personas en armas para enfrentar el poderío del Estado metropolitano español con la intención de exterminar la Compañía Guipuzcoana y expulsar a sus representantes en la Capitanía General de Venezuela.
El 13 de diciembre de 1750 Juan Francisco de León solicita de la Real Audiencia basado en informes provenientes de las  ciudades y villas de tierra dentro, donde se demanda judicialmente  con la finalidad de estimular todos a cultivar el cacao, contrariando la restricción existente. Afirma que muchos le darían de mano, sino fuese por los intereses que existían, como ocurrió en muchas partes tierra adentro con el tabaco,[32] motivo por el cual plantea la necesidad de luchar por la libertad de comercio.
El 27 de junio de 1751 Juan Rossel informa que poseía noticias de una persona que vio al hijo de Juan Francisco de León, cargado de armas en San Carlos y no hubo quien hablase en su contra en esta Villa, afirmando que posiblemente tenía a su disposición de ocho a nueve mil indios y de doce a trece mil hombres de fusil, mientras él no estaba en condiciones de hacerle frente armado:
“...tengo Nottisia de Persona ocular que Vio entrar el hijo de Juan de leon, y aun primo suio en la Villa de Sn. Carlos en punttos de medio día, Cargad.s de Armas, y Noubo quien en su Contra Hablase; anttes si todos a sufavor, y Haviendo llegado adha Villa, algunos q.e Iban de los V.s de Aragua, y esttos Haver dho, que ttenian sittiado a Juan Fran.co de leon (...) Concuia Notisia Aseleradam.tte salio el dho leon, susobrino, p.a latierra adentro donde disen, tendran 8 a 9 mill Indios, dose atrese mill Hombres de fusil, todos Prompttos, a Marchar Conel aviso de Una Cartta (...) Me hallo sin Polbora Nibalas enestta Ciudad, la epedido ael Com.tte de Puerto Cavello No se si dejara de darla Por no ttener orden de Ver.a”.[33]
Antonio Báez ratificó lo expresado por Rossel (29/06/1751), la documentación continúa:
“...corren Vagas vozes, que dizen, q tienen siete pueblos de Indios con sus casique aquererme acometer (...) en medio deestas Voses Vagas tome la determinaz.on de servir al Correg.r de Balenzia, al de S.n  Carlos; y al Guacara, que si tiene alguna novedad en sus distritos, como fuese de ellos, que como Leales Vasallos meden aviso de todo, a fin, que con tiempo pueda dar mis probidenzs asegurando a V.E. que si sucediese el Caso...”[34]
Hubo informaciones que Francisco de León, llegó en compañía de un joven isleño, de nombre Juan Lázaro, pidió posada, en la que permaneció un día. Los informantes, Don Félix de Fuenmayor y Thomás Ortiz, refieren que llegó hasta Guacara, se les oyó decir que iban hasta San Carlos.[35] Francisco de León, hijo de Juan Francisco de León, declaró (14/03/1752) que teniendo en su presencia el escribano y recibiendo el Juramento que hizo por el nombre de Dios Nuestro Señor:
“...salió por el sittio del Carrizal acompañado deun Ysleño nombrado Juan Lazaro couna Cartta que le enttrego Mathias de Mendosa diziendole era de Su Padre del Declarantte Rottulada a Dn Mathias de Oballe que estava enel Pueblo de Maracay...
...sacasen copias y remitiesen A las Ciudades de tierra denttro, lo quese executto, y le dijeron queuna llevaba, fuen m.or para la Villa de San Carlos y que aunque serremirieron otras para Valencia, San Sevastian, y la villa de Cura, no save que sugettos las conduxeron, que ottra serremittio a Guanare, y tanbien ignora conquien que al Declarantte le dio ottra Copia dn Matthias de Oballe para la Ciudad del ttocuyo y queeste era quien despacho todas las demas Carttas que lleva relacionado...”
Es decir, la información hacia la provincia fluyó a través del medio del momento, las cartas, a las cuales se le sacaron copias y remitieron a las ciudades de tierra adentro, lo que se ejecutó sin dilación alguna. Una la llevaba Fuenmayor para la Villa de San Carlos y aunque se remitieron otras para Valencia, San Sebastián y Villa de Cura, no se supo quienes las condujeron; otra se remitió a Guanare, ignorando a quien se dirigía, el declarante le dio otra copia a don Matthias de Oballe para la ciudad de El Tocuyo y éste era quien despacharía todas las demás cartas de la zona.
Continúa la declaración afirmando que llegaron a la ciudad de Guanare y se hospedaron en casa de un mulato de nombre Bonifacio, quien vive cerca de dicha ciudad y al día siguiente pasó don Mathias de Oballe en Compañía de quien declara, continuaron su viaje al Tinaco, y en los conucos del sitio nombrado La Danta (caserío cercano a Tinaco), donde se mantuvo en tierras de Juan Ignacio Rodríguez y sus hermanos sembrando tabaco hasta que llegó la noticia de que en Valencia se había promulgado la orden de Su Excelencia contra el padre del declarante y sus hijos; entonces fueron corridos por los dueños de la casa y tomaron el camino para Barinas.
“...de allí su viaxe al tinaco y en los Conucos que en el sittio nombrado La Dantta tienen Juan Ig.o Rodriguez y sus Hermanos semanttubo sembrando tavaco asta q llego la nottizia deque en Valencia se havia promulgado bando orden de S. E. contra el Padre de el que Declara y sus Hixos que Corridos delos Dueños delas Casas tomo su Camino para Varinas...”
Francisco Solano de León declaró el 13 de junio de 1752 que llegó  al sitio del Tinaco en compañía de don Félix Fuenmayor, en donde se mantuvo algunos días y de allí pasó a Casa don Balthasar de Fuenmayor, Cura de la Villa de San Carlos, quien le despidió luego, y le mandó a un lugar nombrado la Cattanla (todavía mantiene el topónimo Catalda), donde le socorrió con dos bestias mulares.
