La Ración del Boa
(tercera parte: Cap. XI al XVII)
Eloy Guillermo González
Caracas, Empresa El
Cojo, 1908
XI
El ejército patriota abandona a Guayana exhausta, a principios del año
XVIII, para invadir el Apure, próvido y estratégico. Ejército de leones
famélicos, inundando la pampa ubérrima, por muchos años inagotable.
El 31 de marzo, Páez lo guía hacía el Pao, en busca de Morales;
mientras Bolívar, desde San José de los Tiznados, se dirige a Calabozo y marcha
de allí a San Fernando[i].
El 2 de abril, el jefe del Estado Mayor General declara que la escasez
de armas y de municiones es absoluta y que ha obligado a S. E. el Libertador a
facultar al general Carlos Soublette ampliamente, para que, con su rapidez
característica, proceda a salvar aquellas dificultades. Soublette halla que la
falta de fondos es el obstáculo esencial, y en consecuencia ordena que todos
los cueros que existan en San Juan de Payara o en cualesquiera otros puntos del
Apure, sean remitidos en el acto al puerto de Angostura, procediendo a
embargar, para el cumplimiento de esta disposición, cualquier buque que se
encuentre en el Caujaral. “Si por parte de algunos de los jefes de la Provincia se hubiere
hecho algún contrato sobre otros cueros, por objetos que no fueren armas y
municiones, se reservará su pagamiento para más tarde, pues estando
comprometida la existencia misma de la Nación , todo otro interés debe posponerse”[ii].
Mientras esa campaña del Apure, el Consejo de gobierno residente en
Angostura, celebró con Mr. Hamilton, que había llagado de Londres, una contrata
de diez mil (10.000) fusiles, de los que debía conducir a aquella plaza el
bergantín nacional Colombia, cuatro
mil en el mes de julio, pagadero su precio en tabaco de Barinas y en mulas; a
cuyo efecto debía cargarse de aquel fruto, antes del día quince del mes dicho,
el Hunter, completándose el monto de
la contrata con toda otra clase de frutos del país. Si así no se hacía, Bolívar
temía la desconfianza del extranjero y la ruina del naciente crédito de la
república en Inglaterra[iii].
De allí avisaba López Méndez, con fecha 15 de febrero, que había contraído un
crédito de doscientas mil (₤200.000) libras esterlinas, con las que debían
comprarse cinco navíos de líneas de 64 cañones cada uno, perfectamente
tripulados y abastecidos, que debían ser mandados por un célebre marino inglés
y que debían dirigirse sobre las costas de Venezuela, después de haber batido
la expedición que se prepara en Cádiz[iv].
Páez, que había estado aislado y sin recursos de cambio, se había
visto obligado a ordenar la acuñación de moneda, por el molde muy imperfecto de
la macuquina que hizo romper el gobierno de Venezuela en la segunda época de la
independencia[v].
Libre el jefe del Apure de aquellas críticas y extraordinarias circunstancias,
el Libertador prohibió la circulación de aquella moneda, fácilmente
falsificable[vi].
Sobre aquel agotamiento incontenible e inevitable de nuestros recursos
de vida, de nuestras fuentes de prosperidad, caía sin remedio el azote del
contrabando en las costas del Oriente. Las primeras disposiciones de Bolívar
habían sido ineficaces, y a él le parecía indecorosa para el gobierno la adjudicación
de los comisos a los empleados y a los jueces: ordenó, por tanto, que no sólo
los ciudadanos, sino cualquier habitante del país en donde se hiciere el
contrabando, aunque fuese un extranjero, tendría derecho a denunciarlo,
debiendo adjudicársele exclusivamente al denunciante el valor del comiso, en la
misma especie aprehendida, después de deducir: 1º los derechos de importación o
exportación que corresponderían al Erario, si la introducción o salida se
hubiesen hecho legalmente; 2º la parte correspondiente al aprehensor, según las
disposiciones en vigor; y 3º las costas del proceso de comiso[vii].
Eran, además, impacientes, o estaban urgidos, patriotas ilustres,
defensores eminentes, o servidores eximios: el almirante Brion representante
ante el Libertador, solicitando que se le cedan, en pleno dominio y propiedad,
–en pago de su acreencia contra el gobierno de Venezuela–, la casa que habita,
las dos contiguas a derecha é izquierda, y la que está al fondo[viii].
El mismo día, el mismo almirante solicita que se le conceda el privilegio para
establecer la navegación a vapor en el río Orinoco. Para esta segunda gracia,
Bolívar manifiesta que necesita un plazo racional, mientras se informa del
modo, tiempo y condiciones con que los gobiernos más liberales de Europa y América
han concedido aquel privilegio a ciudadanos muy beneméritos[ix].
Los empeños del gobierno, –como lo declara Bolívar–, se aumentan todos
los días extraordinariamente. Sobre los contraídos recae, en el mes de octubre,
otro de treinta y cuatro mil (₤34.000) libras esterlinas, valor de la carga de
bergantín de guerra Imogenea, que de
Londres trae a los patriotas cuatro mil fusiles, pólvora, plomo y otros efectos
de guerra: el almirante Brion, y otros, giran de continuo, y el gobierno se ve
en mil embarazos para cubrir los giros[x].
Bolívar insta a Páez para que le haga recoger cuantas mulas haya en el Bajo
Apure, como inclusión de las de los particulares, y cuantos frutos haya
acopiados o se acopien de cualquiera especie y calidad.
Páez a su vez está asediado por otra suerte de necesidades: sus
batallones andan desnudos y él desea vestirlos, siquiera a objeto de evitar la
deserción[xi]. Sin
embargo, sólo se da un plazo de quince días, –mientras bajan las crecientes de
los ríos llaneros–, para enviarle al Libertador trescientas y más mulas, en
tanto dicta disposiciones para salar veinte mil arrobas (@ 20.000) de carne que
le ha encargado el Jefe de la República[xii].
Después de esto, Páez se dispone a rematar el desastre: “Hoy será evacuado San
Fernando y reducido a cenizas, de modo que no quede piedra sobre piedra”[xiii];
pero, es tanto el acervo llanero, que el jefe de Apure puede ofrecer al de
Venezuela, –diez días después–, diez mil (10.000) caballos, “sin contar la
multitud de potros que están a mi disposición”[xiv].
Bolívar se daba exacta cuenta de aquella furiosa devastación: al
correr de los días, llega el de la instalación del Congreso de Angostura, en
febrero de 1819, y las primeras palabras de justificación del Dictador en el
seno de la Asamblea ,
dicen así: “No ha sido la época de la Republica que he presidido, una mera tempestad
política, ni una guerra sangrienta, ni una anarquía popular: ha sido, sí, el desarrollo de todos los elementos
desorganizadores; ha sido, si, la inundación de un torrente infernal que ha
sumergido la tierra de Venezuela”[xv].
Bolívar, Páez, ninguno de los libertadores puede ser responsable de
aquella ruina monstruosa, que aglomera escombros, cierne desolación y vierte
ríos de sangre sobre amontonamientos de cadáveres: “en medio de aquel piélago
de angustias”, Bolívar “no ha sido mas que un vil juguete del huracán
revolucionario, que lo arrebataba como débil paja”… “apenas se le puede suponer
simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela”[xvi].
XII
Antes de marchar para el Apure, Bolívar había dejado ordenes en
Angostura para que le remitieran cuarenta (40) quintales de tabaco del que se
cosechaba en las misiones, las cuales órdenes reitero con urgencia desde
Chaparralito, “porque todo el ejército consumía tabaco”[xvii].
