SER DOCENTE
Armando González Segovia
Entendamos la profesión de docente como una forma de contribuir al engrandecimiento
de nuestra tierra, de nuestro Municipio, de
nuestro Estado y, por consiguiente, de Venezuela. Ser docente es una
vocación, acrecentada por la formación. No una forma de ganarse la vida. En el
entendido que debe brindársele la oportunidad de existir dignamente. Es
primordial comprender la esencia de ser educador, docente y “maestro”, en la más
amplia acepción del vocablo. Ya que se es real y verdaderamente “maestro” no es
por enseñar a leer y escribir o las elementales operaciones matemáticas. Se es
verdaderamente “maestro” es cuando, junto al libro de texto, se despierta en
los niños, niñas y jóvenes los más nobles valores del ser humano, como son la libertad,
la justicia, la honradez y el amor. Valores profundos y esenciales. Vitales
para vivir en sociedad. Por este motivo el maestro debe tener cualidades
fundamentales, sin las cuales es mejor que busque nuevos derroteros o formas
como ganarse la vida, ya que su equivocación no se solventa fácilmente.
El maestro debe ser, sobre todas las cosas, un ejemplo a seguir. Es
decir, debe ser congruente con el decir y el hacer. Debe ser paciente, como
cualidad primordial que se conjuga con la tolerancia para poder implementar
programas, planes y proyectos, a pesar de los errores y equivocaciones que cometan
los educandos. Ellos no son máquinas y tienen, en el proceso
enseñanza-aprendizaje, el derecho de equivocarse y aprender de sus errores.
Para construir el conocimiento debe gestarse en procesos el aprendizaje
llegue a convertirse en aprehendizaje, que permita y posibilite utilizar el
conocimiento adquirido en diversas situaciones. Esto quiere decir que no basta
caletrearse conceptos, sino aprender habilidades que le permitan resolver
problemas. Llegar a lo que David Ausubel denominaba “aprendizajes significativos”,
útiles a la vida, y no solamente teorías sin finalidad ni utilidad social.
Igualmente el docente debe cuidar su lengua y su lenguaje, porque nos hemos ido
acostumbrando tanto a decir cualquier cosa, en cualquier lugar y momento, como
afirmaba la Madre Teresa
de Calcuta:
“Tu palabra
reflejará la riqueza de tu corazón. Si tu corazón está lleno de amor, también
tus palabras estarán llenas de amor. La violencia de la palabra es muy real y
concreta, la lengua suele ser mas filosa que la mas afilada daga, hiriendo y
creando amarguras que sólo la gracia divina puede curar —concluyendo la Madre teresa con la
siguiente interrogación— entonces ¿Por qué no pensar un poco antes de hablar?”
Otra de las funciones del docente es afianzar la esperanza y los sueños
de los educandos. Los grandes cambios de la humanidad se deben a soñadores.
Personas que abrazaron un ideal y construyeron un porvenir diferente. Sin esos
soñadores hoy no tendríamos luz eléctrica, carros, Internet, ni ninguno de esos
avances científicos o humanísticos. Bolívar al igual que Gandhi, entre otros,
consiguieron la grandeza por haberse aferrado al sueño libertario, hasta
convertirlo en realidad.
El docente debe sentir y sembrar la fe como valor. La fe entendida como
una profunda confianza en lo que hace y ama. Fe que obra, como se encuentra en
el libro de Santiago de las Sagradas Escrituras, “La fe sin obra, es muerta en
si misma” (2-17) porque “el hombre es justificado por sus obras, y no solamente
por su fe” (2-24). Y la fe es básicamente confianza, porque donde hay confianza
hay amor y no puede haber amor donde la desconfianza gobierna. Una demostración
de fe y amor la tenemos aquí presente, entre nosotros.
El maestro, si predica amor, debe ser una manifestación de amor sobre
todas las cosas. No puede decirse amor y reprimir a nombre de este sentimiento.
La única manera que puede demostrarse el amor, es amando incondicionalmente. En
una entrega completa. Esta labor necesita, por supuesto, conjugar aspectos
intrínsecos del ser con elementos que proporcionan la ciencia y la técnica, por
ello no es fácil ser docente y mucho menos fácil es sentirse “maestro”.
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