La Ración del Boa
(primera parte: Cap. I al V)
Eloy Guillermo González
Caracas, Empresa El
Cojo, 1908
Este es importante libro de Eloy Guillermo González, publicado primero
en las páginas de la revista “El Cojo Ilustrado” y luego, por la misma empresa,
en formato de libro. Por lo álgido de los temas tratados para ese momento fue
sepultado entre la múltiple bibliografía. Silenciado hasta el extremo de ser
poco conocido. Sus páginas relatan la rapiña de l guerra de independencia. No
solamente de parte realista, sino tumben de los patricios en plan de formar
nuevas repúblicas (Armando González Segovia).
Profunda e inquebrantable vitalidad la de este pis de Venezuela. La
sangre de todas sus generaciones ha, materialmente, empapado la tierra; las
arcas y los graneros han sido rotos y derribados, pillado el oro y saqueado el
grano; las virtudes publicas, escarnecidas, mancilladas en la intemperancia de
la sedición y en la beodez del motín: no se sabe en que invernadero trémula la
simiente de la virtud privada, cuando ruge el escándalo, resquebrajando toda la
fabrica de nuestra existencia social…
Yo pretendo mostrar en estas paginas –con una intención que llamo de
Patria–, cuanto ha costado en desastres económicos y en catástrofes morales, el
largo, sangriento y complicado movimiento de la independencia nacional; a ver
si dentro el alma de mi país palpita la fatalidad suicida de desdeñar la
magnitud de la prueba y del sacrificio, para situarse alguna vez, –candorosa o
voluntariamente–, en el punto de soportarlos y consumarlos de nuevo…
La lucha armada ha comenzado por 1813 y por la cordillera de los
Andes. La fortuna de las batallas ha besado las sienes de aquel brigadier
venezolano, Simón Bolívar, aventurero de la libertad y de la guerra, que en
diciembre del año doce exclamaba, desde los muros de Cartagena: “Yo soy,
granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio
de sus ruinas físicas y políticas….”[i]
El afortunado peregrino, bajo cuyo mando ha puesto el congreso de la Nueva Granada , las
armas de Cartagena y de la Unión ,
penetra en Venezuela, por la villa de San Antonio, en marzo de mil ochocientos
trece. Su pequeño ejército ha atravesado el Magdalena y el Zulia, ha transitado
por los paramos, por las montañas y por los desiertos de la frontera, ha tomado
las fortalezas de Tenerife, el Guamal, el Banco y Puerto de Ocaña, ha combatido
victoriosamente en Chiriguaná, Alto de la Aguada , San Cayetano y Cúcuta. Manda la
vanguardia Girardot, manda la retaguardia José Félix Ribas, Urdaneta es el
Mayor, Briceño Méndez el Secretario de la expedición.
Bolívar quiere, desde San Antonio, romper en una violenta cruzada
desconcertante, que no tenga su ímpetu sino en las fortalezas de Puerto Cabello
y de la Guaira[ii]. El
Secretario de Estado de la Unión
teme por el éxito de aquella ardorosa empresa y le previene a su conductor que examine antes los recursos con que cuenta y
los que puede esperar internado en Venezuela, y vea con que se mantiene ese ejercito[iii].
Bolívar contesta serenamente “que por los medios que el opresor de Caracas ha
podido subyugar la
Confederación , por esos
mismos medios, y con mas seguridad que el, me atrevo a redimir a mi patria”[iv].
Comienza pues, la campaña venezolana: comienza, digamos, la bolivianizacion de la guerra. Con la guerra,
la extorsión, la inclemencia, el furor. No bien se dan órdenes para que la
vanguardia avance hasta La Grita ,
ocupando y guarneciendo al Rosario, San Cristóbal y Tariba; no se ha movido aun
el general en jefe de su cuartel de Cúcuta, cuando recibe un oficio del
Secretario de Estado, lamentando los sentimientos con que el gobierno de la Unión ha sabido la conducta
del ejército. El brigadier invasor presenta una serie de excusas y razonamiento
que constituyen una requisitoria. “Sin duda, –comienza por decir–, no hay nada
mas común y menos evitable que el exceso por parte de tropas Victoriosas que
toman al asalto una ciudad abandonada por
sus habitantes,…porque, para guardar cada casa habría sido necesaria una
escolta y para cada escolta un oficial de
honor, que no atendiese a mas que a cuidar de los bienes de nuestros
propios enemigos…yo en persona salí a castigar a los soldados que ebrios de
gozo, y aun de licor, se desbandaban por todas partes, sin que el mayor rigor los reprimiese, pues V. E. ha de tener
presente que la división de Cartagena, de que se componía el mayor numero de
los que tomaron esta Villa, no tiene de militar mas que el nombre y el valor,
no habiéndola disciplinado su Jefe, que es un paisano, y lo que es peor, protegiéndole sus mas criminales excesos...
“…después de haber hecho un inmenso
botín en el Magdalena, que yo procure conservar integro para su justa y
ordenada distribución, todavía no se ha logrado repartirles un solo maravedí
por defecto de los que quedaron encargados de él. Y así, todo su clamor se
dirigía a expresar que lo que ellos
mismos no tomaban, jamás se les daba…”
“Habiendo asegurado inmediatamente después de mi entrada en esta Villa
los almacenes pertenecientes a los españoles y a sus prófugos, los puse primero
bajo la administración del Comisario de guerra, ciudadano Pedro Ibáñez, y luego
bajo la del ciudadano José García, para
la venta de sus efectos entre los mismos vecinos, como se ha verificado de
una gran parte de ellos, cuyo valor monta a 33.306 pesos, y el resto queda aun
por venderse, habiendo hecho distribuir anticipadamente a los soldados a 10 pesos en plata, y 40 pesos en efecto a
los cabos, 50 a
los sargentos y 100 a
los oficiales, en calidad de gratificación extraordinaria.
“En cuanto a los bienes, muebles e inmuebles de los enemigos y
cómplices, di comisión a los Alcaldes de los partidos para que los embargasen y
pusiesen en seguridad, como igualmente esta autorizado el Alcalde de esta
villa, ciudadano Ambrosio Almeida, para percibir las multas que se han impuesto
a aquellos que merecen esta pena por lo menos”[v].