Eran los momentos en que el general Arismendi anunciaba desde Juangriego que
estaban agotados todos los fondos y los recursos de la Isla de Margarita y que no le
quedaba otro arbitrio que poner en consideración del Secretario de lo Interior
la incapacidad en que se hallaba de proveer a la división del general Urdaneta
de las raciones necesarias para llenar el encargo de aquel cuerpo de ejercito.
Arismendi pedía, por de pronto, seiscientas reses, alguna carne en tasajo,
harina, arroz y menestras, mientras el General expedicionario se proveía del
territorio que ocupaba con sus armas[xviii].
A la pericia y al denuedo de Urdaneta se encomendaba aquella
expedición que ponía tener triple objeto: ocupar costas de Caracas, a
inmediaciones de La Guaira ,
según las instrucciones de Bolívar: desembarcar a barlovento o a sotavento
(según el estado de las fuerzas), con el objeto de obligar a Morillo a perder
la costa si se retiraba hacia los llanos, o a evacuar estos para conservar
aquella: o bien, auxiliar a Guayana en caso de invasión.
Previstos estos casos, el general Urdaneta, ordenaba hacer
preparativos de todo género, para mantener lista y provista su división, que la
constituían: la Legión Británica , los
cazadores de Uslar, una compañía de criollos, una columna de Cumana y otra de
Margarita.
Entre otros artículos, pedía el General expedicionario: treinta mil
raciones, compuesta de una libra de pan, doce enzas de carne salada, seis de
menestras y la sexta parte de una botella de ron, o el equivalente en otros
artículos, veinte quintales de jabón y seis quintales de tabaco[xix].
Urdaneta avisaba que para esto había reunido una junta compuesta del almirante
Brion y de los generales Arismendi y Gómez, y que todo se le había negado.
El almirante también prevenía al Gobierno de que, siendo el consumo de
vivares inmenso, los gastos eran enormes: que era falso lo que se le había
informado al Gobierno sobre la riqueza de las cajas del almirantazgo[xx].
De concierto Brion y Urdaneta, buscan remedio a la situación: el
segundo escribe que se han valido del Coronel Montilla, para que solicite de su
hermano en Santómas un suplemento de víveres, además del que ya tenia hecho;
“pero aun esta medida, que miramos como la mas segura, está sujeta a la
contingencia de que don Juan Pablo Montilla no tenga por el momento fondos
disponibles, porque los intereses que maneja son ajenos, y podemos llegar en un
momento en que él haya hecho alguna remesa a sus consignantes. Por esto, y
porque si no nos proveemos oportunamente, puede demorarse la expedición, y
quizás disolverse aquí mismo, es indispensable que US. Tome en consideración el
contenido de mis oficios número 10 y número 13, en que solicito del gobierno,
por conducto de US., todos los auxilios que puedan franqueárseme, así en
víveres como en dinero. Esta expedición cuesta al Estado grandes sumas; pero ya
invertidas, es economía gastar algo más para que no se pierda todo[xxi].
Agregaba el general Urdaneta que era una circunstancia terrible
hallarse urgido diariamente por dinero y víveres para mil doscientas plazas, en
que se comprendían dos hospitales numerosos y sin recibir de la Isla sino muy pequeños
auxilios; “y no sé a la verdad cómo cubrir estas necesidades, que se hacen
mayores por la calidad de las tropas, que siendo europeas, han venido
contratadas a prest corriente y a mantenerse como en Europa. En vano se me dirá
que las acostumbre a mantenerse como las criollas. Esto podrá suceder con el
tiempo; pero hacerlo ahora sería exponerme a quedar sin un hombre. Sin haberles
faltado nada, ha sido necesario extraer las partidas de diez y más que han
intentado irse en buques mercantes. La División inglesa está en el contrato: faltando
éste, falta aquélla. Cuando yo tenga una fuerza igual de criollos, entonces
recibirán la ley: por ahora es imposible[xxii].
Zea, a su vez, le avisaba a Bolívar que la llegada de las tropas
inglesas había obligado al gobierno de Angostura a disminuir la remesa de
víveres y efectos que se iba a hacer para el ejército del General Comandante en
Jefe. “Vinieron todos absolutamente desnudos, –dice el Vicepresidente–, y fue
preciso proveerlos de todo… S. E. el General Mariño ha vuelto al Pao, después
de haber recogido mucho ganado, y tenido contestaciones muy acaloradas con el
General Zaraza”[xxiii].
Mientras esto acontece por Guayana y el Oriente, el general Páez clama
por la necesidad de que de Caicara se le hagan pasar para el otro lado del
Apure, siquiera trescientos caballos gordos de los que hay allí empotrerados.
El General manifiesta que las continuas marchas y fatigas en que ha estado su
ejército desde que Bolívar llegó a San Juan de Payara, aumentadas sobremanera
con la aproximación del enemigo, habían puesto sus caballadas en el más
miserable estado. Agregábase a esto, que a una asombrosa emigración “de seis a
ocho mil almas” había sido preciso darle caballos para que pudiesen salvarse,
quedando las cabalgaduras inutilizadas para emprender operaciones sobre el
enemigo[xxiv].
A poco, el ganado también comenzaba a escasear en las sabanas[xxv];
de manera que el general Páez subía su súplica a quinientos caballos de los
empotrerados en Caicara[xxvi].
El Coronel Nonato Pérez recibió ordenes de Bolívar para ir al
Mantecal, recogiendo y amadrinando cuantos caballos fuere encontrado, así como
pasar a Guadualito, a practicar la misma operación “sin exceptuar la propiedad
particular”[xxvii].
El Coronel Pérez se prometió a extraer de este último punto mil caballos,
mientras Bolívar elegía para acamparse la Quesera Barretera ,
dispuesto a no alejarse más allá del Veladero, que era en donde había más pasto
y agua abundante (27 de abril de 1819).
XIII
Para fines de abril, todavía es peligrosa y precaria la situación del
general Urdaneta en la
Margarita , a causa de la escasez de sus recursos. Los barcos
que se habían destinado a solicitarlos en las colonias, no habían regresado;
dinero no había, ni de donde sacarlo; la salida de la expedición no podía
prefijarse, porque la escuadra no podía moverse, a pesar de los esfuerzos
incesantes de Brion. En esa escuadra había algunos buques de Joly, y como entre
este y el almirante existían hondas desavenencias, el general Urdaneta temía un
resultado escandaloso que le ocasionase graves perjuicios. Entre tanto, el jefe
expedicionario consumía sus medios miserables y renunciaba toda suerte de
responsabilidad, si el gobierno no le suministraba los auxilios que con tanta
insistencia había impetrado. Crecían las deudas a favor de la oficialidad
inglesa, la cual reclamaba todos los días, cada vez con mayor aspereza, sin que
el general Urdaneta tuviese con qué cubrirlas, ni hallase ya atenuaciones
satisfactorias[xxviii].
El coronel Paredes estaba encargado de facilitar transporte y
subsistencias a otra expedición inglesa, la de Elson, que había comenzado a
llegar a Angostura desde principios de abril; y a este efecto, Bolívar le había
ordenado salar toda la carne posible y remitirla a Caicara, porque ni en este
punto ni en Angostura había con qué habilitar los buques que llevasen el resto
de la expedición, y tal vez se perdía o dejaba de ir al Apure, por falta de
víveres[xxix].
