Cercando la Libertad.
Sobre espacios libertarios americanos
Miquel Izard
Conferencia
Instituto Cervantes (Turquía), el 05/10/2009.
Véase:
Javier Laviña y Gemma Orobitg. Resistencia y territorialidad.
Culturas
indígenas y afroamericanas.
Estudis d´antropologia
social i cultural,
Departament
d´Antropologia
Cultural i Història
d´America i Africa, 2008
El autor de este texto no necesita presentación
entre estudiosos de la llaneridad americana. Se presentan un serie de
investigaciones, compiladas con la intención de un libro titulado "Oligarcas
Temblad" que desconocemos las causas que han impedido su edición y circulación
hasta ahora. Ojalá pueda concretarse en algún momento.
Armando González
Segovia
1.- Proemio
En el programa, supuestamente histórico,
de Catalunya Ràdio "El nas de Cleòpatra", (4/02/07), sobre la
conquista [yo digo agresión] de América por Castilla, al margen de errores
gramaticales –el “especialista” dijo y repitió “enfermetat”, castellanismo por
malaltia– soltó disparates a mansalva. Mentó una y otra vez la superioridad
técnica de los europeos –se refería sólo a la militar, y aludió a canes de
guerra– pero omitió enfatizar que en agricultura, astronomía, matemáticas o
medicina, aztecas, mayas o incas superaban a los occidentales de mucho. Citó
plagas indianas pero no las que llevamos. Una vez más inquiero cuánto durará
tan crasa ignorancia y me jode saberlo. Basta ver Diamante de sangre, de Edward Zwick sobrecogedora película sobre
atrocidades que en Sierra Leona provocan mercaderes europeos de genas o armas.
Como en el Congo “civilizado” por Leopoldo, los mercenarios logran mayor lucro
cortando brazos. Ahora los “progresos” logísticos son más efectivos y otro
“avance” es usar cientos de miles de niños soldados. El periodista Adam
Hochschild evidenció que la repugnante vesania de los belgas había sido
enmascarada por su Historia Sagrada (HS),
disfrazándola de altruismo.[1]
El ex presidente español –conferencia en
Pozuelo de Alarcón (7/02/07)– espetó, entre otras sandeces, “A los extremistas
les espantan Quevedo, Cervantes o los Reyes Católicos”; y preguntado por una
joven doctoranda respondió: “Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de
destrucción masiva […] cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía. […] es un
problema que las decisiones hay que tomarlas no a toro pasado, sino cuando está
el toro sobre el terreno […]. Torear con cinco años de retraso, ésa es tarea de
los historiadores”.[2]
Me malicio que Aznar tiene dificultades con la sintaxis y fue deficiente el
enlace con sus servicios informativos; si en las manifestaciones contra la
guerra fuimos cientos de miles, parecen abusivos vocablos como “todos” o
“nadie”. Pero, puede dormir tranquilo señor presidente, como usted sugiere los
historiadores cumplirán su tarea de forma irreprochable y en los manuales,
dentro de poco, los Reyes Católicos seguirán sacralizados, a pesar de la
Inquisición, su felonía con los de Granada o los sefardís o la agresión a
América y usted figurará, no lo dude lo más mínimo, en el altar y/o en el
pedestal. Faltaría más.
O es suficiente recordar que arqueólogos
de la antigua Roma se interesan sólo por el poder y sus expresiones, excavan
palacios y basílicas, murallas y coliseos, pero no les atrae la esclavitud, sin
ella no habría funcionado el sistema, y no preguntan dónde y cómo trabajaron
millones de siervos, alto segmento de la población.
Al contrario, Martín Ramos Presentació, a la investidura de Estela Barnes de Carlotto, presidenta de las
abuelas de Plaza de Mayo, Doctora Honoris Causa por la UAB, decía “Recuperar la
memoria del pasado significa actualizar lo que no pudo ser en nuestro presente
[...] para poder esbozar las vías posibles de evolución que fueron
interrumpidas o destruidas y recuperar su posibilidad, haciéndolas nuestras
contemporáneas, haciéndolas nuestras”.[3]
Antes de seguir bueno será recordar que
hay distintas lecturas de un pasado concreto. Ahora se habla de recuperar la
memoria histórica y si unos sostienen ser una redundancia, si es lo uno,
también es lo otro, diría que, a la inversa, con excesiva frecuencia la
historia bien poco tiene que ver con lo ocurrido.
Clases populares, nativos y/o esclavos
solían ser invisibilizados en su época y ahora disfrazados o ninguneados por la
HS. En Costa Rica, pongo por caso,
se afirma con sorprendente desparpajo que no había gente antes de la llegada de
los castellanos, a pesar de las evidencias conservadas en el Museo de la
capital. Mientras los llaneros, me ocupé de ellos en trabajos previos, son
olvidados o tachados de cuatreros, bandidos, independentistas o realistas.