El coronel Manuel del Castillo, segundo comandante de la expedición,
va mandando en jefe de las fuerzas combinadas que se dirigen a La Grita. Desde Tariba, el 3 de
abril, expide la orden siguiente a los Alcaldes de San Cristóbal: “El ciudadano
Julio Uzcategui tiene orden mía para exigir al vecindario de esa villa, 20
caballos, sea por donativo voluntario,
por donativo forzoso, o por vigorosa contribución; y en los mismos términos,
20 frenos y 20 pares de espuelas. UU. como magistrados civiles de esa villa, bajo cargo de responsabilidad, deben
hacer efectiva en el día esta exacción, y al efecto lo prevengo a UU.
Igualmente han de disponer UU., bajo el
mismo cargo, que dentro de segundo día vengan a este Cuartel General
sesenta mulas de carga en muy buen estado de servicio, bien aperadas, y
provistas de arrieros, al respecto de dos por cada cinco mulas, y un caporal,
hombre de razón y de responsabilidad, por cada 20 mulas. Y para la manutención
del ejército durante su mansión en este lugar, y sus marchas a las posiciones
inmediatas que ocupa el enemigo, harán UU. Venir diariamente raciones de
plátano y carne, al respecto de una libra de carne y cuatro plátanos para cada
uno, …Advirtiéndoles a todos, como lo hago a UU., que la menor demora, retardación o entorpecimiento, producirá una
providencia muy sensible, no solo a los Magistrados, sino a todo el vecindario;
y que después de la marcha del ejercito han de seguir haciendo las
consignaciones diarias de víveres en los almacenes que quedarán establecidos
aquí”[vi].
Y como pasasen los dos días señalados por el segundo de Bolívar y no
llegasen los recursos exigidos, apretó la orden a los mismos alcaldes de San
Cristóbal, en los siguientes estrechos términos:
“Ya es insoportable la demora que experimento de parte de UU. Si a las
cuatro de la tarde de este día no esta en este Cuartel general el dinero y
demás objetos que he exigido de ese mal pueblo, responderán UU. Con la confiscación general de sus bienes, y prisión de
sus personas, y el lugar será dado al saqueo de las tropas, como lo merece
por su perversidad.
“Al mercader Cristóbal Gutiérrez le prevendrán UU. que bajo la misma pena traiga esta misma
tarde, o el total de los efectos que tiene ocultos de Mestre, o su valor, de lo que también serán UU. responsables”[vii].
Habiendo el ciudadano José Javier Viechi, alcalde ordinario, expuesto
razones de fuerza superior, el coronel Castillo repuso: “Esta corriente que
mañana vengan las diez y ocho mulas que me dice U. están prontas; …Lo que es
necesario é indispensable que estén aquí mañana muy temprano, son veinte reses.
U. sáquelas de cualquier parte, y
remítalas, en la inteligencia de que habiendo falta en esta remesa, cumplo mi ofrecimiento en el día mismo”[viii].
Santander, que hacia sus armas en aquella campaña y venia como Mayor
de la vanguardia, avisa a Bolívar, desde Bailadores: “en esta parroquia se han
aprehendido algunos trastos de los emigrados, que no valen cosa. Entre ellos,
cinco piezas de bayeta y alguna loza fina que he vendido para enterar su
producto en la
Proveeduría. He hecho embargar las haciendas de don Clemente
Molina y don José Chacón, y que administradas, sus productos sean para proveer
la tropa. Mañana mando al Hato del primero a sacar ganados y recoger mulas.
También he mandado moler 24 fanegas de trigo del español Vilardell, y algunas
cañas de Molina… Hiciera también cortar
los plátanos de la costa, si fuese obra de uno o dos días”[ix].
Positivamente, era de una flagrante verdad que el brigadier de los ejércitos
de Cartagena y de la Unión ,
libertadores de Venezuela, comenzaba a hacer uso, para independizarnos, –y como
lo había prometido–, de los mismos medios
de que se había valido Monteverde para subyugarnos.
II
¿En qué concepto, además, iba a penetrar en país extranjero aquel
invasor armado de extranjeras armas? Bolívar mismo había solicitado el auxilio
granadino de manera que pareciese un enrolamiento voluntario de caballeros de
la libertad, rompiendo la frontera de un país que era su patria, sólo semblante
de derecho que le procuraría una excusa moral. Pero era él también quien
deseaba tenerse como un general de la
Unión , para poseer ante sus mesnadas la fuerza de una
autoridad moral necesaria a sofrenarlas, una apelación a recursos y a poder, y
una fianza ante la opinión venezolana, de no ser un aventurero temerario, de
pecho a cualquiera eventualidad suicida: no toda Venezuela estaba bajo un
pacífico dominio de Monteverde: peleaba el Oriente; y protestaba como podía
Occidente; y aquel invasor, que buscaba la victoria de sus armas y por ella la
libertad de su patria, necesitaba aparecer ante los patriotas provisto de una
respetable credencial de derecho.
De aquí las vacilaciones del gobierno de la Unión. Pero mientras
él hesitaba, el ejército invasor, diseminado de Cúcuta a La Grita , en verdaderas
partidas de merodeo, pasaba por extremas necesidades: era imposible sostenerlo
con menos de 25.000 pesos mensuales, y ya para el mes de abril había consumido
todos sus fondos: Bolívar había hecho los esfuerzos que él confesaba posibles,
para economizar por su parte el producto del botín, respetando hasta un
maravedí de los bienes confiscados, depositados en manos de los alcaldes de
toda la jurisdicción cucutense. Cincuenta y un mil pesos había producido el
pillaje y todo se había consumido en los meses de marzo y abril[x].
“Vamos a aniquilar nuestro propio país, exclamaba Bolívar, vamos a
imposibilitarnos para obrar: a quedarnos sin ejército; y a poner en mayor descontento a estos pueblos, que habremos arruinado
para mantenernos en una perniciosa inacción”[xi].
Y clamaba por que se le autorizase para obrar hostilmente contra
Venezuela, a fin de obtener todos los bienes y evitar todos los males que
mencionaba.
Mientras tanto, él sostenía el sistema instaurado, no solamente
viviendo de la región que ocupaban sus tropas, sino tomando medidas sobre
organización de gobierno en territorio venezolano, discrecionalmente, sin saber
si “obtendría la aprobación del ejecutivo de la Unión”[xii],
tales como el nombramiento del doctor don Cristóbal Mendoza para gobernador de
la provincia de Mérida, provisto de instrucciones que terminaban con la
siguiente: “Hallándose la
República en una completa
disolución, el Gobernador de la provincia está plenamente autorizado para
obrar conforme a las circunstancias, sin
ceñirse a la letra de las leyes e instituciones, teniendo por único
principio y regla de conducta –que la salud del pueblo es la suprema ley”[xiii].