Por su parte, Zea declara que Mariño era culpable eficiente y directo
de la apurada situación de Urdaneta. Es desapacible e hiriente el lenguaje de
Zea explicando las responsabilidades de Mariño. “Este hombre, –dice–, de quien
yo no puedo hablar sin experimentar dos sentimientos casi incompatibles, el
desprecio y la indignación, es la cusa de todos los embarazos en que me veo,
para habilitar la expedición de Margarita. Desde la primera noticia de la
llegada del coronel English de Trinidad, no dudando que el general Urdaneta se
hallaría falto de todo auxilio, trate de mandarle los socorros que considere
más necesarios; pero como todo lo contarte por ganado, único renglón que
tenemos, todo se ha trastornado, a causa de haber el general Mariño hecho
retroceder 600 reses de la inmediación de la Soledad , habiendo hecho antes lo mismo con otra
partida, y estorbado la remisión de las restantes.
Sin este contratiempo, el general Urdaneta se habría encontrado
socorrido a los seis u ocho días de la llegada de las últimas tropas,
pertenecientes a la contrata de Elson. Para mayor sentimiento, se han
reembarcado 200 barriles de harina, contratados a dos barriles por tres reses,
siendo la de mejor calidad que había en Angostura. En reemplazo, han llegado de
Margarita mismo otros 200; pero no quieren los dueños contratar por ganado[xxx].
Avisa también Zea en la misma comunicación: “otra remesa de víveres y efectos
que iba a hacer a V. E. con el comandante de las tropas inglesas, que aunque no
bien restablecido está impaciente por irse, se retardará algunos pocos días,
por atender a las urgencias de la expedición de Margarita. Lo único que llevará
el Mayor inglés es el papel, que no lo había cuando lo pidió V. E. y el tabaco
para la tropa, que por alguna equivocación no se incluyó en el oficio en que se
enumeraban los demás efectos necesarios. Saldrá dentro de tres días”[xxxi].
Santander había sido enviado sobre la cordillera. En el mes de mayo se
encontraba en Pore y desde allí avisaba que había mandado ejecutar una
operación, que había resultado feliz, sobre la Salina de Chita: el
teniente coronel Obando había tomado aquella importante posición, por sorpresa,
el 24 de abril; había hecho prisionera toda la guarnición y cuatro oficiales,
de los cuales tres eran españoles, y habían quedado en su poder todo el
armamento y moniciones, equipajes y un famoso almacén de víveres. Santander, a
ese tiempo, se había dirigido del Palmar sobre Paya, con el triple objeto de
sostener las operaciones en la
Salina , proteger la deserción del enemigo, y picar muy de
cerca su retaguardia, en el caso de que fuera al interior de la Nueva Granada , como se presumía
con fundamento. Pero desde que aquel general entró en Nunchia, no pudo obtener
una noticia del estado del enemigo; y los pueblos de las inmediaciones, que
siempre habían estado ocupados por él, y que le eran adictos menos por opinión
que por temor, se encontraban abandonados. Desde Morcote destinó Santander
cuatro compañías de Cazadores, al
mando del teniente coronel Arredondo, a reconocer a Paya, y el 30 de abril, al
llegar al pueblo, lo evacuó el enemigo, incendiando un gran almacén de víveres
que tenía allí[xxxii].
Estas noticias las comunico
Santander por conducto de Soublette, quien se hallaba en Rincón Hondo, “sin
ninguna novedad, dice el jefe del Estado Mayor de Bolívar, pero sí mucho
trabajo para conseguir caballos mansos para los oficiales de infantería y
bestias útiles para el parque: yo lo creo imposible”[xxxiii].
A estas noticias corresponde Bolívar anunciándole a Soublette que ha
llegado al Caujaral, en donde ha encontrado al señor general Páez con su
división; que la Asamblea General
se efectuaría en el pueblo de Setenta, para donde ese mismo día marchaba el
jefe de Apure, llevando la columna inglesa y todos los regimientos de
caballería. Bolívar saldría al día siguiente por el camino del Yagual, a
reunirse con Soublette: le ordenaba tomar todas las medidas necesarias para
moverse al otro día de la reunión, esto es el 14 de mayo, y particularmente le
recomendaba que tuviese prontos 1.000 potros y 1.000 reses que debían haberse
cogido, o que debía proceder a coger en el acto, caso de que no lo hubiera
hecho[xxxiv].
Soublette contesto manifestando que no estaría bien de potros, porque Rondon no
había llevado sino 200 de la
Yagua , y ninguno de la Trinidad ; que de nuevo lo había despachado con
todo su escuadrón, a pasar “juntas”, y que cuando a las mil reses, Rangel las
tenía ya cogidas y se podía contar con ellas[xxxv].
El objeto del viaje de Bolívar al Caujaral era hacer marchar la
columna inglesa que estaba acantonada allí: al llegar al paso, supo que en
Araguaquén estaba el destacamento del comandante Elson, de que le hablaba Zea,
pero que como desgraciadamente los pliegos del Vicepresidente habían seguido a
buscarlo al ejército, Bolívar no sabia si podía contar con los auxilios de
víveres, vestuarios y lanzas que tan repetidas veces había pedido. Agregable a
Zea que si el resto de la expedición del comandante Elson se hallaba desnudo
como el piquete que había llegado, era preferible que no fuese, porque era
imposible que en semejante estado resistiese el rigor de la estación en el
Apure. “Es necesario que V. E. se interese porque vengan sus vestidos
inmediatamente que lleguen, y que no se detengan tampoco los vestidos que debe
haber traído o remitido de Margarita el señor general Urdaneta. Todo el
ejército está desnudo y habiendo empezado ya las aguas cuando vamos a obrar,
sufriremos muchas perdidas por las enfermedades y deserciones, si no se da al
soldado algún alivio. La columna inglesa necesita muy particularmente de
zapatos, sin los cuales no puede hacer una marcha, y en este tiempo se consumen
muchos. –Aun no se han recibido el hierro y las lanzas que pedí a V. E. con
tanta instancia, ni sé siquiera si se están construyendo éstas. En las
herrerías de esa ciudad y de las Misiones pueden hacerse muchas en un día. Dé
V. E. Las órdenes más positivas para que se ocupen de este trabajo con
preferencia a cualquier otro. Tenemos una grande falta de esta arma, que es la
que nos da la superioridad sobre el enemigo. Si hay falta de hierro, que se
haga uso de las ventanas o de cualquier obra que haya de este metal. Pero no
basta que se hagan y vengan muchas: es preciso también que sean buenas, porque
las malas se inutilizan muy pronto, y los soldados las desprecian y se pierden
por esto. –En uno de mis oficios del 16 dije a V. E. que se ha pasado ya el
tiempo en que el señor general Urdaneta podía ejecutar su operación por la Costa. Conviene que se le
advierta pronto, y que V. E. le prepare todo lo necesario para que traiga sus
tropas al ejército. Ya he dado órdenes para que se sale aquí carne cuanta sea
posible y se remita a Caicara. V. E. puede tomar la misma medida allá, y todas
las demás para que no se detenga un momento. En caso que venga, es
indispensable que traiga también algún ron y pan, de que es imposible proveerlo
aquí”[xxxvi].
Se aproximaba la campaña sobre la Nueva Granada.