El caso del Presbítero Balthasar de Fuenmayor, Cura de la Villa de San Carlos, es digno de referir. Lucas Guillermo Castillo Lara, quien trabaja el tema ampliamente, refiere:
“...El Vicario Foráneo de la Villa de San Carlos de Austria, Pbro. Esteban de Herrera, le atribuía al Cura Rector de la Parroquia de ese pueblo, haber dicho: que si no había otro medio para resistir al establecimiento de la Compañía, aclamarían al Rey de Inglaterra por Soberano, con condición que les dejase vivir en la Ley Católica y obediente al Vicario de Cristo...[36]
Es decir, en San Carlos hubo un enfrentamiento fuerte entre las autoridades por el apoyo al levantamiento de Juan Francisco de León, cuando la intención de un grupo de  expulsar a los de León de la villa sancarleña otro grupo los defendía, lo cual originó un gran alboroto, motivando que al día siguiente, el Teniente Justicia y el Alcalde reunieron gente para hacer preso a Nicolás de León, pero a éste se le habían juntado más de 30 isleños armados e hicieron resistencia. Refiere Castillo Lara que:
“...Cuando estaban a punto de acometerse ambos bandos, intervino el Cura Licenciado Baltazar de Fuenmayor y su hermano el Teniente Cura Pbro. Francisco de Fuenmayor, y trataron de llevar a Nicolás a la Iglesia para resguardarlo. Pero éste se negó a ir a un asilo, para que no pudieran discurrir que iba a refugiarse. Mas ante las persuasiones de los dichos sacerdotes, que también eran fervorosos partidarios del Movimiento, convino en ir a la casa de ellos, y los contrarios optaron por retirarse. Todo se sosegó, y Nicolás de León continuó su viaje tranquilamente”.
La actuación anterior produjo acusaciones contra el Padre Fuenmayor. En una carta confidencial enviada al Obispo por el Pbro. Br. Don Esteban de Herrera, Vicario Foráneo de la Villa de San Carlos, fechada 18 de septiembre de 1751, se hacían graves imputaciones al Padre Fuenmayor. Se refería que dicho Padre estaba seriamente enfermo, mal de la cabeza, como le sucedió hacia 1732 o 33, cuando se le había prevaricado el juicio a causa de la “calentazón de cabeza”. Pero las denuncias contra el Padre Fuenmayor no se referían a su moralidad, que era intachable, sino a omisiones, errores y negligencias en su ministerio, y a su actitud favorable a de León y contra la Guipuzcoana; lo acusaban:
“De ser moroso y descuidado en la enseñanza de la Doctrina Cristiana. De no haber prestado debidamente los servicios de su ministerio cuando allí dio una peste, destemplanza catarral, que causó muchos muertos, y no atendió por sí ni por sus Tenientes Curas a los enfermos del campo. De predicar en muy escasas ocasiones, y en sus pocas pláticas mezclar como ejemplos, casos apócrifos y dudosas apariciones que calificaba de milagros...”
Entre las denuncias más grave que se hacían se encontraban las referentes a que los desposeídos tomasen los bienes de los pudientes:
“Las ocasiones más graves del Padre Herrera se referían a la materia política. De los religiosos estaba el caso del Padre Fray Salvador de Guevara, franciscano, patrocinado por Fuenmayor, quien había predicado allá en San Carlos dos proposiciones muy atrevidas. Una, que los esclavos que hurtaran a sus amos vinieran a él, que por su condición de necesidad les absolvería sin más explicación ni limitación. Otra, que el motivo de haber permitido Su Majestad la esclavitud fue, para que a los traídos de la gentilidad, les enseñasen sus amos ley de Dios, y les diesen alimentos y asistencia. Esto ya no se veía, por lo cual ya debía derogarse esta ley. Y esto se predicaba, decía el Padre Herrera, justamente cuando andaban los negros pretendiendo la sublevación para ser libres”
Igualmente afirmó que el Padre Fray Antonio Frías de Salazar, llamaba borricos a las personas, mientras se parcializaba con los isleños, llegando a afirmar que algún ángel había inspirado a de León y sus facciones.
“El año próximo pasado, decía, luego que sucedió el primer exabrupto, se mostró muy complacido de la expulsión que pretendía de la Compañía. Y fue tal la resolución del Padre Fuenmayor, escribía el Padre Herrera, que en su plática abominando de la Compañía dijo, que aún la de Cristo Nuestro Redentor fue mala, pues en ella estuvo un Judas, y hasta la muerte la tuvo en Compañía de dos Ladrones”.
Asimismo inculpaba que habían amparado y protegido a Nicolás León, el hijo de Juan Francisco, cuando estuvo en San Carlos con cartas para lugares tierra adentro. En esa ocasión, el referido Nicolás tuvo ardorosa discusión con uno de los Alcaldes de la Villa de San Carlos y a la mañana siguiente hubo convocación de gente por el Teniente Justicia para otro asunto, presumiéndose que era para prender a dicho hijo de León, el “Leúnculo” como lo llamaba el Padre Herrera. Lo anterior motivó que el Cura Don Baltasar y su hermano el Teniente Cura, junto con 30 isleños armados que se reunieron, fueran a buscar a Nicolás León y lo llevaron a su casa para que le sirviera de asilo. Sosegada la inquietud y el tumulto, se pudo marchar Nicolás León.[37]
Con anterioridad el Padre Baltasar Fuenmayor había mantenido ocultó a Francisco Solano León en su casa de San Carlos, por dos o tres días, receloso que pudiesen apresarlo. Luego, el Pbro. Herrera, en una Ermita ubicada en el sitio Tinaco arriba a seis leguas de esta Villa, estuvo unos cinco días Francisco Solano León. Los referidos jóvenes Nicolás Cristóbal de León y Francisco Solano de León eran los dos hijos de Juan Francisco de León, quien nació en El Hierro, en las Islas Canarias en 1692. Es considerado como el fundador de Panaquire y el iniciador del cultivo del cacao en este lugar, para 1742 se estima que tenía plantados unos catorce mil (14.000) árboles. Fue nombrado comisario y se residencia definitivamente en Panaquire.