Ante una situación de angustia como la pintada por Bolívar, no era
sorprendente que el jefe de la vanguardia, –que lo era accidentalmente
Santander–, participase desde La
Grita que había comenzado la deserción, por la falta de
dinero y de víveres. Desde el 22 de abril, aquella tropa no recibía socorro y
frecuentes días se comió sin sal; no había ganado, en las éras se había agotado
el arroz, el invierno cobraba los rigores de la estación tropical, la tierra
respiraba virulencia, y la peste comenzó a batir sus alas silenciosas y
siniestras sobre aquellos desmedrados gitanos libertarios, cuyos flácidos
brazos eran inevitables garras de rapiña[xiv].
Bolívar declaraba que, a más tardar para el 7 de mayo, si no se
obtenían las sumas necesarias, era “imposible responder de un ejército desmoralizado por la intriga y la sedición y
desalentado con la grandeza de los peligros que los facciosos exageraban”[xv].
El gobierno de la Unión
replicaba que tenía noticias de que el botín de Cúcuta habría bastado a
satisfacer por largo tiempo toda necesidad; Bolívar confesaba que era cierto,
pero que en el tumulto y la confusión del asalto se habían robado más de
200.000 pesos, “sin que hubiese estado en su mano impedirlo”, porque los
comerciantes y los mercaderes huyeron en el momento mismo que entraban las
tropas en la villa, dejando sus almacenes y tiendas abiertas. “Los vecinos que
andaban por las calles, y los que desde sus casas observaban la proporción de
aprovecharse sin riesgo de los intereses de sus opresores, fueron los primeros
en tomar cuanto pudieron. Diseminados mis soldados por las calles persiguiendo
a los enemigos fugitivos, encontraban tiendas y casas abiertas ya comenzadas a
robar, y era muy difícil, por no decir imposible, impedir que cogiesen cuanto
se les presentaba a las manos.
“Inmediatamente hice reunir en un solo almacén todos los objetos
apresados para que se vendiesen, y con su producto se han pagado estos dos meses
las tropas que yo traje, las que trajeron el Brigadier Ricaurte y el Comandante
Girardot, y el batallón del Coronel Castillo, pues a mí no se me han dado fondos para mantener este ejército… En
una confusión como la de un combate y las consecuencias que le son anexas, no
es posible que haya el orden que se desea, sobre todo en unas tropas
acostumbradas a tomar los pueblos del Magdalena, pillarlos e incendiarlos luego, como ha sido la práctica de los
soldados de Cartagena…”[xvi].
Por fin, el 27 de abril, el gobierno granadino da la orden para que
Bolívar marche a ocupar las provincias de Mérida y Trujillo. Ahora es el
General quien se llama a reflexión y propio consejo, aleccionado por las
mortificaciones, las reprimendas que ha sufrido, los inconvenientes que ha
tenido que vencer, los riesgos de fracaso a que se
ha expuesto. La carencia de dinero es su tormento, el prest, la ración
de aquel dragón voraz, que a medida que serpea por los flancos andinos, va
engendrando de sí mismo anillos que lo alargan y dilatan su abdomen insaciable.
Aquellas provincias que va a invadir, son “países que apenas podrán suministrar
víveres para alimentar la tropa, permaneciendo en ellos un mes cuando más, y
por consiguiente, nos faltarán los
sueldos para el ejército, pues no hay caudales en aquellas provincias, que
han aniquilado el terremoto, la guerra y las persecuciones de los enemigos”[xvii].
Proponía, pues, que los gobiernos particulares y el general de la Nueva Granada le suministrasen
mensualmente 25.000 pesos, mientras se internaba en la provincia de Caracas,
que era la más rica. Estas cantidades serían reintegradas por la República de Venezuela
cuando estuviese restablecida, más los intereses que se estipularan con los
prestamistas, bajo la garantía del gobierno de la
Unión. A este efecto, Bolívar se preparaba
a enviar dos comisionados a las provincias del Socorro, Tunja y Cundinamarca,
con credenciales e instrucciones. “Luego que lleguemos a Mérida, –proseguía
exponiendo–, los soldados me pedirán sus sueldos atrasados, y yo no tendré
fondos con qué poder pagarles. Entonces los oficiales mismos aumentarán quizá
el descontento de las tropas, atribuyendo al país de Venezuela la falta de
prest, que tampoco tendrían aquí si se demorasen más tiempo en el territorio de
la Unión”[xviii].
Marcha, pues, contra Venezuela, subyugada por Monteverde, el ejército
unido, invasor y libertador de la patria. Son poco menos de 2.000 hombres de
Cundinamarca, Tunja, el Socorro, Cartagena y Pamplona, provisto de 22 piezas de
artillería, de las cuales ha tomado 8 al enemigo en diversos sucesos; llevan
1.200 saquetes de metralla, 11.600 balas, mil y tantos cartuchos de pólvora,
mil cien fusiles, 300 sables, 600 lanzas, 140.000 cartuchos con bala, tres
quintales de pólvora en grano, 92 tiendas de campaña, 10 quintales de plomo en
pasta y quinientas armas (fusiles, sables, lanzas, escopetas), en composición[xix].
Monteverde se dispone a recibirlo, desde Carache hasta Caracas, con 12.000
soldados.
Las tropas todas de Cundinamarca y algunos soldados de Cartagena van a
ser reunidas en la villa de San Cristóbal, para formar la retaguardia que se
colocará bajo el mando del coronel José Félix Ribas, a fin de que marche a
libertar la provincia de Barinas y se reincorpore luego al ejército, en algún
punto de la provincia de Caracas.
Esta división iba encargada, además, de sacar de Barinas ganados,
caballos y dinero; mulas y reses de toda clase para vender[xx].
En momentos en que Bolívar tomaba estas disposiciones, recogía en Cúcuta 15.000
pesos, vendiendo el resto del botín y algún cacao de las haciendas embargadas[xxi].