Jorge I. Domínguez defendió su tesis en Harvard que ésta editó, 1980, en
inglés.[4] Ve
el cimarronaje llanero bandidismo social sólo compuesto por esclavos “al margen
de la política”. “Saqueaban para sobrevivir, y su búsqueda de libertad fue
definida como delictuosa por el estado. [...] se consideraban honorables, y
eran admirados por los esclavos” (58). En la segunda mitad del 18 “los esclavos
cimarrones eran una parte integral y reconocida del contrabando [... la
mayoría] de la mercancía [...] se obtenía saqueando las plantaciones de cacao
[y] los plantadores [en especial] en el último decenio del siglo 18, hicieron
verdaderos esfuerzos para erradicar las comunidades de esclavos” (59). Pero en
página siguiente afirma de forma pasmosa, “Las comunidades de esclavos
cimarrones [...] para sobrevivir, habían de encontrarse en zonas casi
inaccesibles, lejos de los centros económicos, sociales y políticos de las
colonias”. Por lo que no se entiende cómo diantre saqueaban.
Adelina Rodríguez Mirabal ve llaneros
como protagonistas pero no logra desenmarañar su rol,[5]
los tiene por “gentes de todas las etnias fugitivos del norte” (81), para
quienes “el llano se había convertido en la vía expedita de la libertad” (102);
pero de inmediato puede transfigurarlos, forajidos no eran, pues toda la vida
del llanero “gira en torno del hato” como “peón por excelencia de los hatos”
(83), no sólo para cancelar deudas sino también “en virtud del hostigamiento a
que eran sometidos por las cuadrillas y campos volantes al servicio de los
grandes criadores quienes vigilaban el orden
en la sabana” (84). Al final pareciera volver al primer juicio, cita el
incremento de “esa población volante, desarraigada de la tierra y sin medios de
subsistencia [sic] que deambulaban por el llano”. Cuando la oferta de
herbívoros era abrumadora, chigüires por citar una sola. Otra confusión surge
al tipificar la fauna europea: o la introdujeron los ganaderos o descendía de
“orejanos”, casi siempre se inclina por aquélla, pero cita también la segunda
apodándola “arrebañamiento” y añade “Las condiciones reales de existencia
(condiciones materiales) del llanero venezolano, lo conducen al abigeato como
vía para asegurar [sic] la subsistencia”. La disquisición no es banal, los
cimarrones serían en un caso cuatreros o, en el otro, cazadores.
Para Adelpho Monjardin,[6]
“Sin fe, ni ley constituían un agrupamiento heterogéneo de hombres
semisalvajes, cuya alimentación era exclusivamente carne secada al sol y
cargada en tiras bajo la silla para que quedase salada con el sudor del
caballo. Bárbaros sólo conocían el derecho de la fuerza, bravos seguían a los
jefes con ilimitada confianza, luchaban instintivamente sin planos, sin
preparación o cosa que permitiese deslumbrar ideas de orden de conexión de
comando”. Pérez Ochoa habla sólo de cuatreros, bandoleros, vagabundos o
patriotas, jamás de cimarrones.
2. Sin duda alguna
Una primera certeza es que, en América y
1492, la textura económica y social era antagónica de la del Viejo Mundo. Cerca
de un 85% del ámbito cobijaba casi la mitad del censo en las que llamo naciones
autosuficientes o armónicas: libertarias –los agresores con frecuencia las
tacharon de pueblos “Sin dios, rey, ni ley” –; gozaban de una cultura hedonista
y ociosa (alcanzar el máximo placer posible mediante los sentidos, era el eje
generatriz de sus vidas), pero, a la vez, su frugalidad material implicaba que
necesitaran bien poco y desdeñaran lo superfluo; nómadas en potencia, por
conveniencia o gusto, podían desplazarse más o menos lejos sin mayor
dificultad; por ética –basada en solidaridad, reciprocidad y cooperación– eran
hospitalarios y generosos (basta recordar por qué USA conmemora el
“Thanksgiving”).[7]
El resto, el 15%, albergaba la otra mitad, en estados
excedentarios, parecidos a los europeos, sociedades de clases que implicaban
explotación y represión, estado y religión; pero, a muchos nivele, cultivo,
arquitectura, técnica o arte eran mucho más sofisticadas que éstos.
Es la segunda que, concluyendo la Edad Media, en Castilla y
luego en otros reinos coincidieron –y no fue casual– a comienzos de la
expansión atlántica que supuso agredir África y América e inicio de la
implantación definitiva de lo que, para entendernos, llamaré modo de producción
capitalista.
La tercera es que asaltar América fue una canallada –por el
rol jugado por los canes como animales de guerra, torturadores y verdugos– centrada en saqueo –expolio de miles de toneladas de plata–, etnocidio –la hecatombe– o racismo –menosprecio
de los otros–, también implicó una perturbadora alteración
territorial, humana y cultural en los demás continentes, basta que recordemos
la atroz e inaudita trata que afligió a millones de africanos.[8]
La cuarta es que Occidente, en los 300
años iniciales de la arremetida, no conquistó gran cosa más que un 15% de
América, estados excedentarios, algunas Antillas y estrechas franjas en parte
de las costas marítimas y fluviales.
Y la quinta es que el capitalismo
apropiativo, productivista y ecocida –que eclosionó en buena parte con la
explotación colonial– fue rechazado por muchos, acosados con pretextos
materiales, raciales, religiosos o sexistas y que porcentajes notables huyeron
del espacio opresor, repulsivo y vejatorio. Secuela de ello, indios y blancos,
negros o mestizos abandonaron haciendas, filones o plantaciones y cantidad de
europeos prefirieran cruzar el Charco y ensayar rehacer sus vidas en las
enormes extensiones interiores indianas.