XIV
Para abrir esta campaña, indispensable contar, el primero, con el
general Santander. “Casanare era, cuando él pisó su territorio, el teatro de
una funesta discordia: tres jefes voluntarios, atrevidos e insubordinados,
acaudillaban cual sus tropas, se disputaban el mando superior y recíprocamente
se desconocían. Santander tuvo el mérito de calmar la agitación de los ánimos y
de inspirar a aquellos caudillos turbulentos ideas de moderación y de templaza;
después recabó de ellos el reconocimiento de su autoridad y, lo que aún parecía
más difícil, logro reconciliarlos y unirlos en provecho de la causa publica.
Emisarios suyos recorrieron en seguidas varias comarcas granadinas, para
alentar a los patriotas, regando a manos llenas cartas e impresos en que se
refería por menor el estado de las cosas: prontamente, en fin, con laudable
actividad y celo, consiguió reunir buen número de infantes y jinetes”[xxxvii].
Esta situación la comunicaba detalladamente el general Santander al
Libertador. Decíale que el enemigo reunió todas sus fuerzas en marzo del año
diecinueve, en las solas posiciones de Paya y la Salina y amenazó invadir lo
Llanos: el general Santander hizo un movimiento general sobre la línea enemiga,
para descubrir si sus verdaderas intenciones eran atacarlo o defender y logró
tomarle algunos prisioneros y proteger sus desertores. A principios de abril,
el enemigo apareció en el llano por la vía de Tocariá, en numero de 1.800
hombres, y ocupó a Pore, capital de la provincia: a pocos días, pasó por el pie
de la montaña a reunirse a otra división que ya había entrado en la Laguna , sitio en donde
Santander había fijado desde febrero su cuartel general.
El jefe patriota se hallaba ese día (trece de abril), acampado en el
Palmar, sobre el flanco derecho del enemigo, con las tropas que había reunido
hasta aquella fecha: el contrario marchó en tres columnas cerrada, sostenida
por cerca de 800 hombres de caballería, y luego que salió a la llanura, frente
al campo de los republicanos, el comandante de éstos dirigió dos columnas de
infantería y caballería sobre su vanguardia, para detener a algunos de sus
cuerpos y comprometerlo a una función. Pero el contrario redobló su marcha y
apoyado a la montaña, ganó terreno de bastante bosque y frustró los designios
del patriota. Al día siguiente, el enemigo fue sobre la posición del Palmar,
abandonado por Santander y se situó a más de dos leguas de la serranía: las
avanzadas tirotearon su descubierta y al reforzalas con un cuerpo de
caballería, el contrario cambió su dirección y volvió a Pore. Santander se el
puso detrás, molestándolo día y noche y el dieciocho estuvo frente a la plaza,
con toda la caballería y los Dragones:
el contrario evacuó la ciudad y tomó el camino que había llevado: Santander lo
persiguió vivamente, penetró detrás de él en la provincia de Tunja y ocupó la Salina con una columna de
infantería que había hecho marchar rápidamente. En esta persecución, una de las
guerrillas de Santander tomó un gran convoy de víveres que venía del interior
de la Nueva Granada ,
para el ejército enemigo[xxxviii].
Mientras tanto, Soublette había llegado con el ejército venezolano al
hato del Cañafístolo, en donde, habiendo tenido noticia de que Bolívar había
pasado la noche en el del Frío, se detuvo a aguardarlo. Pero no habiendo
llegado el Libertador, Soublette marchó al pueblo de Setenta, en cumplimiento
de órdenes de aquél, a pesar de que tenía informes de que el pasto era muy
escaso en el mencionado lugar y el agua muy poca. “Sirva a V. E. de gobierno,
escribía, que todo el armamento que se conduce en el parque viene cargado por
caballos, tan inútiles, que será un milagro que lleguen a Setenta[xxxix].
Esta urgente necesidad de caballos fue la que obligó al Libertador a
conferir al coronel Ramón Nonato Pérez la comisión de recogerlos, según atrás
se ha dicho. Santander hizo que el comandante de Arauca pusiera a disposición
de Pérez la poca gente y los auxilios que allí tenía; pero hizo también
presente que para la subsistencia de la tropa no contaba sino con el ganado de
Arauca que se iba a recoger; que la única parte en donde se podían tomar potros
para la remonta era también allí; pero que de ninguna manera convenía tal
comisión en el coronel Pérez, porque además de ser por aquellos lugares
bastantes odiado, tenía costumbre de aumentar considerablemente sus propios
ganados con los de otros que no tuviesen hierro[xl].
Bolívar ignoraba esto. “Lo que Us. me informa, –le escribe a Santander–, y el
resultado de su comisión, me han desengañado. Ni hombres ni caballos ha traído.
Parece que no reclutó dos primeros, y los segundos se han perdido antes de
llegar al ejército. Al fin tengo que comisionar otro, con el objeto sólo de
buscar los caballos, porque el verano extraordinariamente largo, la continua
fatiga en que han estado en todo él y el desorden de las emigraciones, han
destruido casi del todo la gran caballada de este ejército. Los pocos que
quedan necesitan empotrerarse para que puedan servir en otras campañas. Sólo
una necesidad tan urgente, me determinaría a disponer de las propiedades de
Casanare”[xli].
No era menos angustiosa la situación del general Bermúdez en el
Oriente. Varias veces había ya manifestado al Libertador que se hallaba
reducido a una triste suerte en aquella provincia, por la falta de todos los
medios para dar una organización regular a las tropas que mandaba en ella y
que, desprovisto de los recursos que pudieran constituir una verdadera fuerza,
conducía su gente como las circunstancias se lo permitían. Bermúdez invocaba
sus “incomodidades para refrenar hombres arraigados en el vicios más
escandalosos contra la disciplina y desconociendo absolutamente la
subordinación”[xlii].
Bolívar había meditado profundamente la nueva campaña. Decidido a
emprenderla, reunió en el Mantecal a todos los jefes del ejército, para
comunicarles su pensamiento. Este era: marchar a Cúcuta con la mayor parte de
sus tropas, dejando el resto para la seguridad del Bajo Apure: Santander
entraría por Soatá, a incorporársele: la rapidez sería su consigna: no dejaría
tiempo a Morillo para que le tomase la espalda: aquella empresa sorprendería a
todos, porque nadie estaba preparado para oponérsele. Necesitaba, por
consiguiente, que el general Urdaneta, con toda su división, marchase
rápidamente al Bajo Apure, pero enviándole de urgencia y previo, por el Meta a
Casanare, mil fusiles, pólvora y plomo para hacer cuatrocientos mil cartuchos[xliii].
Para mayor fortuna del proyecto, Santander había reconocido en Tame,
en el mes de mayo, la autoridad militar del Presidente de Venezuela y guiaba su
ejército, –ahora vanguardia de la invasión a la Nueva Granada –, hacia los
designios del Libertador. También era inevitable que dejase huella fumante y
devastadora de su paso: el veintiséis de abril, a las dos de la tarde, llega al
sitio en donde existió la parroquia de Nunchia, incendiada por el enemigo:
había perdido más de la mitad de su ganado y Santander tuvo que tomar estrechas
providencias para reparar aquella pérdida. Un batallón de línea quedó en
Nunchia, mientras el General continuó marcha con su Estado Mayor y los Guías, hasta cerca del hato de Tocariá,
al que fue destinado la mayor parte de la tropa a recoger ganado. Este no llegó
al campamento sino el treinta, cuando se daban órdenes para que saliese una
partida al Abacal, a tomar bestias al enemigo y a los vecinos adictos a él y
después que se había recibido aviso del comandante de Cazadores, desde Chitacabá, que la campaña enviada por él a
reconocer a Paya evacuado, hizo algunos tiros sobre el pueblo y salieron de la
iglesia treinta hombres del enemigo, incendiaron el almacén de víveres y se
retiraron por el camino de Labranza Grande[xliv].