III
Ocupado Trujillo, Bolívar se dirigió a su gobernador, manifestándole
que desde el momento en que había llegado a aquella ciudad le había suplicado
se sirviese reunirle todas las
caballerías que hubiese en el Estado, para el servicio del ejército, así como la recolección de las sumas que
el Estado pudiese suministrar para los gastos de la guerra; agregándole que era
inconcebible que en el momento en que volvía a dirigírsele, la provincia de
Trujillo rehusara hacer los servicios indispensables para conservarle su propia
libertad y para salvar el resto de Venezuela. Concluía Bolívar: “Yo protesto a
US., que si para mañana no tenemos trescientas
caballerías capaces de transportar nuestros bagajes a Guanare, diez mil pesos
en plata para pagar las tropas, y el completo de los cien reclutas, consideraré la provincia de Trujillo como
país enemigo, y será, en consecuencia, tratado como tal”[xxii].
El teniente de aquel gobierno expuso la imposibilidad de llenar
funciones que sólo estaba interinamente desempeñando: Bolívar nombró para
gobernador provisional al ciudadano Fernando Guillén, encareciéndole que sus
primeras obligaciones eran recoger con la mayor eficacia, celo y actividad cuantas mulas y caballos hubiese en el
Estado, y dinero para pagar las tropas[xxiii].
El jefe del ejército pasó a Boconó al día siguiente, después de haber
fijado una contribución de 10.000 pesos entre los habitantes ricos de la
provincia; pero considerando que la forma en que se había procedido a hacerla
efectiva no era la más eficaz, dispuso que sería “más fácil la exacción”
repartiendo a los que fuesen hacendados cantidades pequeñas, “sin perjuicio de
que los que públicamente se conociese tener dinero efectivo, exhibieran sumas
mayores”; pero que no debía “dejarse una
sola persona sin contribución, aunque
fuesen diez pesos”[xxiv].
Bolívar siguió adelante, e involuntariamente tuvo que penetrar en
Guanare: al llegar al sitio del Vizcucuy (sic. Biscucuy), supo que una avanzada
de cien hombres que habían enviado los enemigos, desde Guanare, había
contramarchado rápidamente cuando se acercaban los invasores: el general
republicano trató de darles alcance con una partida de cazadores y de
caballería, pero no lo consiguió sino en la mañana del 1º de julio, en el paso
del río. Una violenta carga de caballería le dio el triunfo, de manera que el
contrario, sorprendido en la ciudad, se vio obligado a tomar la fuga
precipitadamente. “Hemos tomado caudales
suficientes, para la reconquista de
Venezuela –decía Bolívar–; en la Administración de tabaco hay existentes sobre doscientos mil pesos; y además, hemos hallado porción de almacenes de ropa
pertenecientes a los españoles, los que vendidos, producirán muchos miles”[xxv].
A la mañana siguiente, Bolívar salió de Guanare y pasó el río Boconó,
en dirección de Barinas, “resuelto a atacar a Tíscar”. Su acometida coincidió
con la noticia del triunfo de la retaguardia, mandada por Ribas, en Niquitao,
lo cual aseguraba la posesión de las provincias de Mérida y Trujillo. El jefe
español abandonó a Barinas a la media noche, y desde ella le encargaba Bolívar
al comandante de armas de Guanare, Francisco Ponce, que hiciese los mayores
esfuerzos por conseguir cuantos caballos se pudiese[xxvi].
El jefe vencedor hizo convocar la municipalidad, los tribunales y
notables de Barinas, y les leyó la proclama del congreso granadino a los
venezolanos, los documentos que autorizaban la misión libertadora, y un
discurso en que, entre otras disposiciones, había éstas: “El Intendente de la
provincia, Nicolás Pulido, queda repuesto en su empleo, y está especialmente
encargado de la administración de rentas nacionales, y colección de préstamos forzados y donativos voluntarios…” “Los bienes confiscados a los enemigos
deben ser administrados provisoriamente por la comisión de secuestros…”[xxvii].
El mayor general Urdaneta recibió órdenes de marchar con una división
sobre Araure, a donde debían concurrir Ribas con la retaguardia y Girardot, a
su regreso de Nutrias, con la vanguardia, para batir tropas de Monteverde que
habían llegado a aquella villa: Bolívar regresó a Guanare. Allí recibió
comunicaciones del Gobierno de la
Unión , que trasmitió a los Gobernadores de Barinas, Trujillo
y Mérida, ordenándole que la renta de los Estados que se fueren libertando no
se invirtiese sino en los precisos e indispensables objetos de la guerra, “economizando todo otro gasto que no se
dirigía a este fin, disminuyendo el número de los empleados civiles, que
quedarán reducidos solamente a aquellos que fueren de absoluta necesidad, y esto sin sueldo por ahora; en la
inteligencia de que ningún funcionario público podrá ser pagado hasta que no se
concluya la campaña”[xxviii].
De seguidas se dirigía Bolívar al Comandante general de la provincia
de Barinas, para expresarle que extrañaba bastante que mientras en Guanare se
habían hecho más de mil vestidos, en
aquella capital apenas se había fabricado un corto número, por lo cual era
necesario que se le remitiesen prontamente cuantos fuese posible, “así como el dinero que es preciso exigir de
todos los pueblos, para haber de mantener el ejército, que no sé con qué se pagará este mes”[xxix].
Urdaneta ocupó a Araure sin resistencia, mientras Girardot iba de
Nutrias a reunírsele a marchas forzadas; mientras Ribas derrotaban en los
Horcones, y perseguía hasta Cabudare, la división de Oberto, compuesta de mil
plazas: eran merideños los soldados vencedores cerca de Barquisimeto.