3. Consecuencias verosímiles
Concretas y precisas consecuencias
ocurrieron en el hemisferio occidental resultado de lo dicho:
En las Indias de Castilla el grupo humano mayor y el más perjudicado, los
nativos, padecieron abusos, explotación laboral, hambre y enfermedades, lo que
degeneró en la mentada hecatombe y escasez de mano de obra. Para substituirla
se recurrió a esclavizar nativos de las periferias indianas y, cada vez en
mayor cantidad, africanos, si bien segmentos notables de los mismos, lo repito,
huyeron, pues su máximo anhelo era recuperar la libertad perdida.
En España, parte de hostigados por el Santo Oficio –judíos, gitanos, mujeres
tachadas de brujas o varones de sodomía, moriscos, “herejes” y tanto satanizado
por zurdo o pelirrojo–, más los incapaces de respirar la enrarecida atmósfera
de pavor y delación optaron así mismo por emigrar, al margen de la ley,
cooperando a la decadencia y a la caída demográfica. Un panorama que se podría
sintetizar en una oración: imperio de la picaresca.[9]
En el resto de América el grupo mayor y
más perjudicado fueron en una primera y corta etapa penados blancos, servants o engagés, irlandeses, papistas, hugonotes o “vagos”, y en una
segunda etapa africanos. Parte de los cuales también se esfumaron en islas que
Castilla llamaba, de forma bien absurda, inútiles o en el interior del
Continente.
Linebaugh y Rediker detallan la multitud de gente que, forzada o no, cruzaron el
Atlántico Norte, rechazaron el remate de la revolución burguesa y, solos o en
connivencia con nativos y africanos, se agruparon en ámbitos cimarrones.[10] Aludiré en primer lugar al intento
inglés de atacar Nicaragua, 1780, para dividir las Indias. Citan los que llaman
sin cesar mosquito, nativos que en el
siglo 17 habrían acogido bucaneros y esclavos huidos o sobrevivientes de
naufragios; eran armónicos y los quehaceres siempre se realizaban de forma
colectiva. Conzemius opinaba “no tienen interés alguno por la acumulación de
propiedades, por lo cual no trabajan para conseguir riquezas. Viven en la más
perfecta igualdad y en consecuencia no se sienten impulsados a la laboriosidad
por ese espíritu de emulación que, dentro de la sociedad, conduce a un enorme e
inagotable esfuerzo. Dado que se sienten satisfechos con sus sencillos medios,
no muestran deseo alguno de emular hábitos u oficios de los colonizadores; por
el contrario, parecen observar sus herramientas y sus costumbres con un
sentimiento de piedad o desprecio”. Para un oficial de la expedición: “los
indios tienen el concepto más elevado de libertad”. Y los negros que la
formaban debían hallarse permanentemente dentro de los fuertes, pues en caso
contrario huían. De una expedición por el San Juan de 2 000 soldados de este
color, sólo regresaron 100.
También evocan que el motín de la Bounty, 1789, ocurrió durante un viaje
circundando el planeta buscando en el Pacífico comida, árbol del pan, para
alimentar esclavitudes que en América producían calorías, azúcar y ron, para
los proletarios de Europa.
Detallan quienes fueron expulsados o
evadidos de Europa, rurales desposeídos de bienes comunales, raptados, vagos, herejes, brujas, piratas, irlandeses, gitanos, soldados, marineros,
corsarios, pícaros, mendigos y presidiarios, los más condenados a una
esclavitud temporal, los “servants”.
En cuanto a esclavos africanos.
Pormenorizan la guerra de cimarrones, Jamaica (1720–1730) y los asaltos de
éstos a las plantaciones para liberar esclavos y llevarse ganado o
herramientas. Charles Leslie, en un escrito de 1739 decía que habían “aumentado
hasta tal punto, como para hacer en muchas ocasiones que la isla temblase”. Estaban
en contacto con Madrid, a través de Cuba, “ofreciéndose a entregar a España la
isla cuando la hubieran conquistado, con la condición de que los españoles les
garantizaran la libertad”. Hubo rechazo similar en las profundidades de Surinam
o un largo ciclo de desasosiego en el Caribe (1730-1750) con complots,
revueltas y guerras que azotaron las colonias de Inglaterra, Francia, España,
Holanda y Dinamarca, de Caracas a Boston. La mayoría en plantaciones con
africanos, pero también en otras zonas (en New York marinos hispanos) y otros
protagonistas (soldados irlandeses). La magnitud de la insurrección fue
extraordinaria, se superaron los ochenta casos, capaz seis o siete veces más
que las de los doce años anteriores a 1730 o doce después de 1742. El “espíritu
de libertad” entró en erupción una y otra vez en casi todas las sociedades
esclavistas de América, en especial allí donde se encontraban los esclavos coromatís.
Mucho esclavo llegado a New York tenía
un historial problemático por lo que de ellos se habían deshecho plantadores
caribeños. Detallan la conspiración en Antigua, 1735, de siervos de habla akan
y otros ya de lengua criolla. Reseñan vínculos entre esclavos y libres
trabajando en los muelles de New York, respondiendo los comerciantes reestructurando
la compra, así prefirieron irlos a buscar directamente a África.