Estas operaciones requerían acelerar los preparativos del ejército
venezolano, bajo el mando inmediato de Bolívar. Soublette, el Jefe del Estado Mayor,
lo secundaba infatigablemente: había conducido a aquel ejército desde el hato
Diëro, el 28 de mayo, hasta el Henriquero, en donde acampó: el veintinueve
siguió marcha al Bescansero: el treinta llegó al Subireño, y el treinta y uno
rindió jornada en el hato viejo Guerrero[xlv].
Bolívar se hallaba en Guasdalito, de donde partió el tres de junio,
directamente a la Nueva Granada :
el cuatro pasó el Arauca y desde allí adelantó un posta a Santander,
previniéndole de que debía estar preparado del todo para moverse y de que no
olvidara tomar todas las medidas necesarias para tener abundantes trasportes
para el parque y todos los caballos útiles para remontar, puesto que los que
llevaba el ejército, apenas alcanzaría hasta el cuartel general de Santander[xlvi].
Había, además, la circunstancia de que en aquel paso de Arauca,
Bolívar no halló, en lugar de los trescientos caballos mansos que debió
remitirle el general Páez, sino doscientas yeguas, “que además de ser cerreras,
–advertía–, son abominables é inútiles, porque no solamente están flacas, sino
sarnosas”; de manera que no se pudo apartar de ellas ni las que necesitaban los
oficiales de infantería, que marcharían a pie de allí, porque no había una sola
bestia que pudiera servir. “Es bien extraño, –agregaba el Libertador–, que
habiendo mil seiscientos caballos útiles ahí, de los cuales he tenido la
moderación de no pedir sino trescientos, no se me hayan podido dar”[xlvii].
XV
El paso de los Andes. Eduardo Blanco ha descrito digna y
grandiosamente esta empresa, corregida de los Barca[xlviii].
Bajo el gran sol glorioso de esa epopeya, hagamos fluir serenamente el raudal
de armaduras y padecimientos materiales y morales de la cohorte boliviana,
hambrienta de laurel y de pan.
En medio de la noche y de la lluvia, pasando a nado
caños impetuosos, llega Bolívar a Cordero, por el camino de Casanare. Allí
asume sus dictados de Presidente de Venezuela, capitán general de sus ejércitos
y de los de la Nueva Granada.
Casi todas las mulas del parque y los caballos de los oficiales se han ahogado;
el ganado se ha desbandado, hasta perderse más de la mitad, debido
principalmente a la falta de prácticos[xlix].
Antes del mediodía del 27 de junio llega a Morcote la división de
retaguardia, pero cuando el Libertador esperaba que llegase también el coronel
Moreno con las tropas y el ganado que conducía, recibe un aviso de aquel jefe,
diciéndole que todavía se hallaba al pie de la cuesta, sin caballo y sin
ganado. El Libertador se vio obligado a destinar al mismo Jefe del Estado Mayor
General, para que fuese a activar la marcha de aquella columna, y
particularmente la del ganado. “Hoy no comerá esta división, –decía Bolívar–, y
quien sabe si sucederá mañana lo mismo; así, he determinado hacer alto aquí,
donde siquiera se encuentra plátanos, hasta que tengamos ganados necesario para
la marcha”[l].
En efecto, al día siguiente, Soublette había hacho adelantar el
ganado, de manera que Bolívar lo descubría desde Morcote, en momentos en que se
comunicaba con el general Santander, que iba de vanguardia y esperaba órdenes
en Paya. Estas órdenes decían que si el jefe granadino tuviese víveres o
pudiese encontrarlos, adelántese hasta Pisba, para evitar la reunión de todas
las fuerzas de Paya, hacia donde marcharían un día después la retaguardia en el
curso de esta comunicación, comenzaron a llegar los peones con las mulas y le
informaron al Libertador que no iban sino trescientas reses, cogidas en
Tocariá, Porque las que procedían de Pore no pudieron seguir, a causa de su
estropeo[li].
En estas circunstancias, Pedro León Torres avisaba desde su cuartel
general de Achaguas, que el 24 había llegado a aquella villa el señor general
Páez, sin encontrar otra novedad que la extracción que habían hecho de
quinientos caballos, sin saberse quien, del potrero de la Trinidad Gomalera[lii].
Aprovechó el Libertador para contestar al General Páez comunicaciones
que le había dirigido fechas 12 y 15, y participarles las operaciones hasta
entonces ejecutadas por el ejército. Estas se habían reducido, según el
Libertador, a marchar por país amigo, sin otra cosa de interesante que la
ocupación de Paya y las innumerables dificultades vencidas para efectuarlas.
“Después de haber pasado felizmente los rabanales del Arauca y todos lo ríos
navegables que hay de allí a Pore, creí haber superado ya el principal
obstáculo para la empresa; pero al ver las nuevas dificultades que diariamente
se presentan y reproducen a cada paso, casi he desesperado de su ejecución.
Sólo una constancia a toda prueba y la decisión de no desistir por nada de un
plan que ha sido tan generalmente aplaudido, me hubiera hecho vencer unos
caminos, no sólo impracticables, sino casi inaccesibles, sin trasportes para
reponer los del parque, sin víveres para la mantención de las tropas y una
estación tan cruda en que apenas hay día ni noche en que no llueva. Al fin,
todo se ha allanado por el sufrimiento, y tenemos ya la satisfacción de haber
desalojado al enemigo de su primer puesto”[liii].
También a Zea, vicepresidente de la República , participaba
el Libertador su situación. Decíale que la fuerza desalojada eran trescientos
hombres de la más selecta infantería enemiga, en un punto tan fuerte por la
naturaleza, que cien hombres eran bastantes para detener el paso a diez mil.
Pero, advertía el Libertador no era aquella la victoria que más satisfacción
había producido al ejército, ni la que más esfuerzos le había costado; la
principal dificultad vencida era la que presentaba el camino: un mes entero
había marchado por la provincia de Casanare, superando cada día nuevos
obstáculos, que parecían redoblaban al paso que se adelantaba en ella. Era un
prodigio de la buena suerte haber llegado a Paya sin una novedad con el
ejército, después de haber atravesado multitud de ríos navegables que inundaban
una gran parte del camino que se había hecho en los llanos. Parecía esta la
mayor dificultad de la marcha, y vencida, Bolívar creía de pequeña importancia
lo demás; pero tropezó con obstáculos que sólo su constancia a toda prueba pudo
allanar: la aspereza de las montañas atravesadas es increíbles a quien no las palpa:
para formar una idea de ellas, bastaba saber que en cuatro marchas se habían
inutilizado casi todos los trasportes del parque y se había perdido todo el
ganado que iba de repuesto[liv].
Cuando el Libertador llegó a las Quebradas el 6 de julio, adelantó al
coronel Jacinto Lara al pueblo de Socotá, a llevarle todos los hombres que
pudiera reunir, para recoger en el páramo de Pisba las bestias y otros efectos
que había dejado el ejército[lv].