Martín de Echeverría fue nombrado Cabo de Guerra y Teniente de Justicia el 7 de marzo de 1749. El 3 de abril de ese año Juan Francisco de León se niega a entregarle  el cargo a Echeverría y el 19 del mismo mes llegó a La Guaira con un grupo de habitantes de Panaquire, Caucagua, Guatire y Guarenas, entre otras poblaciones.
La rebelión contra la Compañía Guipuzcoana que duró desde 1749 hasta 1752. Organizó un movimiento en diferentes partes de la Provincia, no solo en Panquire. Esta insurrección se inició en los valles de Barlovento, extendiéndose hasta los valles del Tuy y abarcó casi toda la provincia de Caracas, como se percibe en la documentación citada. Las características del levantamiento de Juan Francisco de León debe ser estudiado desde un enfoque mucho más amplio que la visión localista del “Levantamiento de Panaquire” que hasta ahora se le ha dado.
Panaquire, al ser un levantamiento contra el monopolio de la Compañía Guipuzcoana, como única empresa del Estado metropolitano español legalmente facultada para el comercio mundial, aborda un problema económico de fondo del sistema español, al atentar contra ella se violenta el régimen imperante tocando aspectos políticos y económicos esenciales en el sistema colonial.
La sublevación contra esta compañía es un acto de valentía, por la situación de solidez que se encontraba ésta. Hacía apenas seis años, en 1743, cuando se había enfrentado  a una escuadra de diecisiete navíos ingleses al mando del comandante Knwles, en el puerto de La Guaira, con una participación decisiva, lo cual le permitió tener el privilegio, por una Real Cédula, que los Jueces de Cádiz no tenían jurisdicción sobre ella.
Esta poderosa compañía, conocida como Guipuzcoana o Compañía de Caracas, inició sus actividades con millón y medio de pesos, a pesar que inicialmente se había estipulado tres millones para su funcionamiento. En el comienzo de este movimiento envió dos fragatas con ochenta mil (80.000) fanegas —a un promedio de 55 kilogramos por fanega— de cacao comprado por diez (10) pesos cada una y vendido a cuarenta y cinco (45), con un producto neto de setecientos treinta y ocho mil (738.000) pesos. Se dio inicio a esta compañía por la Real Cédula del 25 de septiembre de 1728.[38]
Para conseguir el sólido apoyo que se percibe en diferentes lugares, Juan Francisco de León debió consolidar una base social que comprendiera las propuestas que realizaba y que las percibiera válidas. Ahora surgen las preguntas que permiten generar temas de discusión en clase ¿Cómo plantear el estudio de estos factores cómo parte de un proceso de crisis y desgaste del sistema colonial?  Como quiera que intenta dejar unas pautas que puedan servir de guía metodológica o para la discusión sobre un tema muy rico el cual aún no ha sido explotado, ya que este levantamiento que abarcó los territorios de Guanare, Araure, Tocuyo, San Carlos, Tinaco, Barinas, entre otros lugares más, donde el pensamiento y la acción antimonopolio de Juan Francisco León llegó, la cual constituye un movimiento organizado digno de estudiar en su justa dimensión.
Constante rebeldía
La situación geográfica de San Carlos, como lugar estratégico, debió ser en todo el tiempo colonial un constante centro de insurgencias para aquellos que al enfrentar la opresión asumieron formas directa de lucha, o escaparon a las cumbes o cimarroneras, las cuales no solamente fueron de africanos y sus descendientes esclavizados, sino también poblados de indígenas y criollos que igualmente sentían un profundo descontento contra el sistema del Estado metropolitano en América.
La zona sur de la jurisdicción de la villa de San Carlos era un reducto importante de insurgentes tanto indígenas como negros, denominado como malhechores, montoneros, hacia 1785 desde Tinaco se informa el Gobernador y Capitán General que los indígenas alzados que habitaban en las cercanías del río Portuguesa hacían inhabitable esta zona para los blancos por el constante robo del ganado.
El 11 de enero de 1789 se informa que en las riberas del río Portuguesa, en los límites de la jurisdicción de San Carlos, “se hallan refugiado un crecido número de ladrones y malhechores de donde se desprenden al Llano para cometer todos los excesos a que la deliquencia y atrocidad de su vida los convida” y, en consecuencia, se expidieron ordenes al comisionado y Juez de Llanos de la villa de Araure y la de San Carlos, Don Joseph de Sosa y Miranda, para que salgan en su persecución y apresen a “esos bandidos”, debiendo comunicar “las más estrechas órdenes a los Cavos de Justicias de los Pueblos que pueda a hacer en las cercanías de la citada montaña para que a su requerimiento le presenten cuantos auxilios necesite” para cumplir con esta trabajo.[39] Años después la situación continúa y para 1792 el Teniente de Justicia Mayor de El Pao le solicita al Teniente de Justicia Mayor de la villa de San Carlos que auxilie las fuerzas para “contener algunos malhechores”.[40]
Ese mismo año de 1792, en el Ayuntamiento de San Carlos se acordó destinar una persona para hacer el registro de las “Tazajeras públicas y reconocimientos de los reos”, así como “para examinar de los fierros de estas son conformes, con los que juntan en las papeletas donde piden las licencias”, por lo que es necesario asignarle el estipendio mensual por su trabajo al personal que realizará esta labor, costo que debe calcularse para estipular el pago que debían hacer “cada miliciano”.