Los rebeldes de New York esperaban ayuda
de París y, en especial, de Madrid. Citan reales cédulas de 1733 y 1740
ofreciendo emancipar a los esclavos que huían de colonias británicas. Las
autoridades de Nueva España en Florida cumplieron su promesa, construyendo al
norte un poblado de cimarrones llamado Gracia Real Santa Teresa de Mose, con
cien prófugos de Carolina que debían defender la frontera. España usó agentes,
marineros pongo por caso, para excitar motines y pensaba atacar Carolina del
Sur, 1742, infiltrando en zonas rurales una fuerza de “negros que hablan todos
los distintos idiomas” y prometiendo tierra y libertad.
La revuelta de Tacky, 1760, que duró un
año y fue para el historiador y plantador Edward Long, “más impresionante que
ninguna de las conocidas hasta entonces en las Indias Occidentales” estuvo
vinculada a la religión akan, ya prohibida en 1696, los alzados recurrieron a
tácticas guerrilleras, murieron 60 blancos y 350 esclavos en el frente o
suicidándose al fracasar, tras someterla hubo 100 ejecuciones y desencadenó, en
Jamaica, otra oleada de oposición a la esclavitud.
Luego siguieron muchas más, en Bermudas
y Nevis (1761), Surinam (1762, 1763), Jamaica (1765, 1766, 1776), Honduras
Británica (1765, 1768, 1773), Granada (1765), Montserrat (1768), Tobago (1770,
1771, 1774), San Vicente (de 1769 a 1773), Santa Cruz y Santo Tomás (1770 y ss)
y Saint Kitts (1778).
Las hambrunas de 1728/1729 y 1740/1741
implicaron diásporas de miles de irlandeses. Alguno participó, marzo de 1736,
en la "conspiración de la cuerda roja", Savannah, Georgia, cuando
“criminales” irlandeses pensaban unirse a indios nómadas o al germano-cherokee
Christian Gottlieb Priber y a su ciudad
de refugio, una sociedad libertaria agrupando servants, africanos huidos y nativos.
Relacionan muchos motines de reclutas y
marinos y varias asonadas urbanas. Así la de obreros de New York, 1741, que
aprovechó las experiencias de conspiradores en algunas factorías de la trata,
como Costa de Oro, en chozas de Irlanda, en un destacamento militar de La
Habana, en plantaciones de azúcar o en cimarroneras de Jamaica. Y el rol de
radicales urbanos de la Metrópoli que tenían un soberbio punto de encuentro, la
cárcel. Citan motines, 1780, cuando ex esclavos americanos y otras gentes
sitiaron Newgate, con la participación de Ottobah Cugoano, de Costa de Oro, que
fue esclavo en la isla de Granada, era abolicionista, predicador y escritor,
defendía a los aborígenes americanos, porfiaba en que los africanos eran
personas “nacidas libres”, o decía que avaricia, agiotaje y propiedad privada
fomentaban la esclavitud. Añadía “Iglesia significa un conjunto de personas;
pero, en general, se llama así a un
edificio”.
769 cuchilleros de Sheffield pidieron,
1789, el fin de la esclavitud al Parlamento. Alguien exigía sufragio universal
masculino o, 1802, se destapó la Conspiración de los Despard, juntando
campesinos privados de comunales o artesanos víctimas de la revolución
industrial. En el juicio, el fiscal pidió la pena de muerte para él por su
“torpe esquema de igualdad impracticable” y sus “principios de igualdad
universal, salvajes e igualitaristas”. El concepto de libertad al que Despard
aludió en su discurso en el cadalso algo debía a aquéllos que tenían “los más
elevados conceptos de libertad: los indios mosquito de la costa de Nicaragua”.
Él fue ajusticiado en 1803, pero su esposa Catherine sigue siendo una sombra
(una mujer), dentro de otra sombra (una mujer negra), que está dentro de una
sombra mayor (una mujer negra revolucionaria).
Citan así mismo a Robert Wedderburn,
nacido en Jamaica de esclava y plantador, personalidad ignorada en estudios
históricos o, en todo caso, vista de forma errónea. Piensan que no fue sujeto
adecuado para la historia social, ni para la de la esclavitud. En aquélla,
figura, de hacerlo, como criminal y pornográfico. En ésta como intrigante
insensato. Pero para nuestros autores “fue [...] actor estratégicamente
fundamental para la creación y propagación de tradiciones revolucionarias, un
intelectual orgánico del proletariado atlántico”.
Han rescatado del olvido a otro
revolucionario, Thomas Spence, que viajó a Londres, 1792 y se interesó por
asuntos del Atlántico, en especial los marineros, nativos indianos y afroamericanos,
que podían jugar destacado rol en un estallido subversivo a escala mundial. En The Reign of Felicity (1796) un diálogo
encaraba dos personajes sosteniendo uno que los indios son los “únicos hombres
libres que quedan en la faz de la Tierra”; otro explicaba que éstos, a
diferencia de los trabajadores europeos “no estaban deformados por la costumbre
de la esclavitud”. Spence precisaba, como ya había opinado Gottlieb Priber, que
los aborígenes americanos ejercían cierta atracción sobre siervos y
trabajadores privados de derechos por culpa del imperialismo europeo y les
ayudarían a avanzar hacia la liberación. Sabía de colectivos de las tres etnias
entre los seminolas en el sureste de los actuales Estados Unidos.[11]
En The Giant Killer (1814) llevaba a
cabo una apasionada defensa de las tierras de los cherokees.