El mayor general siguió a San Carlos, el 25 de julio con la División del Centro, sin
que todavía se le hubiese incorporado ni la retaguardia, ni la vanguardia…
Antes de continuar observando a Bolívar, detengámonos a meditar si era
obra del “despilfarro y desbarajuste” que el brigadier Ricaurte denunciaba al
Gobierno de la Unión ,
o si se debía a una previsión del futuro Libertador, aquella incesante, aquella
incontenible exacción, aquella insaciable voracidad de dinero, de ganados, de
plantaciones, de almacenes, que consumía y consumía desaforadamente el boa
invasor, reptando por los caminos todavía ubérrimos de la Colonia venezolana; ansia
famélica, gula devastadora, que obligaba a Bolívar a clamar, a intermitencias
de veinte y de setenta horas, desde cada campamento, desde cada alto de la invasión, que el ejército
perecía de necesidad, que sus cajas estaban exhausta, que la miseria, más
temible que el enemigo, le cerraba el paso de la gloria. Sangre torrencial no
había, todavía, empapado aquel camino de expoliación desenfrenada: los combates
decisivamente libertadores de tres provincias, Mérida, Trujillo y Barinas, los
había ganado Ribas con la retaguardia, el primero en Niquitao, el otro en los
Horcones. Bolívar le dice al Gobierno, en abril, que el inmenso botín de
Cúcuta, –aun después de aquella regalía en que toca diez pesos a cada soldado–, servirá para auxiliar al ejército en la
campaña que va a comenzar, y, el 30 del mismo mes, le avisa al gobernador de
Pamplona que va a entrar el mes de mayo sin
tener fondos con qué sostener su gente, amenazando de una total indigencia, sin poder detenerse y
sin poder marchar adelante: veinte días después, desde Mérida, ya multada,
envía un destacamento sobre la capital de Barinas, a extraer caudales para la subsistencia del ejército, “que bien los
necesita”: justamente un mes después, amenaza a Trujillo con tratarlo como a
enemigo, si no le procura recursos con qué socorrer a los libertadores de
Venezuela: diez días después aprehende en Guanare “caudales suficientes para la
reconquista de Venezuela”, entre ellos, doscientos
mil pesos del estanco del tabaco: a los once días confisca los bienes
enemigos en Barinas; suprime la mayor parte de los empleados civiles y deja sin
sueldo a los restantes, hasta que concluya la guerra; regresa a Guanare a los
diez días, a urgir por dinero y vestuarios; llega a Araure, setenta horas
más tarde, y allí declara, antes de seguir a San Carlos detrás de la
división de Urdaneta, que “los fondos con que debe ocurrir a los gastos del ejército, se hallan agotados”; que no le queda
otro arbitrio para remediar esta necesidad, “que las contribuciones
extraordinarias que los fieles hijos de la patria puedan hacer”[xxx].
“Ni el rico, ni el pobre, –dice la orden–, quedará exento de esta contribución, que tan grandes bienes ha de
causar a todos; y ninguna causa o
pretexto se admitirá al que pretenda excusarse, antes bien, se le apremiará
por todos modos a la exhibición de la
cantidad que se le haya señalado”. “Yo espero que usted, como amante de la
libertad de su país, hará los mayores esfuerzos a fin de lograr el objeto que
me propongo, esto es, la recolección de
crecidas sumas que puedan bastar para
la subsistencia del ejército”[xxxi].
Y al día siguiente, puesto el pie sobre tierra de Caracas, nombra para
gobernador a don Cristóbal Mendoza, y le dice: “…sobre todo, encarezco a usted
la necesidad de la recolección de dinero
para el ejército que no puede subsistir sin grandes fondos”[xxxii].
Ese mismo día, San Carlos es ocupado victoriosamente: Bolívar ordena
en el acto levantar una contribución “que baste para la paga del ejército,
arreglada a los caudales de cada uno, pero que no pase de mil pesos, ni baje de
diez”. El que no exhiba la cantidad que se le señale, debe ser remitido preso al cuartel general[xxxiii].
Y repite de seguidas: “…especialmente le encargo la recolección del dinero, que es lo que más urge por ahora”.
Estaba sellada la primera etapa libertadora: de Cúcuta hasta San
Carlos, dinero, ganados, bestias, mercaderías, plantaciones, nada había bastado
al nutrimento del ejército de la
Unión …
IV
De San Carlos a Caracas estaba señalada la segunda jornada
libertadora. Desde aquel campamento, Bolívar despachó una descubierta sobre el
enemigo, por el camino de Valencia. El veintinueve de julio, a las diez de la
noche, el jefe del ejército recibió aviso de que los enemigos estaban en
Tinaquillo, con ánimo y preparativos de marcha sobre los republicanos.
Bolívar movió en el acto una parte de vanguardia y el centro del
ejército. Seis horas después, a las seis de la mañana del 30, él mismo se situó
en las Palmas, a poca distancia del campo enemigo. Al día siguiente, muy
temprano, siguió marcha y a las dos horas recibió aviso de la descubierta de
que el español, en número de mil y tantos hombres, le iba al encuentro,
hallándose ya en la sabana de los Pegones. Un grupo de cazadores fue lanzado al
reto, pero el contrario tocó contramarcha y tomó la vuelta de Tinaquillo. Bolívar
dio orden de que cargara la caballería: cuando ésta lo alcanzó, ya estaba
formado en batalla en la sabana de los Taguanes. Hubo que hacer alto, para
aguardar a la infantería; al llegar ésta, Bolívar dispuso el campo: la
infantería debía atacar de frente, mientras que la caballería, –flanqueando por
la izquierda del enemigo–, debía cortarlo por la espalda. El ejército español,
al sentir el segundo movimiento, comenzó a replegar en orden: durante seis
horas sostuvo la retirada, pero al cabo de ellas, ya tenía sobre sus filas a la
caballería republicana, y fue forzoso el desorden. Bolívar acometió entonces de
firme, dispersándolos y capturándolos. La noche cerró cerca de Tocuyito, en
donde acampó Bolívar: muy próximo pernoctaba también Monteverde, quien,
ignorante de la derrota de Izquierdo, muerto en la persecución, había llegado
con dos compañías de caballería é infantería. Al saber la noticia, Monteverde
regresó a Valencia.
Bolívar entró en Tocuyito el 1º de agosto en el medio día. “Desde el
instante mismo en que supieron nuestra aproximación los patriotas (los de
Valencia), corrieron a presentárseme, llevándome las armas que tenían, o que
podían coger, y dándome noticia de la situación en que se hallaba Monteverde”[xxxiv].
Al acercarse Bolívar a Valencia, aquél tomó precipitadamente la ruta de Puerto
Cabello, perseguido por una partida al mandato del Comandante Girardot.