A Soublette, que cubría la retaguardia, se le había avisado desde el 5
las dificultades que tenía la marcha, la aspereza del camino y la escasez de
los pastos. Bolívar le decía que al penetrar ese día en el Pisba, la tropa
había sufrido mucho por el frío y era rara la bestia de silla y de carga que se
había salvado; y que, temiendo mucho que la división de Soublette sufriera las
mismas perdidas, había destinado al coronel Lara para que con los vecinos de
Socha y de Socotá lo auxiliara, llevando a hombros los pertrechos y armamento
que no fuesen a caballo; que Lara llevaba también la comisión de recoger todas
las bestias cansadas que habían quedado en el páramo, los fusiles, municiones y
cualquiera otro objeto[lvi].
Para que el coronel Lara no sufriese ninguna equivocación, el
Libertador le repetía que su comisión consistía: 1º, en ir a auxiliar al
general Soublette en donde quiera que estuviese y principalmente en el páramo,
sacando a hombros los fusiles y municiones que no pudiesen ir de otro modo; 2º,
recoger los fusiles, municiones, mulas, caballos y cualquiera otro objeto que
hubiese dejado el ejército en el páramo; y 3º, ver si podía socorrer los
soldados que hubiesen quedado emparamados, sepultando los que indudablemente
estuviesen muertos y sacando los que diesen alguna esperanza de vida: para esto
último, se le prevenía a Lara que muchos días después de emparamado un hombre,
ha vuelto a la vida por medio del calor y de los alimentos[lvii].
A todos estos efectos, Bolívar ordenaba al alcalde de Socotá que
tomase todas las medidas que creyese convenientes para tener prontas en las Quebradas
ochocientas o mil raciones, que era lo menos que necesitaba la división
Soyblette[lviii].
En Pisba, en efecto, habría dejado Soublette once cargas de municiones
en el suelo y al coronel Mariño con el encargado de sacárselas, si reunía un
número de indios suficientes: en Pueblo Viejo también dejó municiones, y se
disponía a dejarlas igualmente en la
Ramada , para irse él adelante a activar recursos. Los
ingleses iban medio muertos, y Soublette “desesperado, no de trabajar, pero de
no poder hacer nada”[lix].
El ayudante general Manuel Manrique, encargado del Estado Mayor
General, redactó y conservó el parte de las novedades de aquella empresa,
gemelas de las de Aníbal. Hacía constar el Mayor Manrique que, instruido S. E.
el Presidente de Venezuela del estado lamentable en que violentamente gemía la Nueva Granada , resolvió marchar
con las divisiones de los generales Anzoátegui y Santander y la Legión Británica ,
a las órdenes del coronel Rook, a libertar a aquel virtuoso pueblo: que el 4 de
junio pasó el ejército el Arauca, y atravesando cien ríos caudalosos, pantanos
inmensos y los Andes por el páramo de Pisba, llegó a Socha el 6 de julio,
después de haber batido Santander en Paya trescientos veteranos que guarnecían
aquella formidable posición: que el 7 marchó el comandante Durán con veinte Guías de la vanguardia, a descubrir al
enemigo sobre Corrales, habiendo éste, en consecuencia, evacuado a Sogamoso:
que el 10, el general Barreyro, que mandaba el ejército enemigo de la Nueva Granada , se presentó con
dos columnas de ochocientos hombres cada una sobre Corrales y Gámeza: que en el
primer punto, el coronel Briceño, con un escuadrón, cargó sobre la descubierta
enemiga, la destruyó completamente y rechazó toda la columna que la seguía: que
al mismo tiempo, el teniente coronel Franco, con sesenta hombres, observaba en
Gámeza al enemigo y que fue atacado y perseguido, hasta encontrar con el
general Santander, que iba a auxiliarlo con el primer batallón de Cazadores de la Nueva Granada : que el
enemigo, al ver este refuerzo, replegó hasta la Peña de Tópaga, en donde tomó posiciones,
permaneciendo allí toda la noche y reuniendo la columna de Corrales: que los
pequeños destacamentos republicanos replegaron por la noche al cuartel general
de los Aposentos de Tasco, y al amanecer del 11, las divisiones de Santander y
Anzoátegui marcharon a encontrar al enemigo, que había pasado ya el río Gámeza
e iba en busca del contrario: que el primer batallón de Cazadores y tres compañías más de los batallones de Rifles, Barcelona, y Páez, pasaron el
puente bajo los fuegos cruzados y vivos del español, el cual, temiendo ser
atacado a la bayoneta, se retiró a los Molinos de Tópaga, posición más
ventajosa que la que ocupaba. Aquel combate duró horas: las tropas
republicanas, fatigadas y ahora en posición desventajosa, acamparon en Gámeza,
ocupando sus antiguos atrincheramientos, para esperar la Legión Británica ,
la columna de Nonato Pérez y la entrada del general Páez por Cúcuta[lx].
Eran los preliminares de Boyacá.
XVI
Al comunicar el Libertador al señor general Páez aquellos primeros
triunfos, le decía que los soldados fatigados apenas habían podido combatir
haciendo un esfuerzo extraordinario; que había sido necesario dejarlos reposar
y proveerlos de algún vestuario y al mismo tiempo remontar la caballería que
llego toda a pie. A la vez, Bolívar rectificaba el boletín del Estado Mayor, en
el punto relativo al coronel Nonato Pérez: "Aunque en el Boletín se supone
que el coronel N. Pérez manda una columna, no es sino para hacer ilusión al enemigo,
que tanto teme su nombre. El coronel Pérez esta condenado por el Consejo de
guerra a servir sin mando alguno”[lxi].
Soublette se disponía a incorporarse al ejército, en su carácter de
Jefe del Estado Mayor: de Socha había enviado adelante con el coronel Carrillo
cien hombres de infantería y veinte y cinco de caballería, dados de alta de los
hospitales: al mismo tiempo enviaba treinta cajas de municiones, una de piedras
de chispa y ciento setenta fusiles, de ellos, cien con bayonetas. En Socotá
dejaba cuatro mil cartuchos, dos cargas de piedras de chispa, el armamento
descompuesto en que se trabajaba diariamente, y las armerías; construía lanzas
con los cañones de fusiles que le fueron de Paya y que era todo el hierro que
poseía: a este efecto, había montado dos fraguas en Socotá.
A la vez, el señor coronel Manrique que le pedía al general Soublette,
a nombre del Libertador, víveres para el ejército, y a pesar de que aquellos
pueblos estaban a tanta distancia del cuartel general, tomó en el acto las
providencias necesarias para remitirlos. De Satiba le habían dado aviso de
haber salido algunos ganados y harina: en el mismo Socha tenía el harina y
menestras detenidas para auxiliar el parque, pero se disponía a enviárselas al
Libertador y continuar haciéndole remisiones hasta que éste dijese que ya no
necesitaba mas[lxii].
Después que se reunieron algunas columnas que no habían concurrido a
la jornada de Gámeza, el ejército marcho al departamento de Santa Rosa, con el
objeto de adueñarse de aquel fértil territorio y dominar el valle de Sogamoso,
en donde estaba establecido el enemigo. Este movimiento lo obligo a abandonar
su posición de la Peña
de Tópaga, y se retiro a los molinos de Bonza, a inmediaciones de la ciudad de
Tunja. El 20 de julio se presento Bolívar frente a las posiciones enemigas;
pero parapetado el español en fosos, paredes y barrancas, los movimientos que
se hicieron para obligarlo a abandonar sus posiciones y dar una batalla, no
tuvieron otro resultado que batir guerrillas enemigas.