Se calcula que, aprovechando las
hostilidades entre secesionistas de las Trece Colonias e Inglaterra, unos 42
000 marineros desertaron de barcos de guerra entre 1776 y 1783. Y Julius Scott
evidenció contactos asiduos entre éstos y esclavos en ciudades portuarias
intercambiando información sobre abolición de la esclavitud, insurgencias, o
similares. Una cuadrilla variopinta, con un irlandés largirucho, atacó naves
inglesas y gringas en el Caribe, al parecer aliados con el nuevo gobierno de
Haití.
Por otra parte tanto la Metrópoli como
los secesionistas prometieron la libertad a los esclavos que lucharan en su
bando y al final de la guerra Gran Bretaña se enfrentó con miles de manumitidos
con los que no sabía qué hacer y muchos de ellos terminaron en Belice
abandonados a su suerte
* * *
La indagación de los profesores Linebaugh y Rediker si, por
una parte, lo acabo de señalar, informa a plenitud sobre desplazamientos de
África y Europa hacia América, las más forzadas y acerca de las diversas formas
para agruparse las víctimas o sus rechazos y revueltas, por otra parte nos
sugieren cantidad de pistas para pesquisar temas parejos en el Atlántico sur y
entre la Península Ibérica y las Indias, cuestión sobre las cuales algunos de
nosotros ya llevamos bastante tiempo investigando.
4.
Conjetura o presunción
A cuantos, africanos o europeos, se escabulleron en
territorios, para ellos ignotos, de América, les debía resultar difícil, sino
imposible, sobrevivir pues lo ignoraban todo de la flora comestible a cómo
aprovechar recursos u orientarse; podían morir de sed en una selva colmada de
lianas de agua. Lo más conveniente, apropiado y sensato era entreverarse con
tanto nativo autosuficiente: evoquemos alguna de sus peculiaridades culturales,
curiosidad o solidaridad, hospitalidad o generosidad, suponiendo todo ello una
notable reorganización territorial. Memoremos indios blancos o garifunas en
Antillas y coras, huicholes o yaquis en el septentrión de la Nueva España.[12]
Seguimos sin ponernos de acuerdo sobre que calificativo
conviene a estas nuevas sociedades amalgamadas. Hay quien se inclina, yo mismo,
por cimarronas. Pero encaramos una chusca paradoja, en el norte el adjetivo se
aplica a personas que huyen y al cuadrúpedo, se le llama orejano; en el sur es
a la inversa. Hay otros epítetos, alguno regional, cumbe, palenque o quilombo,
este con un significado despectivo en Argentina.
En todo caso, porfío, estas sociedades, llamémoslas como sea,
eran –y son algunas todavía–, nuevas –todas las comunidades humanas nacieron en
algún momento, pero de la mayoría de las cimarronas podemos dar la fecha,
aproximada–; abiertas –crecen más por la llegada de nuevos huidos, llevando
novedades ideológicas o culturales que por razones vegetativas–; resistentes
–todos sus miembros tienen en común rechazar la propuesta occidental– y
alternativas –a partir de experiencias bien distintas están recreando sin cesar
la sociedad libertaria original–.
De cualquier modo en todas ellas la mezcla étnica y cultural
es total y no padecen ni marginación, ni exclusión.[13]
Aventuro una tipología cimarronera: isleñas, Puerto Rico o
Santo Domingo; selváticas, parecería que la primera surgió en Panamá, c 1529,
de indios y morenos, y enumeraría las de la Costa Atlántica de América Central
o las de la enorme Amazonía; logísticas, así Santa Teresa de More al norte de
la Florida; y llaneras o sabaneras, en donde hallaron refugio cuadrúpedos de
Europa, caballar o vacuno, evadidos de haciendas o huestes castellanas, y los
primeros dieron mucha más movilidad e hicieron menos vulnerables a los
escabullidos se les llame cangaceiros, gauchos, huasos, llaneros o villistas,
pues a los del norte de México sólo se los conoce con el adjetivo, cuatreros,
que les endilgaron los propietarios. El aprovechamiento de los rumiantes,
cazarlos para un asado u organizar hatos de rodeo para comercializarlos, generó
estrambóticas y emblemáticas polémicas sobre la propiedad. Así mismo es
paradigmática la manipulación del pasado de gauchos o llaneros.
Tengo también alguna duda; en el interior de Brasil, esclavos
fugados consiguieron estructurar un complejo estado, Palmares, que aguantó
durante un siglo encarnizados ataques de las tropas lusas, pero al final fue
derrotado y aniquilado. Al contrario comunidades de quilombolas, del Epecurú o
tantas y tantas, mantienen su identidad a pesar de intentos sin fin para
liquidarlas, de cazadores de esclavos huidos a fazendeiros, de multinacionales
mineras a misioneros cristianos. El dilema es cuál de las dos alternativas
tiene más posibilidades. En todo caso, en el Museo Emili Goeldi, de Belem do
Pará, puede leerse un pensamiento de Mahatma Gandhi, “La naturaleza puede
satisfacer todas las necesidades de la gente, pero no su ambición”
5.