Los patriotas penetraron, pues, sin resistencia en la ciudad y
dispusieron marcha a Caracas. No bien acampaban en La Victoria , cuando se presentó
ante Bolívar una comisión, compuesta de los señores Marqués de Casa León, don
Felipe Fermín Paúl, don Vicente José Galguera, el presbítero don Marcos Ribas y
don Francisco Iturbe, a manifestarle que en esta capital se habían reunido los
empleados principales y los habían diputado a ellos cerca del jefe republicano,
“a fin de tratar de un acomodamiento pacífico” sobre las bases de que se les
había provisto. Ellas no contienen otro interés que asegurar la vida de los
empleados y de los realistas, que temen una revancha de la capitulación de
Miranda: Bolívar asegura, en cambio, “que estas capitulaciones serán cumplidas
religiosamente, para oprobio del pérfido Monteverde y honor del pueblo
americano”[xxxv].
Habían propuesto el arreglo los señores Manuel de Fierro, Luis José Escalona,
Francisco de Aramburu, el conde de La
Granja , Jerónimo Sanz, Ignacio de Ponte, Antonio Carvallo,
Francisco Antonio Carrasco, Juan Bernardo Larrain.
Venía, pues, Bolívar venciendo con su marcha: iba a penetrar en
Caracas sin sangre, como penetró en Valencia. Sin embargo, en medio del
alborozo del Triunfo, húmeda aún su firma sobre el tratado, aparece en La Victoria el señor Manuel
Isidro Osío, enviado por el Alcalde de Villa de Cura, don Gabriel Barrios, a
avisar al vencedor que él y los demás Vecinos de aquella ciudad se han
pronunciado por la
Independencia , y Bolívar al darle las gracias y conferirle el
mando provisional, político de aquella villa, le agrega: “…para su gobierno
advierto a U. que deberá proceder inmediatamente contra los españoles e isleños
de esa jurisdicción, confiscando sus
bienes y remitiéndolos a La Victoria…”[xxxvi].
Y antes de marchar a Caracas, al enviar al Teniente coronel de caballería José
María Paz del Castillo a Villa de Cura, a encargarse del mando militar, le
ordena: “Los bienes de los que prendan serán
embargados, con las formalidades necesarias, dándome cuenta para mi
determinación”[xxxvii].
El ejército ocupa a Caracas el 8 de agosto de 1813: el gobernador
Fierro, a la cabeza de las tropas españolas, ha abandonado la ciudad, “temiendo
alguna fermentación peligrosa”, y ha dejado encargado del gobierno a Coto Paúl.
Bolívar expide ese día una proclama y un manifiesto, expresando en éste: “…no
podremos formar un gobierno estable y permanente, consolidar nuestra independencia,
ni cantar victoria, mientras sea indispensable que nuestras armas vencedoras
subsistan en continua agitación hasta lograr por entero el triunfo tan deseado:
quiero recordároslo con la sinceridad que me es característica, añadiéndoos que
si todos, todos, no contribuís efizcamente a tan sagrados fines, cada cual con lo que permitan sus facultades
y circunstancias, nuestra lucha puede dilatarse, …pues sin auxilios y socorros nada podrá hacerse, espero que mis
conciudadanos franca y generosamente se
prestarán gustosos a proporcionarlos, ya por ser uno de sus imprescindibles
deberes, ya por no degradarse del alto rango a que la Providencia los ha
elevado; y ya por imitar el asombroso
ejemplo que la Nueva Granada
y todos los pueblos del tránsito a esta Capital han dado en nuestras tropas
vencedoras, a las cuales nada les ha
faltado para su subsistencia y lucha”[xxxviii].
De seguidas explicaba Bolívar los motivos para el nombramiento de
funcionarios fiscales, que asegurasen, o como él decía, “lisonjeasen sus
clamores”:
“Ya se han dejado ver los rasgo
del patriotismo bien cimentado en los heroicos corazones de muchos ciudadanos,
que unos en persona se me han presentado a
hacer demostraciones efectivas y entusiasmado… Confieso, sin, embargo, que
no todos podrán hacer a su patria presentes
tan lisonjeros, y que sobrando a muchos el deseo, les sobrecogerá la pequeñez del exhibo. Conozco muy bien
este grave inconveniente, y conozco también que aunque otros no lo tengan lo
dificultarán, por no haber persona encargada de esta recaudación. Por tanto, he
resuelto nombrar, como nombro, para que ante ellos se haga, a los cuatro
corregidores recientemente electos que diaria
y nocturnamente se prestarán a cuantos ocurran con sus donativos, sean cuales
fueren, pues no está ceñida mi esperanza al solo metálico sonante, sino a
cuantos artículos sean necesarios para la guerra……Con todos hablo,
ciudadanos: a nadie exceptúo:
cualesquiera demostraciones llenarán mis deseos…”
Y volviéndose aún hacia sus propios colaboradores, les decía: “Empleados
de todas rentas y estados, a vosotros
también se dirigen mis encarecimientos; un año entero gemisteis bajo el
feroz tirano yugo español, sin sueldos, oprimidos en oscuras cavernas, etc. No
será, pues, extraño partáis vuestra renta
con el guerrero soldado que tan noble y generosamente expone el pecho a las
balas, por defender vuestra libertad civil. Dentro de los muros de una ciudad
provista como esta de cuantos mantenimientos son necesarios, de cualquier modo podéis proporcionar
vuestra subsistencia y la de vuestra familia, cubriendo las carnes con
telas ordinarias en obsequio de nuestra felicidad futura…”
De allí a dos días anunció en otra proclama que las dilapidaciones del
gobierno español habían agotado todos los recursos y reducido a la nada los
fondos públicos; y que, en consecuencia, procedería a una reforma, tanto en el
número de los empleados, como respecto a sus sueldos, “porque no faltarían
ciudadanos virtuosos que se contentasen con lo necesario para su subsistencia”[xxxix].
Como en esta misma proclama lo manifiesta, emprende la campaña sobre
el interior, comenzando por el asedio de Puerto Cabello, y ya dueño de esta
plaza, toma en consideración que los ingresos de la renta del tabaco se
disminuyen sobremanera cada día, a causa de los fraudes que se cometen, bien en
ventas clandestinas que algunos particulares hacen del tabaco, bien en la
malversación de algunos empleados del mismo ramo, y que ello acontece en
momentos en que la patria exige el
sacrificio de los bienes de los ciudadanos, para cooperar al sostenimiento del
ejército, y decreta que “todo aquel que fuere convencido de haber
defraudado los caudales de la renta nacional de tabaco, o vendiéndolo
clandestinamente fuera del estanco, o dilapidándolos con robos y manejos
ilícitos, será pasado por las armas, y
embargados sus bienes, para deducir los gastos y perjuicios que origine”.