Según el Reglamento no es potestad del Cabildo esta función, sin que sea proveído por Real Cédula para la milicia a su mando y “los pocos milicianos que se exercitan en la venta de carne, que no llegan a seis y esos muy pobres” y las cuando hay matanzas furtivas, “dejan libres las más perjudiciales y dignas de repararse, que son de los campos, y casas particulares de los poblados, que con lo que estos y los mas que se ocupan en el abasto de carnes al público”, aunque sea “medio real por cada res que les reconozcan”, y será “demasiado para pagar un hombre de confianza que se elija para el fin de recorrer gradualmente las tasajeras y casas donde se mate ganado, aunque sean de filiados”, y deja libres a éstos solamente de la contribución de la cisa, o pecho, por el privilegio que gozan.[41]
En otro expediente figura un oficio del Gobernador y Capitán  General, Unzaga y Amezaga el  6 de diciembre de 1780 donde solicita que manifiesta al Rey los progresos hechos desde el establecimiento de los Jueces, reiterando “la utilidad de estos ministros de ganados se demuestra cada vez más, de manera que los hacendados reposan libres de aquellos continuados insultos de ladrones, los ganados se han aumentado considerablemente, y los costos son ningunos”, pues afirmaba no debían devengar sueldo alguno,[42] pero los beneficios del usufructo del poder debió compensar con mucho los pesos que se les hubiesen asignado, ya que en sus manos tenían la decisión de lo correspondiente a la inmensa riqueza ganadera de la zona.
La aclaratoria se debía que algunos vecinos de otras poblaciones se lamentaron igualmente del gravamen que representaba este aparato represivo de los ganaderos estipulado en la Ordenanzas de los Llanos. Todavía el 15 de marzo de 1802 los ganaderos de Barquisimeto, a través del Cabildo, protestaban por el impuesto que se les cobraba por cada res entrada para mantener el resguardo de Llanos, a pesar de que éste ya había sido suprimido, y añadían que normalmente eran “vecinos pobres” los que cuando habían reunido algún capital iban a los Llanos a comprar ganado. Los vecinos terminaban su oficio significando que si no podía suprimirse el impuesto estaban dispuestos a buscar una alternativa, organizando ellos mismos una ronda para perseguir malhechores o vigilar la cárcel.
En este marco organización de los sectores pudientes para evitar que los desposeídos pudiesen tomar ganados para su sustento, argumentando el abigeato, es que se organizan diversas fuerzas represivas las cuales, en oportunidades generaron oposición entre los mismos grupos de élite, como el ya citado caso de protesta de los ganaderos de San Carlos contra el Cabildo de Caracas, apelando una decisión del Gobernador y Capitán General Joseph Carlos Agüero, quienes no aceptaron la decisión y apelaron a la Audiencia de Santo Domingo y allí la sentencia determina que el Gobernador no tenía potestad para crear estos cargos ni exigir contribuciones y para el 22 de marzo de 1775 le ordena que remita todos los autos realizados para la creación del cargo de Juez General de Llanos, el salario y el repartimiento, Agüero no remitió los documentos solicitados y la Audiencia decidió suspender el pleito.[43]
Dos acciones promovidas por los vecinos de Caracas y el Gobernador: el repartimiento de pesas entre los vecinos de la ciudad de San Sebastián y villas de Calabozo, San Jaime y San Carlos, no sólo para solventar la crisis sino, de forma perpetua y el establecimiento de los Jueces Generales de los Llanos, eran tendientes a solventar un problema esencial en la coyuntura de crisis que vivía la capital: una aguda crisis de abastecimiento de carne y, en el caso de los Jueces, organizarse para evitar los “campos volantes” y las sociedades que se establecían al margen de los poblados bajo la autoridad real. Estas normativas fueron opuestas y apeladas con toda entereza por los vecinos de San Carlos, lo que debió  generar en el Gobernador Agüero un profundo resentimiento, en razón que no acataban estas propuestas y acudían a instancias superiores a la resolución jurídica de los mismos. El primero llegó hasta el Consejo de Indias y el segundo hasta la Audiencia de Santo Domingo favorable a los vecinos de la villa. De hecho, en ambos casos, no se dio respuesta a las autoridades superiores en las cuales se planteó la querella, lo cual indica que se estaba claro en la ilegalidad de estas medidas o sencillamente por soberbia de la autoridad provincial, lo cierto es que deja clara la animadversión existente entre los vecinos de San Carlos y el Gobernador Agüero.
Pero el caso de los Jueces de los Llanos no cierra allí, hacia el 18 de noviembre de 1777, el Gobernador siguiente Luis Uzanga y Ameguaza, previa consulta al Rey  sobre el cumplimiento de la Ordenanzas interinamente, determinando siete zonas de acción e igual número de Jueces, pero se eximía a San Carlos hasta la decisión de la Audiencia, el 24 de diciembre del año siguiente; el Auditor Interino, don Cecilio Oduardo, reseña que la figura de Jueces de Llano se había contradicho por los Alcaldes de la Santa Hermandad y provinciales de villas, ciudades y lugares ya que actuaban sin aprobación del Rey ni de la Audiencia y se presentaban querellas frecuentes sobre las competencias jurisdiccionales y unos aducen la autoridad de las leyes y otros la de los Gobernadores.[44]
Posteriormente se argmenta que el abigeato “había llegado a un extremo lastimoso, los caminos estaban llenos de ladrones que, en cuadrillas, hacían frente a las Justicias, sin que estas se atreviesen a contenerlas, se experimentaban muertes, asesinaos y otros excesos” lo cual provocaba que los hacendados se reusasen a asistir sus hatos, descuidándolos en prejuicios de sus propios intereses y de la Provincia, según escribe Juan de Guillelmi; otro Gobernador y Capitán General, en vista de la necesidad de formar “un sistema fijo a que debería arreglarse los sujetos comisionados al exterminio de los ladrones”. La Audiencia decide crear una fuerza armada para reprimir el abigeo y perseguir a los esclavos fugitivos, dirigida por un comisionado que nombraría el Capitán General en lugar de los Jueces de Llano, así se nombra el 27 de abril de 1789 el Comisionado y 38 hombres, divididos en cuatro cuadrillas de diez hombres cada una. El Comisionado con un sueldo de 900 pesos anuales pagados por tercios, el Teniente con 700; el cabo con 500; y cada soldado con 25 pesos mensuales, lo cual totalizaba 13.600 pesos anuales que debía recaudar los entre ganados y quesos. Estos no tendrán autoridad jurisdiccional sino que actuarán como celadores contra delitos y delincuentes y perseguirán fuera de poblado a malhechores. De esa forma muere la figura del Juez general de los Llanos y surgen la de las Cuadrillas de Ronda,[45] que como estudiaremos a continuación tiene funciones represivas tan contundentes como las anteriores para las poblaciones que se habían escapado de los poblados coloniales y vivían en cumbes y cimarroneras.