A las 5 de la mañana del 25 marcho el ejército republicano por el
camino del Salitre de Paila, con el objeto de atacar al enemigo por la espalda,
o forzarlo a abandonar sus parapetos. A las diez de la mañana acabo de pasar el
río Sogamoso: a las doce se tropezó con el enemigo, que se había movido sobre
el. Las circunstancias obligaron a Bolívar a tomar una posición notablemente
desventajosa, en donde fue atacado briosamente por todo el ejército español. El
1º del Rey con algunas compañías del
2º se dirigió por la izquierda republicana a ocupar las alturas que dominaban a
ésta: se le opusieron dos batallones de vanguardia. Por el frente se movieron
los batallones enemigos 2º y 3º de
Numancia, los restos del Tambo y
el regimiento de Dragones de Granada:
fueron atacados por una columna de la retaguardia, a cuyo frente se hallaban
algunas compañías de la
Legión Británica , y
cargó con tal denuedo, que al momento batió y disperso al contrario. Este
reacciono en el acto con admirable vigor, rehizo el combate, se apodero de las
alturas y envolvió por todas partes a los republicanos en un fuego horroroso.
El comandante Rondón penetro al fuego a la cabeza de una columna de caballería,
que destruyo una parte de la infantería enemiga, a tiempo que el teniente
Carvajal cargaba con otra sobre la caballería enemiga, por el camino principal.
Este empuje obligo al enemigo a abandonar todos los puntos que ocupaba:
sostuvo, empero, un combate tenaz hasta que llego la noche, a cuyo favor se
retiro del campo, dejando sus despojos al patriota. Entre los heridos de Este,
se contaban: Justo Briceño y Arturo Sandez, de la retaguardia, Rook, de la Legión británica, O´Leary, entonces capitán,
adjunto al Estado Mayor de la retaguardia. Este combate se llamo de Vargas, y
por el, Bolívar quedo dueño de la provincia de Tunja, a excepción de la capital[lxiii].
Después de este suceso, el enemigo volvió al pueblo de Paipa y los
republicanos ocuparon de nuevo su posición de los Corrales de Bonza. El 3 de
agosto, el Libertador, con el objeto de reconocer la posición y la fuerza del
contrario, ordeno un movimiento de todo el ejército sobre las avanzadas
enemigas. La descubierta de la caballería arrolló por completo la del enemigo,
que en número de cien hombres ocupaba los molinos de Bonza.
El español evacuó inmediatamente la población y tomó posiciones en una
altura que está en la confluencia de los caminos de Tunja y el Socorro: el
republicano siguió marcha hasta el mismo pueblo y por la noche pasó el puente
de Paipa y acampó en la orilla derecha del Sogamoso.
El día 4 permanecieron los dos ejércitos en sus respectivos campos:
por la tarde, toda la infantería republicana repasó el puente y a las ocho de
la noche contramarcho, dirigiéndose con todo el ejército a la ciudad de Tunja,
por el camino de Toca, dejando al enemigo a la espalda. A las nueve de la
mañana del 5, entró en el pueblo de Cibatá, habiendo marchado seis leguas, y el
Libertador, con la caballería, ocupó la ciudad, haciendo prisionera la
guarnición: a las dos de la tarde se reunieron todas las fuerzas en Tunja.
El enemigo no pudo observar este movimiento hasta el amanecer del 5:
en el acto se puso en marcha sobre la ciudad, por el camino principal de Paipa:
en el llano de la Paja
hizo alto a las 5 de la tarde, a la vista de un destacamento de dragones
patriotas que después de la ocupación de la ciudad, fue destinado a observarlo.
A las 8 de la noche continuó su movimiento por el páramo de Combita; y el 6, a las 9 de la mañana, entró
en el pueblo de Motabita, distante legua y media de Tunja.
Los dragones marcharon toda la noche, molestando la retaguardia
enemiga y haciéndolo prisioneros.
Bolívar se adueño en Tunja de 600 fusiles, un almacén de vestuarios y
paño, los hospitales, botiquines, maestranza y cuanto poseía el enemigo, además
de reemplazar las bajas de su ejército[lxiv].
Al amanecer del 7 de agosto, los cuerpos avanzados avisaron que el
enemigo se ponía en marcha por el camino de Samacá: el ejército republicano
tomo sus armas y cuando se hubo convencido de que la intención del contrario
era pasar el puente de Boyacá para comunicarse directamente con la ciudad,
salió a impedírselo, o a obligarlo a una batalla.
A las dos de la tarde llego el puente la primera división enemiga, en
momentos en que aparecía la descubierta de la caballería republicana. El
enemigo, creyéndola un cuerpo de observación, la hizo atacar con un grupo de
cazadores, para despejarla del camino, y siguió su movimiento. Las divisiones
de Bolívar redoblaron marcha y con gran sorpresa del contrario, apareció de
pronto todo el ejército sobre una altura que dominaba a aquel.
La vanguardia española había subido ya una parte del camino, en la
persecución de la descubierta republicana, mientras las fuerzas restantes
estaban a un cuarto de legua del puente, en número de tres mil hombres.
El batallón de Cazadores de
la vanguardia del Libertador abrió una compañía en guerrillas, y con las demás
en columnas cargó sobre los cazadores contrarios, los obligó a retirarse
precipitadamente a un paredón de donde los desalojó y los hizo pasar el puente
y tomar posiciones del otro lado, mientras descendía la infantería republicana
avanzaba la caballería por el camino principal.
El enemigo intentó moverse por su derecha y se le opusieron Rifles y una compañía de la Legión.
Por el centro marcharon los batallones 1º de Barcelona y Bravo de Páez, con un
escuadrón de caballería del alto Llano. A los cazadores de vanguardia se
unieron al batallón de línea de la Nueva Granada y los Guías de retaguardia, formando el ala izquierda. La reserva estaba
formada por las columnas de Tunja y el Socorro.
En el acto se empeño el combate en toda la línea. El general
Anzoátegui fue elegido para dirigir las operaciones del centro y de la derecha.
Hizo atacar un batallón que el enemigo había desplegado en guerrillas por una
cañada y lo obligo a reunirse al grueso del ejército, que, en columna sobre una
altura, con tres piezas de artillería al centro y dos cuerpos de caballería a
los costado, aguardó el ataque. El centro republicano, sin atender a los fuegos
de la izquierda enemiga, atacó al grupo principal: un empuje de la caballería
del Alto Llano hizo perder su posición al general español: los Granaderos a caballo abandonaron
precipitadamente el campo de batalla; la infantería trató de rehacerse en otra
altura, pero inmediatamente fue destruida; un cuerpo de caballería de reserva
fue destrozado a lanza; y el ejército enemigo, roto por todas partes y cercado
sin salida, rindió armas y se entregó prisionero junto con su general: era el
momento en que el general Santander, que dirigía las operaciones de la
izquierda y que había hallado una obstinada resistencia en la vanguardia
contraria, a la que no combatía sino con sus Cazadores, cargó con algunas compañías de línea y los Guías de retaguardia, pasó el puente y
completó la victoria.
En aquella acción murió Nonato Pérez. Anzoátegui permaneció ocupando
el campo toda la noche, mientras Santander hacia la persecución hasta
Venta-Quemada[lxv].