Colofón
La cultura de los antillanos sorprendió a viajeros,
misioneros, marinos o comerciantes franceses.[14]
Sus relatos, desaprobándola o loándola dejaron perplejos a muchos estudiosos,
así Montaigne y, más tarde a los ilustrados, Rousseau y otros, que forjaron la
idea del buen salvaje e imaginaron que la humanidad tenía una esperanza si
retornaba al principio, cuando la maldad del poder todavía no lo había
contaminado todo. Influyeron en mucha más gente; Linebaugh y Rediker citan radicales urbanos, entre ellos los
Despard, inspirándose en los miskito y él ajusticiado, 1802, “por su torpe
esquema de equidad y principios de salvaje igualdad universal”. Más tarde, a
través de Reclus y otros eruditos bakuninistas, la reflexión influyó en
libertarios ibéricos y ayudaría a entender la utopía ácrata que éstos
intentaron erigir en el largo verano de 1936.[15]
La tentativa fue frustrada por defensores del sistema: Stalin, Hitler,
Mussolini, Franco o gobiernos democráticos
de París o Londres. Y ahora, otros sicarios del capitalismo arrasan la selva y
dejarán a quilombolas o miskito sin solar, han convertido las Antillas en
paraísos de artificio para que los aburridos esclavos, de la compra con tarjeta
de plástico, piensen que han llegado al edén, han cercado con alambradas los
pastos de las sabanas para que los cimarrones de a caballo no tengan por donde
galopar
Apéndice. Insurgentes, liberales y realistas
En todas las Indias proliferaron
revueltas de los explotados contra el intento de hacerles trabajar aún más –el
excedentarismo buscaba mayores beneficios– en detrimento de ejercer los pocos
restos que habían podido salvar de su cultura hedonista y lúdica. Crecieron
doquier en la segunda mitad del 18 y recordaré algunas, en Nueva España, donde
eran continuos y constantes los conflictos de intereses entre comerciantes de
su consulado y los gaditanos, en julio de 1766 y en Guanajuato, 6 000 personas
trataron de tomar por asalto la tesorería protestando contra nuevos impuestos
al maíz, harina, carne y algodón, contra el enganche en la milicia y por la
caída de los salarios mineros. Un año después la misma Guanajuato, fue
escenario de asonadas por la expulsión de los jesuitas, participando así mismo
indios de Pátzcuaro y Uruapan. En el mismo virreinato hubo inseguridad en el
norte por la resistencia nativa, en especial en Chihuahua.
La real cédula de Gracias al sacar, trajo notables enfrentamientos, en Venezuela,
entre pardos ricos y mantuanos. Mientras en Quito, 1765, hubo alborotos en los
barrios “miserables” contra más presión fiscal.
La revuelta de Tupac Amaru, 1780-1781,
Alto Perú, fue quizás la más emblemática, pero Núria Sala evidenció que hasta
1810 se repitieron sin cesar por toda la sierra;[16]
en Nueva Granada, se alzaron, 1780-1781 así mismo, los Comuneros del Socorro; y
en Venezuela estalló, 1794, el rechazo llanero a las Nuevas Ordenanzas, más
represivas, y en Coro, 1795, lo que algunos tienen por la primera revuelta
moderna, de esclavos que producían fuera de la plantación, contra la alcabala y
el pago en metálico; jacobinos, exigían el fin de la esclavitud, influidos por
lo sucedido en Haití.
En efecto, en las Indias de Castilla el definitivo despegue capitalista
suponía más demanda europea e indiana de plata y bienes, de azúcar a añil,
apogeo de la trata africana, mayor presión sobre los productores, libres o
siervos, y sobre las fronteras provocando la encarnizada defensa de su tierra
de cimarrones y nativos. A la vez, se multiplicaban conflictos de intereses con
Francia, Holanda o Inglaterra. En el ámbito, si el Reformismo borbónico trajo
pocos beneficios para la Corona, generó mucho malestar social por este propósito, fallido, de reconquista y
un fiasco en lo material. Pero, mayor explotación y alienación, desenlace de la
Ilustración, incluyó notable auge cualitativo y cuantitativo de las oposiciones
y las revueltas.
En la futura Venezuela –colonia atípica
como todas pues ninguna, estudiada a fondo, concuerda con el espejismo
imaginado por la Historia Sagrada colonialista inventada por los apólogos
metropolitanos– escasa de los metales llamados preciosos que enloquecían a los
occidentales, por la lógica productivista de la época se puso en marcha una impactante
economía de plantación, en la que miles de esclavos producían edulcorantes,
estimulantes y materias primas. La perversión del sistema provocó creciera el
número de los que se refugiaban en el Llano, no solo africanos, que se
resistían a la bellaquería, además, gentes de otras etnias con suficiente
sensibilidad como para rehusar la mefítica asfixia emponzoñando una
colectividad que giraba alrededor de la forma más vil de explotación laboral.
Por ello, la oligarquía execraba la cimarronera que le privaba de su mano de
obra y devenía muy mal ejemplo para todos.
Por añadidura, en la colonia había
enfrentamientos de clase y de casta, irreductibles e innegociables. Y el
círculo de navegación antillano que, al margen pero no contra la ley, habían
puesto en marcha los holandeses con miles de naos circunnavegando el Caribe,
con mercancías de todas partes, también trajo nuevas ideas, proto liberalismo
–excrecencia de la Ilustración– sacralizando el crecimiento; desafío al mismo,
que estalló en Paris el 14 de julio de 1789; secesionismo criollo en las Trece
Colonias, inspirando el liberalismo autóctono; y negación global, que no
individual, de la esclavitud en Saint Domingue, 1792, germen de Haití
implicando que, entre los plantadores, el miedo deviniera pánico.