Este fue el brazo ejecutor que inició un proceso de marginamiento de la sociedades llaneras por lo menos en tres sentidos, según plantea Izard: Uno por el “progreso” desde la óptica europea que requería someterle; dos desde la historiografía de vencedores que les excluye, a pesar de la importancia que tuvo en el siglo XVIII y para la gesta de independencia hasta principios del siglo XX y, tres, los estudios de la cultura que los ha relegado en el supuesto que carecen de singularidad cultural.[46] Y este período de marginamiento empieza precisamente en el tiempo que los llanos sirvieron de refugio a estos grupos sociales al margen del orden colonial, donde se entremezclaron indígenas y esclavos fugados para constituir esa nueva neo etnia que dominan la bestia, los de a caballo y las faenas ganaderas o “de Llano”
Desde la introducción del ganado en el siglo XVI, la ganadería en los llanos eran generalmente la caza de ganado cimarrón, separado o vendidos a cebadores o engordadores que los llevaban hasta los valles de Aragua y Caracas, en travesía que duraba uno o dos meses con descanso en zonas donde hubiese pasto y agua.[47] En el tiempo colonial y republicano no existían cercas en los predios llaneros ya que la misma legislación indiana prohibía cercar campos de bosques, aguas y pastos, como mandan por los reyes católicos; esta proscripción para cercar con permiso se mantuvo hasta Carlos III, y cuando por una causa justificada se podía levantar y al cesar esos motivos debían derribarse las cercas[48] .
Se herraban los becerros en rodeo en una especie de junta ganaderos, al aire libre en ribetes de cabildo abierto donde se discutían y resolvían problemas; a la vista y con anuencia de todos se herraba el treinta por ciento (30%) como promedio de producción anual del hato y se arreaba hacia el predio del hato correspondiente.[49] Estas faenas de rodeo colectivo, se impuso al rodeo individual de cada hatero que se practicaba en los inicios y que se reguló a mediados del siglo XVII, cuando una Real Cédula
“...assí fue determinado fue prohivir de que no se hisiesen baquerías de por si sino de todos juntos y en conformidad, dándose de ello noticia a los dueños, y que el que faltasse de acudir a ellas no tubíese (sic) derecho en las que assi se hiciesen y que, para tenerlo, tubiese también obligación de tener jente, casas, corrales y cavallos en la población de dichos hatos para las ayudas de lo que en ello se ofrecie (se) y para hacer dichas vaquerías, y que no llevasen ni sacasen más ganado de aquello que les perteneciese…”
Asimismo regulaba que no se “hisiesen matança en dichos ganados para hacer de ellos sevo y manteca si no fuese a puerta de corral y a bista de los ynteresados y de sólo la parte que a cada uno tocase”, ni que se pudiesen sacar los ganados por otros caminos que no fuera del real, determinándose la pena de perder los ganados y caballos que en ello tuviesen y el “destierro en dichos baqueros y demás penas sobre ello impuestas”.[50]
Obligados por la circunstancias más el interés de solucionar los problemas y el temor que un hatero que le tuviese mala intención y le denunciara, debieron comenzarse a hacer los rodeos colectivos a sabana abierta hasta convertirse en una práctica social común entre los ganaderos, capataces y peones de hatos. Allí la necesidad se ajustó a una apropiada norma para conjugarse en una legislación efectiva.
Una actividad de este tipo necesita mucha mano de obra pero por poco tiempo, no podía constituir delito puesto que tanto llaneros como propietarios la practicaban tanto para la subsistencia unos como para el comercio los otros, y era asumido como delito solamente por los propietarios quienes por lo demás no invertían dinero en la crianza, puesto que era mostrenco o cimarrón, es decir ganado sin dueño. Durante el tiempo que duraban sin trabajo, sin contrato para rodeos o para transportar ganado, se dedicaban a la misma actividad para la subsistencia combinada con la siembra de algunos cultivos que le servía para acompañar los tasajos de carne; además existía el bandido quien cometía otros delitos que estipulaba la legislación indiana y que Izard clasifica en aislados, que eran llaneros que actuaban solos para defenderse de una ley que los marginaba; éstos se podían unir en pequeñas partidas para sobrevivir, contando con el apoyo de los mismo grupos que vivían en poblado quienes no les delataban. En otras oportunidades conformaron grandes grupos organizados “que podían poner en peligro el orden establecido, dado que no solo se defendían y huían sino que atacaban las fuerzas represivas”.[51]
Durante el tiempo colonial los Llanos sirvieron de “refugio de marginados y perseguidos, a partir de una fecha que desconocemos situada entre la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII pasaron a ser una zona desestabilizadora”, porque se intentaba “controlar a los hombres y riquezas de los Llanos, y al no conseguirlo, provocó un endémico enfrentamiento” que duró hasta principios del siglo XX.[52] Es posible que las  primeras ordenanzas de los Llanos daten de inicios del  siglo XVIII, ya que hasta ahora la más antigua es la referida por Manuel Lucena Salmoral, en el trabajo ya citado sobre las Cuadrillas de Ronda en los Llanos venezolanos.[53]
En todo caso e independientemente de la fecha, es a partir de la promulgación de las Ordenanza de los Llanos promovida por las élites del poder ganadero que surge la figura del abigeato, haciendo un delito de la cacería ganado salvaje. Aunque este ganado orejano, cimarrón o mostrenco era completamente libre, según recoge Izard basándose en una afirmación de Bolívar Coronado. En este mismo sentido, Armas Chitty refiere un documento de 1765 donde se afirma que para esa fecha había diversos jueces de Llano, cargo que ejercían en oportunidades los mismos propietarios, además de recurrir a los sacerdotes para que desde el púlpito censuraran a los grupos que les enfrentaban desde los montes.[54]
La zona entre San Carlos y Araure eran de importancia estratégica y se necesitaba un extremo control sobre ellas y bajo el pretexto de “composiciones a beneficio del Real Erario” se hostigaba a los vecinos de los pueblos de misión establecidos quienes “huían a los montes” en diversas oportunidades para escapar a la represión colonial.