Las mismas penas imponía y a los conniventes y a los parciales[xl].
Bolívar estuvo dirigiendo personalmente la Guerra en Puerto Cabello y
Valencia hasta promedios de octubre del año trece. De allí regresó a Caracas,
después de las acciones de Bárbula y las Trincheras.
V
Antes de volver a Caracas, Bolívar reglamenta los sueldos y las
raciones de las clases y de los soldados del ejército llamado ya “Libertador de
Venezuela”.
Dispones de los sargentos, los cabos y los soldados de cualquier
batallón o escuadrón de línea, gocen diariamente de una ración compuesta de un
medio real de carne, y un cuartillo del pan que se encuentre en el país donde
resida; que reciban también diariamente, en dinero efectivo, un socorro
calculado así:
Sargento primero y tambor mayor: 2 ½ reales
Sargento segundo: 2 reales
Cabo primero: 1 ½ reales
Cabo segundo y trompeta de orden: 1 ¼ reales
Soldado, tambor, trompeta y pífano: 1 reales
Y que además, se les provea de un vestuario de paño con las demás
piezas de lienzo, zapatos y sombreros, cuyo valor equivaliese a la diferencia
entre el valor de la ración y socorro diario, y el haber total, y a cuyo
vestuario se asignaría una duración proporcional a su costo. Disponía que
cuando por algún motivo las clases y soldados no recibiesen ración, se les
diese su equivalente de tres cuartos de real en dinero: igual procedimiento
debía adoptarse con quien de hallase en hospital, pero sustrayéndole el socorro
para abonar los gastos de estancia. Cuando faltare carne o pan, se abonaría por
aquélla medio real; y por éste, un cuarto[xli].
Venido Bolívar a Caracas, hubo, el catorce de octubre de mil
ochocientos trece, reunión extraordinaria del cabildo: concurrieron a ella, don
Cristóbal Mendoza, gobernador político del Estado; don Juan Antonio Rodríguez
Domínguez, juez de policía, Presidente de la Municipalidad ; don
Vicente y don Jacinto Ibarra, alguaciles mayores; los municipales don Andrés
Narvarte, don Marcelino Algain, don Miguel Camacho, don Francisco Ignacio
Alvarado Serrano, don José Ventura Santana, don Rafael Escorihuela, y los
síndicos don José Ángel de Álamo y don Pedro Pablo Díaz, don Antonio Fernández
de León, director general de rentas nacionales; los corregidores don Carlos
Machado, don Francisco Talavera, don Ramón García Cádiz, don Vicente López
Méndez y el prior del consulado, don Juan Toro.
Todos aquellos señores resolvieron aclamar por unanimidad al ciudadano
venezolano, brigadier de la Nueva Granada ,
Simón Bolívar, por Capitán General de los ejércitos de Venezuela, vivo y
efectivo, con todas las preeminencias y prerrogativas de este grado; y antes de
separarse, acordaron fijar con caracteres bien inteligibles, en las portadas de
todas las municipalidades del distrito, esta inscripción: “Bolívar, Libertador
de Venezuela”[xlii].
Empero, para esa fecha, Bolívar no poseía en realidad sino el
territorio que ocupaban sus armas: las plazas de Caracas, Valencia y Puerto
Cabello; porque el puerto interior y el castillo de San Felipe estaban en poder
del enemigo. Había que rehacer la campaña; había que salirse de nuevo de
Caracas a reconquistar la república. Antes de marchar, Bolívar expone que las
divisiones que van sobre Coro, Guayana y Maracaibo, “(necesitan auxilios para
su subsistencia” y deben “disfrutar cuanto poseemos”; y de acuerdo con esta
declaración decreta:
1º Los justicias mayores de los pueblos, asociándose con dos vecinos
de toda probidad y concepto público, harán y remitirán firmada a la dirección
general y a la administración del pueblo o del partido, una lista de los
vecinos de su jurisdicción que posean una
hacienda, labranza o tienda abierta, de cualquier especie que sea.
2º Formada que sea la lista, procederá el mismo teniente justicia y
acompañantes a asignar el soldado o
soldados que pueda pagar cada propietario; y como quiera que en la clase de
labradores y artesanos habrá algunos que sus rentas no le permitan constituir
un pré íntegro, se les asignará la mitad.
3º Se entregará voluntariamente en la administración del pueblo o del
partido, con un mes de anticipación,
la asignación que se le haya hecho del pré de uno o más soldados, o de la
cantidad menor que haya cabido; y de los que no lo hagan, pasará un aviso el
administrador a su juez, para que por medidas
coactivas se haga satisfacer el impuesto, que será el duplo del que le
corresponde, por su morosidad.
4º……………………………………………………….
5º Son comprendidos en este impuesto los sacerdotes, por sus bienes
patrimoniales y benefíciales, y también los cuerpos religiosos y colegios, por
sus fondos comunes; pero no lo serán los empleados civiles y de Hacienda, por
lo que respecta a sus sueldos, a causa de
habérseles rebajado a la mitad.
6º……………………………………………………….
7º Los jueces administradores y demás que se estimen negligentes en el
cumplimiento de esta ley, serán removidos de sus empleos, y multados
pecuniariamente al arbitrio del que conozca de su negligencia[xliii].