En 1775, la crisis del cacao, caída del
precio en Amsterdam del llamado “Caracas”, supuso que lo oligarcas decidieran
pasar al cafeto, pero, mientras conseguían las primeras cosechas,
intensificaron sus entradas en el Llano para cazar orejanos y comercializarlos
en las Antillas, provocando choques con cimarrones que luchaban empecinadamente
para conservar la libertad recuperada. La revolución francesa atemorizó a los
propietarios y provocó una escisión entre los ilustrados que, simplificando,
devinieron conservadores o liberales y fue una secuela la revuelta, mentada de
las esclavitudes de Saint Domingue. Potentados de Caracas pergeñaron, 1794, las
nuevas Ordenanzas del Llano pensando podían eliminar a los libertarios de la
sabana tachándolos de bandidos o cuatreros. Prueba del talante de aquéllos son
los festejos enfervorizadas –la HS
miró de escamotearlos– organizados en Caracas, “Público regocijo por la Feliz
instalación de la Suprema Junta Central”, celebrando la batalla de Bailén, una
peripecia hispanista y fernandista evidenciado no querer acatar a José I y
menos a Napoleón, con toques de campana, tedeums, rogativas públicas,
iluminaciones y teatro.
En 1810, la aparente victoria total de
Bonaparte, acarreó discrepancias entre los notables criollos y la mayoría
decidió declarar la independencia, de José I, sin duda alguna, suponiendo
pugnas entre caraqueños, querían mandar, y notables provinciales, los de
Valencia en primer lugar. Enviar las fuerzas represivas para someterlos
favoreció que miles de esclavos tomaran la solución más cuerda, dejar las
plantaciones y resguardarse en el Llano, incrementando de forma notable el
número de cimarrones, que a partir de ahora, en la pertinaz defensa de su
territorio y su cultura, intervinieron de forma destacada en las complejas
contiendas, llamadas de la independencia, derrotaron estrepitosamente a
Bolívar, 1814, cuando éste bajó al Llano para recuperar los esclavos evadidos,
o a las tropas metropolitanas a partir de 1817 que, entre otras cosas,
necesitaban liquidar una experiencia intolerable, la colonia se había
convertido en un nuevo Haití. Adictos a la Metrópoli o liberales, más o menos
autoctonistas, trocaron más de una vez de bandera, al revés que los centauros
de la sabana defendiendo algo irrenunciable para ellos, la emancipación
personal. Empeño y tenacidad que el sistema no podía consentir en absoluto, por
ello mando disfrazar los acontecimientos de forma grotesca e inconcebible a una
HS comisionada para probar que su
poder es de tal magnitud que puede obligarnos a comulgar con ruedas de molino.[17]
Mientras, en Cádiz se discutía sobre la
situación de los nativos y sobe la esclavitud y lo que se legisló ayudaría a
entender que la oligarquía criolla acabara inclinándose por la secesión. La
“Pepa”, elaborada en esencia por peninsulares conservadores ante la
problemática social (contra liberales radicales) era demasiado audaz para los
beneficiarios de la realidad indiana.[18]
[1] El fantasma del rey Leopoldo. Codicia,
terror y heroísmo en el África colonial, Barcelona, 2002, Península, 527.
La edición original es de 1998.
[2] El País, 8/02/07.
[3] Bellaterra,
4/10/2005, 9.
[4] Hay traducción: Insurrección o lealtad. La desintegración
del Imperio español en América, México, 1985, FCE, 301.
[5] La formación del latifundio ganadero en los
llanos de Apure, 1750-1800, Caracas, 1987, Academia Nacional de la
Historia, 371.
[6] Bolívar e Caixas - Paralelo entre duas
vidas, Rio de Janeiro, 1907, Biblioteca do Exército, 650 citado por Eduardo
Pérez Ochoa que lo reseñó "Gauchos y llaneros en la independencia”, Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá.
[7] La bibliografía
sobre el tema requeriría muchísimo espacio y me limitaré a El legado indígena. De cómo los indios americanos transformaron el
mundo, de Jack Weatherford, Barcelona, 2000, Andrés Bello, 312.
[8] La
atrocidad Castilla la venía perpetrando desde hacía muchas décadas, la mal
llamada reconquista, el asalto a las Canarias, ambas para saquear, esclavizar o
masacrar o el impúdico quebrantamiento de todo lo pactado al rendirse Granada
consumado por Isabel, bien llamada la Católica, y su cómplice el cardenal
Cisneros que incluso arrasó la biblioteca, capaz la mejor de Europa, en
especial por sus manuscritos sobre astronomía, matemáticas o medicina. Una vez
más constato que manejan más información los creadores que los cronistas. Para
citar un solo caso, A la sombra del
granado, novela del pakistaní Tariq Alí (Barcelona, Edhasa, 1993). Sobre la
canallada en sí, me limito al apartado “La destrucción de los indios del área
Caribe” de Yves Bénot, memorando lo que dijera Colon, en 1494, “Un perro hace
aquí gran guerra hasta el punto que nosotros estimamos que son iguales a 10
hombres y que los necesitamos mucho”. Y que en marzo siguiente “Tuvo lugar la
primera gran batalla, en Vega Real, con muchos muertos y unos seiscientos
prisioneros enviados a España como esclavos”. Marc Ferro (Dir.), El libro negro del colonialismo. Siglos XVI
al XXI: del exterminio al arrepentimiento, Madrid, 2005, La esfera de los
Libros, 1051. Citas en 51 y ss.