Izard  cita la querella entre Don José Gavino Pérez y el juez de Llanos de San Carlos, José de Sosa Miranda, donde se agravan los conflictos entre grandes y pequeños ganaderos, porque los primeros intentaban imponerse a través de “nuevas y más drásticas ordenanzas”. Pérez afirma que se le acusó abigeato falsamente, y que “el juez lo había detenido con sus dos hijos, uno de los cuales y José Gavino habían pasado cinco meses encarcelados sin juicio y el otro seguía encerrado”, y según su versión esa acusación “derivaba de una vieja rivalidad que le oponía a un cabo de ronda”. Pérez, hombre de escasos recursos, fue defendido por el procurador de pobres, y de entrada se aseguraba que en la Real Hacienda se conservaban casos sobre diferentes hechos perpetrados, ya referidos por el citado juez y el cabo de ronda; Pérez residía desde hace tiempo en Quebrada Honda, “por lo que tenía derecho a los orejanos y mostrencos que allí resulten, derecho del que venía usando desde siempre sin que se hubiesen opuesto sus colindantes”; sin embargo ahora se presentaba cargo puesto que en las nuevas ordenanzas se priva del derecho consuetudinario a quien no fuese dueño como mínimo de “nueve leguas de tierra y 200 becerros de hierra”, en la defensa se señala que las nuevas ordenanzas no habían sido aprobadas por el rey, “y que de ellas sólo se practicaba lo que se refería a elección de jueces y rondas” y que estas sólo favorecían a los grandes propietario.[55]
El procurador de pobres esgrime acertadamente que “los ricos están autorizados para robar los animales de los pobres, pues es cierto que todos los que llevan la denominación de criadores tienen y pueden tener hijos desmadrados y animales alzados que paran y críen en las rochelas” porque cuando “menos un igual derecho a los orejanos y mostrencos que salen, sino es que diga mayor, porque consistiendo éstos en los descuidos y omisiones culpables o inocentes de vaquearlos y pastorearlos diariamente”; es más factible que realizarse en las haciendas de los pobres que en la de los poderosos porque “la mayor facilidad y proporción que tienen de trabajar las sabanas diariamente por medio del copioso número de esclavos y peones que gozan en los hatos y muy particularmente porque por su autoridad y representación entran en las sabanas ajenas” porque piden rodeos cuando les parece “y se guardarán muy bien de negárselos, lo cual sucede por lo contrario con los pobres”, y “enseña la experiencia que en los más opulentos hatos si se levantan los animales por no trabajarlos o por descuido o inacción de los mayordomos o no hierran nada o no lo hacen de una sexta parte de lo que tienen” y termina preguntando “¿será pues regular decir que estos hacendados porque no hierran 200 becerros, ni 50, no tienen derecho a los orejanos y mostrencos que salen en las rochelas y sabanas inmediatas?”.[56]
Es decir, estas ordenanzas son diseñadas para acentuar la propiedad de los dueños y quitar a los pequeños productores los pocos bienes que poseen. En consecuencia, esta circunstancias permiten inferir que aquellos que no poseen bienes de fortuna debieron buscar formas alternas de subsistencia sobre la cual organizarse y es precisamente aquello que denominaron las ordenanzas de los llanos como malhechores, facciosos o malentretenidos.
En 1785 el conde de Tovar se queja ante el Gobernador y Capitán General que una partida de indios de la jurisdicción de San Carlos había conseguido robarle ganado del hato de Curumoto que poseía allí y a quienes intentó detener se resistieron y, en 1789, desde San Miguel de la Boca de Tinaco informaban al Gobernador que los “los indios de aquella misión robaban muchas reses a los ganaderos, que tenían incluso un corral en el monte y que las montañas cercanas al Portuguesa eran inhabitables para los blancos dado el número de indios alzados que allí se habían refugiado”.[57]
En 1799 el Teniente de Justicia Mayor de San Carlos, Manuel Guzmán, expresaba al Gobernador y Capitán General que al llegar a esta villa se presentaron varios pobres suplicándole que mandase a hacer rodeos o juntas “para ver si así lograban hacerse de sus animales que tienen desgaritados y no pueden conseguir por que los dueños de sabana les impiden entrar en ellas aprovechándose el servicio de caballos y yeguas mansas”; al parecer es Rafael de Herrera, propietario y teniente de caballería, quien obstaculizaba su realización junto al mayordomo, negro, del hato de Don Jacinto Hernández. Los pobres querían que se realizasen “las correrías de ganados mostrencos y de hierros incógnitos para intentar recuperar animales que decían tener perdidos”.[58]
En 1802 se informaba desde San Carlos que se enviaban bajo custodia “reos salteadores de caminos”. Luego Juan Ma. Romero informa al Gobernador que Doña Isabel de Villasana escapó  y que su huida preocupa a muchos, “porque se temía que una mujer tan mala fuera capaz de formar nueva cuadrilla de salteadores, que diese que hacer tanto como la pasada”, aunque es detenida y meses después enviada de San Carlos a la cárcel de corte.[59]
Por supuesto que para los propietarios era más sencillo asumir que los malhechores eran los causantes de los males que afectaban a la población. Los ganaderos de los llanos decían que no tenían como cumplir la demanda de Caracas porque éstos robaban sus ganados, pero en una sabana llena de reses sin marcar, alimentadas por la naturaleza se debe preguntar ¿Cómo se apropiaron los ganaderos de estos derechos? ¿Quiénes eran estos malhechores?. Era tal la magnitud de ganado en los llanos de la villa de San Carlos que los ganaderos de la zona comenzaron a arrendar tierras para tomar más ganado, primero en Barinas y luego en Apure.