íbase, pues, a reemprender la campaña: las siete provincias libertadas
en un rapto de fortuna para los patriotas, apenas quedaban, para el honor de
las armas republicanas, inscritas en los fastos del denuedo: sólo en realidad
era libre la provincia de Cumaná, garantida por el ejército de Mariño. Mérida,
Trujillo y Barinas consuman una violenta reacción: Achaguas, Pedraza,
Bailadores, ofrecen de nuevo la cerviz a la coyunda. García de Sena conduce una
división al occidente y Tomás Montilla otra a los Llanos, para concurrir contra
San Fernando y asegurar el territorio de Barinas, a donde irán a auxiliarlos, para
proseguir a Bailadores, Campo-Elías, vencedor de Boves en Mosquiteros, y
Urdaneta, expedicionario sobre Coro y Maracaibo. Todo quimeras: se aproximaba
1814, y ningún hado, ninguna adversidad, ningún destino misterioso llevaba a la
república al desastre: su camino había sido abierto ampliamente hacia el
infortunio por los invasores acaudillados por Bolívar: España, fuerte desde el
principio, de doce mil soldados, volvía del estupor de la acometida, y tomaba
la revancha contra aquel puñado de audaces, que se contentó con abrirse paso
impetuosamente, a punta de bayoneta, contra las filas enemigas, sin dejar
detrás de sí nada de fuerza material, nada de organización, nada de previsiones
que consolidasen la victoria y asegurasen la independencia; no otra cosa que un
deslumbramiento fulmíneo de arrojo y de heroísmo; no otra cosa que el pavor de
la irrupción, el estrépito del asalto, el aúllo de la venganza, la conminación
implacable, la extorsión, el saqueo, la ruina, el desastre adelantado a Boves…
Ceballos triunfa en Bobare, en Yaritagua, en Barquisimeto; se reúne a Yánez, y
la victoria de Araure, ganada homéricamente por los republicanos, apenas es un
tropiezo al raudal de la revancha, que se represa un instante, agolpa su
caudal, empuja la resistencia y la rompe inconteniblemente, para desbordarse
hasta los valles de Barlovento, en un torrente férvido de venganza y de furor,
bajo el semblante de 8.000 llaneros de Bobes, el hegemón del desquite, el
hombre-conjunción de todas las fuerzas reactivas que producirán el siniestro.
A Bolívar no se escapan los rumbos ni los orígenes de 1814: en su
manifiesto de Carúpano, del mes de septiembre, su pluma guía su confesión: “En
vano esfuerzos inauditos han logrado innumerables victorias, compradas al caro
precio de la sangre de nuestros heroicos soldados. Un corto número de sucesos por parte de nuestros contrarios ha
desplomado el edificio de nuestra gloria…”
“Es una estupidez maligna atribuir a los hombres públicos las
vicisitudes que el orden de las cosas produce en los Estados, no estando en la
esfera de las facultades de un General o magistrado, contener en un momento de turbulencia, de choque y de divergencia de
opiniones, el torrente de las pasiones humanas… Y aun cuando graves errores
o pasiones violentas en los jefes causen
frecuentes perjuicios a la
República , estos mismos perjuicios deben, sin embargo,
apreciarse con equidad, y buscar su origen en la causa primitiva de todos los
infortunios, la fragilidad de nuestra
especie…”
“Yo, muy distante de tener la loca presunción de conceptuarme
inculpable de la catástrofe de mi patria, sufro al contrario el profundo pesar
de caerme el instrumento infausto de sus espantosas miserias; pero soy
inocente, porque mi conciencia no ha participado nunca del error voluntario o
de la malicia, aunque por otra parte haya
obrado mal y sin acierto…”[xliv].
Al Presidente del Congreso granadino comenzaba comunicándole la
catástrofe con las siguientes palabras: “La naturaleza de una guerra de exterminio que me fue forzoso sostener en Venezuela para
conservar la libertad que le había dado, redujo
aquel país a tal desolación que es imposible describir a V. E.”[xlv]
Allí en Cartagena estaba el brigadier don Joaquín de Ricaurte, segundo
del ejército granadino invasor de Venezuela. La rivalidad, el celo mezquino, el
orgullo herido, la tristeza de la gloria ajena, violan en su pluma la
discreción y en sus labios el silencio de las primeras complicidades. “El
ejército dice en su informe al Congreso de la Nueva Granada , marchó con una
general desorganización en todos sus departamentos. El de la administración,
que es el gran móvil que concierta los movimientos, afianza la subsistencia, y
el que asegura la disciplina, no existió nunca. El ejército debía vivir del país que ocupaba; pero sin un sistema
para exigir contribuciones, éstas se
arrancaban violentamente, sin medida ni proporción; a los haberes de los
contribuyentes, ni a las necesidades del
mismo ejército…
“…El latrocinio reducido a
sistema, la impunidad con que se atacaban las propiedades, sin distinción de
los propietarios, y la aplicación del producto de los robos al provecho de
algunas familias, fue otro motivo de exasperación para unos pueblos que nos
esperaban como libertadores, y que nos veían obrar con más fiereza, más inmoralidad, que nunca lo habían hecho los
españoles, ni podían hacerlo los caribes…”
“Por fin, los pueblos que esperaban ver restablecido su sistema
representativo, y que con este modo se pusiera a salvo su seguridad y que ven
un desgobierno liberal, una porción de dictadores obrando según sus caprichos, una gran disipación de subsistencia y
ninguna organización de rentas, soltaron los diques a su furia, y unidos a
los pocos restos de los enemigos, formaron masas enormes dispuestas a parecer
mil veces antes que someterse a la brutalidad de los soldados indisciplinados,
de los jefes inmorales, y de sus satélites, a quienes eran permitidos los
desórdenes, los robos, los asesinatos, y cuanto horroriza la naturaleza”[xlvi].
Sí 1814 fue la desastrosa repleción del boa devastador.
[i] Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada ,
Cartagena de Indias, 15 de Diciembre del 1812.
[xiii] Instrucciones al señor Cristóbal Mendoza,
para pasar a encargarse del gobierno de Mérida, Cúcuta, 28 de abril de 1813.
[xix] Estado
de armas, pertrechos y útiles del ejército unido. Cúcuta, 9 de mayo de 1813.
José Tejada.
[xxxiii] A
todas las justicias de todos los pueblos del partido capitular de San Carlos,
27 de julio de 1813.
[xxxv] Al
Gobernador y municipalidad de Caracas, Cuartel General en La Victoria , a 4 de agosto
de 1813.
[xxxviii]
Caracas, 11 de agosto 1813. Refrendado por el Secretario de Gracia y
Justicia, Rafael Mérida.
[xl] Decreto
de Puerto Cabello, 11 de septiembre de 1813. Refrendando: Antonio Muñoz Tébar,
Secretario de Estado y de Hacienda.
[xli] Reglamento
sobre sueldos y raciones, Valencia, 10 de octubre de 1813. Refrendado, Antonio
Rafael Mendiri, secretario den guerra.
[xlii] Acta
de la municipalidad de Caracas, 14 de octubre de 1813. Autentica, Francisco León de Urbina,
teniente-secretario.
[xliii] Cuartel
general en Caracas, 20 de octubre de 1813. Refrendado, Antonio Muñoz Tébar,
secretario de Hacienda.
[xlvi] Cartagena,
9 de octubre de 1814. de la Gaceta Española ,
de Santa Fe, 1º de agosto de 1816. Joaquín
de Ricaurte.
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