[9]
También es voluminosa la bibliografía sobre el Santo Oficio, me limito a algún
autor que ayuda a captar esta atmósfera viciada e irrespirable: Bartolomé
Bennassar, Inquisición española: poder
político y control social, Barcelona, 1981, Crítica, 347; Juan Blázquez Miguel, La inquisición en América (1569-1820), [Santo Domingo], [1994],
Corripio, 290; Ricardo García Cárcel, Orígenes
de la Inquisición española. El Tribunal de Valencia (1478-1530), Barcelona,
1976, Península, 306; Leonardo A., Vega Umbasia, Pecado y delito en la colonia. La Bestialidad como una forma de
contravención sexual (1740-1808), Bogotá, 1994, Instituto Colombiano de
Cultura Hispánica; Tomás y Valiente et
alii, Sexo barroco y otras transgresiones premodernas, Madrid, 1990,
Alianza, 213.
[10]
Peter Linebaugh y Marcus Rediker, La
hidra de la revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta
del Atlántico, Barcelona, 2005, Crítica, 479.
[11] Gabriel Izard de la
UAEM, Cuernavaca, lleva un tiempo estudiando los seminolas y me ha
proporcionado una bibliografía mínima:
Argueta,
Arturo, et alii, “Kikapú: cazadores
rituales”, México Indígena,
11(8/1990).
Bateman, Rebecca B., “Africans and Indians: a
comparative study of the Black Caribs and Black Seminole”, Ethnohistory, 37 (1990).
Cerutti, Mario (coord.), El noreste. Siete estudios históricos,
Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 1987.
Covington, James W., The Seminoles of Florida, University Press of Florida, 1993.
Fabila, Alfonso, La tribu kikapoo de
Coahuila, SEP, México, 1945.
Gibson, A.M., The
Kickapoos. Lords of the Middle Border, University of Oklahoma Press, 1975.
Giddings, Joshua, The
Exiles of Florida, Columbus, 1958, Foster & Co.
Hancock, Ian, “The Black Seminoles of Brackettville,
Texas”, en The World 1, 12/1989.
_________, The
Texas Seminoles and their Language, Seminole Scout Association, Austin,
1992.
Mager
Hois, Elisabeth A., Lucha y resistencia
de la tribu kikapú, México, 2004, UNAM.
Moral, Paulina del, “La frontera heroica: kikapús,
mascogos y seminoles”, en Valenzuela, José Manuel (coord.), Entre la magia y la historia. Tradiciones,
mitos y leyendas de la frontera, Tijuana, 2004, El colegio de la Frontera
Norte.
_________, Tribus olvidadas de Coahuila, CONACULTA/Gobierno de Coahuila, 1999.
_________, “De
Florida a Coahuila: la historia de los mascogos y Seminole Blacks”, en Valdés,
Mulroy, Kevin, Freedom
on the border. The Seminole Maroons in Florida, the Indian Territory, Coahuila,
and Texas, Lubbock, 1993, Texas Tech University Press.
Porter, K., The
Black Seminoles. History of a Freedom-Seeking People, Gainesville, 1996,
University Press of Florida.
Rodríguez,
Martha, Historias de resistencia y
exterminio. Los indios de Coahuila durante el siglo XIX, México, 1995,
CIESAS-INI.
Sturtevant, W. C., “Seminol myths of the origin of
races”, Ethnohistory, 10 (1963).
Thybony, Scott, “Against All Odds, Black Seminole Won
Their Freedom”, Smithsonian, vol. XXII, 1991.
Woodhull, Frost, “The Seminole Indian Scouts on the
Border”, Frontier Times, 15, n° 3.
[12]
Cfr, Miquel Izard “La encrucijada antillana”, Boletín Americanista, 49(1999), 175-195 y "Poca subordinación y menos ambición", Boletín Americanista, 42-43(1992 -1993),
159-182.
[13] Escribí hace años
un estado de la cuestión con la bibliografía básica, “Ensayando neutralizar el
olvido. Sobre el cimarronaje americano”, Historia
Social, 44(III, 2002), 125-146.
[14] Cfr. M. Izad, nota
12 ut supra. Artículo reproducido en El rechazo a la civilización. Sobre quienes
no se tragaron que las Indias fueron esa maravilla, Barcelona, 2000,
Península, 95-148.
[15]
Para citar un solo ejemplo Pons Prades recuerda lo que les decía en la Escuela
racionalista el geólogo Carsí Lacasa, “Hay que laborar para que se establezca
una saludable armonía del hombre con la Naturaleza […] primer paso hacia la
armonía universal, que es la gran meta que no hemos fijado quienes creemos que
el hombre nace bueno y que la comunidad tiene la obligación moral de hacer todo
lo que esté en su mano para que cada día que pase sea mejor”. “Notas biográficas”, Fem memòria per
fer futur, Barcelona, 2005, UPC, 7-26.
[16] Y se armó el tole tole, Ayacucho, 1996,
Instituto J.M. Argüedas, 320.
[17]. Versión algo más
detallada en mi “Manipulando la memoria y ninguneando a la mayoría”, Waldo
Ansaldi (coordinador), Calidoscopio
latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente, Buenos Aires,
2004, Ariel, 313-326.
[18] Cfr. Mario
Rodríguez, The Cadiz experiment in
Central America, 1808 to 1826, Berkeley, 1978, UCP, 316.
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