Los llamados malhechores no eran otros que los oprimidos, los pobres que habitaban las mismas sabanas y que cuando no tenían trabajo en los hatos, cazaban los mismos ganados cimarrones o mostrencos para vivir, los cuales consumían con pequeñas siembras que les proporcionaba lo necesario para el pan o el cazabe, con algún otro cultivo de subsistencia. El obispo Martí refiere cómo en la zona de Cojede se mantienen rebeldes los indios gayones, esos mismos que se trajeron de Santa Rosa para apaciguarlos en la misión del mismo nombre y que nunca lograron someterse, si consideramos el testimonio del Obispo.
El padre fray Gabriel de Benacoaz, a cargo de la misión de Cojede, escribe al Gobernador que los indios gayones andaban vagos en las riberas el río de mismo nombre, en jurisdicción de la villa de Araure y San Carlos, a lo que se opone “un tal Sánchez” quien alegaba que los indios habían “levantado algunas casillas y hecho algunas sementeras”, debiendo procurar que sean “reducidos” a pueblo ya sea en San Rafael o Cogede “para que cesen de vagear de unas partes a otras y juntamente las hostilidades que experimentan los amos de ganado mayor”.[60]
En tal sentido, la causa profunda la expresan solapadamente a referir las molestias a los amos de ganado, los mismos señores del poder y la riqueza a quien el padre Benacoaz dice haber practicado “las más vivas y eficaces amorosas diligencias a fin de reprimir no tan solo las extravagante idea en que incurren los indios gayones de andar vagos”, sin saber en qué consisten estas “eficaces amorosas” diligencias represivas, con la finalidad que abandonaran el sitio denominado “el Matico” al poniente del río Cojede para instruirlos “en el más puro y perfecto cristianismo” para que “cesen las hostilidades que se les atribuyen por algunos individuos de aquellos vecinos comarcanos” y, en tal sentido, el Gobernador y Capitán General ordena que los indios que “andan vagos” por estas zonas sean reducidos en el pueblo de Cojede donde “podrán lograr los beneficios espirituales y temporales que necesitan” en la justicia ordinaria.[61]
Eran pues los mismos indígenas conjugados con esclavos que se fugaban de poblados quienes constituían esos grupos sociales que la documentación refiere como “vagos” o “malhechores” quienes hostilizaba a los “amos de ganado mayor”.
Otro caso ocurrió 1784, entonces se documenta la aprehensión del Visitador de Ronda del Departamento de los Valles de Aragua la Renta del Tabaco, Don Juan Palmero, fue “con un trozo de la Ronda” investigar  un fraude a la villa de El Pao, donde fue apresado por Don Juan de Guerra, Teniente de Justicia Mayor de esta villa, “y conducidos a la carzel publica”, según informa Leandro de Rosas Teniente Visitador de la Ronda montada del Departamento de los Valles de Aragua.[62]
El Intendente de Francisco de Saavedra notifica y solicita al Capitán General que sean esclarecidos los hechos de El Pao,[63] ordenándole al Teniente de Justicia de aquel lugar, ponga en libertad al Visitador Palmero, la partida de Ronda, iniciando el sumario sobre lo sucedido, previniéndole al Teniente de Justicia de El Pao comparezca a la capital. El Visitador tenía la misión de “evitar los perjuicios continuos que sufre la renta del tabaco con el contrabando”, al venir a investigar sobre fraudes en la zona, por lo tanto había que evitar “que el agravio hecho en el Pao a los ministros que lo celan no quede impune” y se hace indispensable insistir en la competente información sobre el asunto del visitador y la Partida”.[64] Meses después José Bernardino Martínez, en representación del Teniente de Justicia Mayor de El Pao, solicita ante el Gobernador y Capitán General se le permita observar de los autos del juicio.[65] De ahí no existen más datos sobre la querella y su conclusión, pero abre campo a la hipótesis sobre una consolidada red de contrabando en la zona.


[1] En diversos trabajos Miquel Izard desarrolla este tema, véase: Ni cuatreros ni montoneros… Op. Cit., p. 109; asimismo Sin Domicilio Fijo… Op. Cit., Sin el menor arraigo… Op. Cit. y Ya era hora de emprender la lucha… Op. Cit. Estos cuatro ensayos fueron publicados en un libro que asumió en título del primer estudio por el Centro Nacional de Historia, con un prólogo y bibliografía de quien esto escribe, 2011, “Esta conversión de los cuatreros en montoneros podía desestabilizar la región controlada desde Caracas, y ello sucedió más de una vez. Ocurrió siempre que una mayor insurgencia llanera coincidió con un incremento del número de personas que buscaba refugio en el Llano y con un despegue de la demanda de bienes pecuarios, con revueltas de los campesinos de la zona agrícola y con la aparición de caudillos caraqueños que buscaban clientela para enfrentarse con sus oponentes en la lucha por el control del poder político”, Ibid., p. 84 y ss.
[2] Izard. Ibid.
[3] Resumen histórico de la misión de los llanos, desde sus comienzos en 1658 hasta 1745, y el estado que tenía en este último año, citado en Carrocera. Op. Cit., tomo II, p. 269-357. Este importante texto se toma en el entendido que es el resultado de la reflexión conjunta de los frailes misioneros firmantes: Miguel de Olivares, Diego Agustín de Ubrique, Martín de Corella, Prudencio de Braga, Salvador de Cádiz, Antonio de Oporto, Bernardo de Castellón, Miguel de Cádiz, Antonio de Jean, Miguel Francisco de Vélez, Pedro de Villanueva, Antonio Cirilo Bautista de Sevilla, Isidoro de Sanlúcar, Antonio de Torrox.
[4] Ibid., p. 269, 271.
[5] Diccionario de la Lengua Castellana Compuesto por la Real Academia Española. Madrid. 1726, tomo I, letras A-B, p. 557.
[6] Resumen histórico de la misión de los llanos…, en Carrocera. Op. Cit., p. 270.
[7] Ibid., t. III, p. 271, 272.
[8] Ibid., t. III, p. 273.
[9] Ibid., t. III, p. 281.
[10] Carrocera. Ibid., t. I, p. 39, t. III, pp. 281, 282.