XVII
Era el teniente coronel Mújica quien mandaba los Guías y los Dragones, en persecución del enemigo desde el amanecer
del día 8. A
las once de la mañana, el Libertador siguió con el escuadrón del Alto Llano y
se le reunió en Choconta. El día 9 continuo marcha toda la infantería: el 10,
al llegar Bolívar al puente del Común, recibió avisos de la capital de que el
virrey, la audiencia, la Guardia de honor, el regimentó de Cazadores de Aragón y todos los
empleados civiles y militares, la habían abandonado desde la mañana del día
anterior, dejándola en una alarmante anarquía.
El Libertador apresuró la marcha y entro el mismo día en la capital.
El virrey Sámano se había dirigido hacia Honda, y Calzada rumbo al sur: toda la
caballería y os cuerpos de retaguardia salieron de su persecución. La
precipitaciones de su huida al primer anuncio de la victoria de Boyacá, no le
permitió salvar nada de los intereses públicos: en la Casa de Moneda encontró
Bolívar mas de medio millón de pesos en
metálico, “y en los almacenes y depósitos cuando puede necesitarse para
armar y equipar completamente un numeroso ejército”[lxvi].
Al comunicar el Libertador al Vicepresidente de la Republica este suceso,
le decía que a pesar de la devastación general que había sufrido el reino, la
nación podía contar con un millón de
pesos en metálico, fuera de la cuantiosa suma que producirían las propiedades de los opresores y mal
contentos fugitivos. (Bastardilla del original)[lxvii].
Antes de fenecer un mes, Bolívar pensaba marchar a activar las
operaciones sobre Venezuela, por lo cual encargo al general Soublette que
tomase el mayor interés en aumentar el ejército de todos modos, equiparlo por
todos los medios posible, y muy particularmente solicitar con la mas activa
eficacia bagajes y caballos. Le indicaba a este propósito, que en el rió Zulia
y en todos los contornos de lago de Maracaibo debía haber muchos buques menores,
que serviría para tomar otros mayores; tripulándolos bien con la mejor tropa,
para que hiciesen incursiones, recorriesen la costa del lago y cogiesen todos
sus busques. Eran necesario, además, en su concepto, construir muchas flecheras
o barquetas en que cupiesen quince, veinte o setenta hombres[lxviii].
Aquel ejército debía contar hasta tres mil fusileros, fuera de cuantos
reclutas pudieran hacerse; debía marchar en los primero días de octubre hacia
Guasdualito, para lo cual Soblette debía buscar y preparar todos los víveres y
bagajes necesarios, vestir las tropa de mejor modo posible; además de que el
mismo Libertador llevaría todo el género y vestidos que pudiese: en ese momento
despachaba para Cúcuta veinticinco cargas de géneros y en Tunja se hacían vestidos
que debían marchar inmediatamente.
Ordenaba, además, que los pueblos enemigos fuesen tomados en masa,
para llevarlos con seguridad al servicio; y que se pidiera a Guasdualito que
enviaran ganado a la boca de la montaña, con la escolta correspondiente, solicitando
Soublette, a la vez, cuantas mantas y alpargatas fuesen posible[lxix].
Soublette procedió a cumplir a cabalidad su comisión; pero advertía a
la provincia ocupada por el en ese momento (Pamplona), carecía en grado sumo de
víveres, en términos que temía encontrarse en mil dificultades para sustentar
la fuerza que iba a reunírsele[lxx].
Antes de alejarse el Libertador de la capital y de la Nueva Granada , quiso
perfeccionar la reglamentación de los secuestro de intereses que había
decretado, a causa de que padecían quebranto y menoscabo muy considerable, y
ordeno, en consecuencia: que todos lo individuos cuyos bienes hubiesen sido o
debiesen ser secuestrados, en el todo o en parte, podrían hacer ofrecimiento al
gobierno, del valor aproximado de aquellos, para su rescate: que, por tanto, el
gobierno ofrecía por su parte dar libre de toda confiscación y secuestro, la
suma de lo bienes que se redimiesen por la cantidad correspondiente a su valor,
que era la que deberían proponer los interesados: que los vienes secuestrados
se devolverían a sus respetivos dueños, luego que por el gobierno se hubiese
admitido al rescate, debiendo quedar las costas y gastos hechos en el secuestro
por cuenta de los interesados y no del tesoro nacional: que en cuanto la los
fraudes u ocultaciones que se hubiesen hecho por los distintos comisionados del
ramo, se dejab su derecho a los agraciados para que repitiesen contra quienes
hubiese lugar, sin que el Estado fuese ni debiese ser responsable a los cargos
de unos intereses que no habían ingresado[lxxi].
En este propósito de regular y asegurar renta, Bolívar se dirigió en
circular a los gobernadores comandantes generales, notificándoles que, debiendo
tratarse de los medios de subvenir a los gastos necesarios, había acordado que
subsistiesen los establecimientos de rentas en el estado en que estaban a
tiempo de libertarse aquellas provincias, hasta que las observaciones del
tiempo indicasen las reformas que pudieren hacerse[lxxii].
Ese mismo día determinó que Soublette marchase a incorporarse al ejército
del señor general Páez, llevando más de dos mil quinientos hombres, inclusive
los reclutas que pudieran formarse de paso, aunque fueran esclavos. Para ello
debía salir con los batallones Pamplona,
Tunja, Boyacá, Línea de la Nueva Granada
y los reclutas que debía conducir el coronel Alcántara del Socorro: debía
tomar, de quien quiera que fuese, los víveres necesarios para la marcha, y
mandaría a buscar ganados a San Camilo y Guasdualito: debía llevar ropa hecha,
o sin hacer, y la que le llevaba el capitán Bolívar con cincuenta mil pesos de
moneda de Barinas, ofreciéndole a la tropa repartirle el vestuario y dinero más
allá de San Camilo: si lo creía conveniente, debía llevar un piquete de
caballería para tomar ganado en caso de necesidad[lxxiii].
Por último, considerando que el estado de guerra en que se hallaba la
república, ocasionaba que las rentas nacionales apenas alcanzaban a cubrir los
gastos más necesarios e indispensables de los ejércitos, tales como armamento,
vestuario, toda especie de equipamiento y subsistencias: considerando que las
frecuentes y violentas exacciones con que el enemigo oprimía y aniquilaba
aquellas provincias las había reducido a una situación que no permitía ocurrir
a las contribuciones extraordinarias, y deseando conciliar del modo posible el
interés y utilidad general con el particular de los empleados públicos, decretó
que todos los empleados en el servicio de la república que gozaban renta, o
sueldo del tesoro público o de cualquiera otra renta nacional, bien fuese
militar, civil o de administración, recibirían solamente, sin distinción de
clase ni grado, la mitad de la renta o sueldo que estuviese asignado a su
empleo[lxxiv].
Una
semana después, aquel hombre infatigable y múltiple, ya prometido a los más
alto de la historia de los grandes reformadores, gran general, administrador,
diplómata; provisto de una resistencia a prueba de fatigas, de una voluntad a
prueba de obstáculos, de una energía a prueba de desastres, debía salir de
Santafé y de la Nueva Granada ,
a reconquistar a Venezuela, su patria, que había devuelto a su hermana y
antigua protectora su acreencia de servicios, acrecida con la gloria de los
vencedores en Boyacá, y la libertad de toda la nación granadina.
[xxvii] Bolívar
al Coronel Nonato Pérez, Paso Caraballero, 20 de abril de 1819; el Mantecal, 25
de abril de 1819.
[lxxii] Bolívar,
circular a los gobernadores, comandantes generales de provincia, Santafé, 13 de
septiembre de 1819.
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