[11] Ibid., t. III, p. 289.
[12] Ibid., t. III, p. 283.
[13] Ibid., t. III, pp. 288, 289.
[14] Ibid., t. III, pp. 289-291.
[15] Ibid., t. III, p. 295.
[16] Ibid., t. III, p. 298.
[17] Ibid., t. III, pp. 300, 301.
[18] Ibid., t. III, pp. 302, 303.
[19] Ibid., t. III, pp. 304.
[20] Ibid., t. III, pp. 161, 238, 308.
[21] Ibid.
[22] Oficina Principal de Registro Subalterno del Estado Cojedes. Documento fechado el 6 de septiembre de 1732, s/f.
[23] Oficina Principal de Registro Subalterno del Estado Cojedes. Documento fechado el 16 de septiembre de 1733, s/f.
[24] Resumen histórico de la misión de los llanos …, citado por Carrocera. Op. Cit., t. III, pp. 316, 317.
[25] Síntesis de la ponencia presentada por Armando González Segovia en el III Seminario Nacional en Historia de la Educación y la Pedagogía, Barquisimeto (Venezuela), 18, 19, y 20 de noviembre de 2004 auspiciada por el Universidad Pedagógica Experimental Libertador y el Instituto Pedagógico de Barquisimeto
[26] Augusto Mijares. (compilador). Documentos Relativos a la Insurrección de Juan Francisco León. Caracas,
1949; Juan Fco. de León (Diario de una insurgencia)/ Prólogo J. A. Armas Chitty. Caracas, 1971.
[27] Lucas G. Castillo Lara. La Aventura Fundacional de los Isleños. Panaquire y Juan Francisco León. Caracas, 1983.
[28] Brito Figueroa, Federico. La Estructura Económica de Venezuela Colonial. Caracas, 1983, p. 226.
[29] Véase entre otros: Ots Capdequi, J. M. El Estado Español en las indias. México, 1957.
[30] Mijares, Op. Cit., p. 69.
[31] Mijares, Ibid.
[32] Mijares, Ibid., p. 70, 71.
[33] Mijares, Ibid., pp. 71, 80.
[34] Ibid., pp. 81.
[35] Ibid., pp. 170.
[36] Castillo Lara. Op. Cit., p. 194.
[37] Ibid., p. 559.
[38] Arcila Farías, Eduardo. El Siglo Ilustrado en América. Caracas, 1955, p. 25, 26.
[39] AGN. Sección Gobernación y Capitanía General, tomo XXXV, 11 de enero de 1789, fol. 127 y 127 vto.
[40] AGN. Sección Gobernación y Capitanía General, tomo VI, 31 de enero de 1792, fol. 9.
[41] AGN. Sección Gobernación y Capitanía General, tomo VII, 12 de junio de 1792, fol. 190, 191.
[42] Izard. Sin domicilio… Op. Cit., p. 45.
[43] Ibid., p. 199, 200.
[44] Ibid., p. 200, 201; Joel J. Manzanero F. Historia de la Villa de San Carlos de Austria: Espacio y sociedad desde su fundación y durante el siglo XVIII. Trabajo Especial de Grado bajo tutoría de Carlos Julio  Tavera-Marcano. Maracay (inédito), 2003.
[45] Ibid., p. 200-205.
[46] Izard. Ni cuatreros ni montoneros… Op. Cit., pp.83, 84.
[47] Ibid., p. 97.
[48] Eduardo Arcila Farías. El régimen de la propiedad territorial en Hispanoamérica, en: La Obra Pía de Chuao. Caracas, 1968, p. 14.
[49] José Antonio de Armas Chitty. “Tierras, hatos, reses y hierros en algunos pueblos del llano en Venezuela, siglos XVII y XVIII”, en: ANH. Memoria del cuarto Congreso venezolano de Historia. Caracas, 1983, pp. 416.
[50] Real Cédula, 4 de abril de 1651, en: Actas del Cabildo de Caracas. Caracas, 1966, tomo VIII, años 1650-1654, p. 103, 104.
[51] Izard. Op. Cit., 1981, pp.97, 98.
[52] Ibid., p. 109.
[53] Lucena Salmoral. El Sistema de Cuadrillas de Ronda… Op. Cit., 1979.
[54] Izard. Op. Cit., pp. 114.
[55] Ibid., p. 117
[56] R. P., Tierras, 1799, citado por Izard, IBID., nota 50.
[57] AGN, GCG. XXXI, 17, 23, certificación, Calabozo, 19-01 -1785; XXXII, 176, 255, borrador de oficio al teniente, Caracas, 23-11-1785; y XLII, 165, 194-1 95, oficio, San Miguel, 16-08-1789, citado por Miquel Izard. Sin domicilio fijo… Op. Cit., p. 26.
[58] AGN, GCG, LXXVIII, 179, 303-332, el oficio de Guzman fechado en San Carlos, 28-06-1799, citado por Izard. Ibid., p. 33, 34.
[59] AGN, GCG, XV, 57, 82-83, Araure, 4-07-1774; XLVII, 8,9, Caracas, 14-06-1792; CXIV, 104, 123-124, 10-07-1802; CXXVII, 15.49-50.4-05-1803; CXXIV, 201, 287-288, Caracas, 27-02-1803;y CXXIX, 111,153, San Carlos, 20-06-1803, en: Izard. Ibid., p. 37.
[60] Martí. Libro de Providencias, en Documentos Relativos a la Diocesis… Op. Cit., 1969, tomo V, p. 352.
[61] Ibid., p. 353.
[62] AGN. Sección: Gobernación y Capitanía General. Caracas 21 de Julio de 1784, Tomo: XXX, fol. 09.
[63] AGN. Sección: Gobernación y Capitanía General. Caracas 22 de Julio de 1784, Tomo: XXX, fols. 11-13 vto.
[64] Ibid., fols. 12, 13.
[65] AGN. Sección: Gobernación y Capitanía General. Caracas 25 de enero de 1785, Tomo: XXXI, fol. 32, 32 vto.