El acto de estudiar no es neutro, refleja
intencionalidad de quien lo promueve, ya sea claramente manifiesta o soterrada,
implícita. Por ello desde la selección de unas fuentes determinadas, del método
o métodos, y de la teoría con la cual se trabaja está permeada por la condición
política del docente, algunas veces confrontando el Estado otras apoyándolo. No
existe neutralidad educativa y por tanto no existe neutralidad política. El
acto de estudiar es difícil en cuanto significa descifrar textos para ser
confrontados con la realidad y poder enriquecer la lectura que de esta tenemos,
para una vez estudiados re-hacer la teoría y poder concretar una mejor
práctica.
Consideraciones en torno al acto de estudiar
Paulo Freire
(Tomado de: La
importancia del acto de leer y el proceso de liberación.
México, Siglo XXI (decimosexta
edición), 2004, pp. 47-53)
Toda bibliografía refleja la intención
fundamental de quien la elabora: la de atender o despertar el deseo de
profundizar conocimiento en aquel o aquellos a quienes se propone. Si falta, en
quienes la reciben, el ánimo de usarla, o si la bibliografía en sí misma no es
capaz de desafiarlos, se frustra entonces esa intención fundamental.
La bibliografía se convierte en un
inútil papel más, entre otros, perdida en los cajones de los escritorios. Esa
intención fundamental de quien hace la bibliografía le exige un tripe respeto:
hacia las personas quien se dirige, hacia los autores citados y hacia sí mismo.
Una
relación bibliográfica no puede ser una simple serie de títulos, hecha al acaso
o de oídas. Quien la sugiere debe saber lo que está sugiriendo y por qué lo
hace. Quien la recibe, a su vez, debe encontrar en ella, no una prescripción
dogmática de lecturas, sino un desafío. Desafío que se hará más concreto en la
medida que empiece a estudiar los libros citados y no a leerlos por encima,
como si apenas los hojease.
Estudiar
es, realmente un trabajo difícil. Exige de quien lo hace una postura crítica,
sistemática. Exige una disciplina intelectual que no se adquiere sino
practicándola. Esto es, precisamente, lo que la “educación Bancaria” no
estimula. Por el contrario, su tónica reside fundamentalmente en matar en los
educandos la curiosidad, el espíritu investigativo, la creatividad. Su
“disciplina” es la disciplina para la ingenuidad frente al texto, no para la
posición crítica indispensable.
Este
procedimiento ingenuo al cual se somete al educando, junto con otros factores,
puede explicar las fugas del texto que hacen los estudiantes, cuya lectura se
torna puramente mecánica, mientras que con la imaginación se desplaza a otras
situaciones. Por último, lo que se les pide no es la comprensión del contenido,
sino su memorización. Si el estudiante consigue memorizarlo, habrá respondido al
desafío.
En
una visión crítica las cosas ocurren de otro modo. Quien estudia se siente
desafiado por el texto en su totalidad y su objetivo es apropiarse de su
significación profunda. Esta postura crítica, fundamental, indispensable al
acto de estudiar, requiere de quien a eso se dedica:
a) Que asuma el papel de sujeto de ese acto. Esto
significa que es imposible un estudio serio si quien estudia se coloca frente
al texto como si estuviera magnetizado por la palabra del autor, a la cual
atribuiría una fuerza mágica; si se comporta pasivamente, “domésticamente”,
procurando solamente memorizar las afirmaciones del autor; si se deja “invadir”
por la firma del autor; si se transforma en una “vasija” que debe ser llenada
por los contenidos que toma el texto
para colocarlos dentro de sí mismo.
Estudiar
seriamente un texto es estudiar el
estudio de quien estudiando lo escribió. Es percibir el condicionamiento
histórico-sociológico del conocimiento. Es buscar las relaciones entre el
contenido en estudio y otras dimensiones afines del conocimiento. Estudiar es
una forma de reinventar, de recrear, de reescribir, tarea de sujeto y no de
objeto. De esta manera, no es posible,
para quien estudia en esta perspectiva, alienarse con el texto, renunciando así
a su postura crítica frente a él.
La
actitud crítica en el estudio es la misma que es preciso adoptar frente al
mundo, la realidad, la existencia. Una actitud de adentramiento con la cual se
va alcanzando la razón de ser de los hechos cada vez más lúcidamente.
Un
texto será mejor estudiado en cuanto, en la medida que se tiene de él,
delimitando sus dimensiones parciales. El retorno al libro para esa delimitación aclara la
significación de globalidad.
Al
ejercer el acto de delimitar los núcleos del texto que, en interacción,
constituye su unidad, el lector crítico irá descubriendo todo un conjunto
temático, no siempre explícito en el índice de la obra. La demarcación de esos
temas debe atender también al cuadro referencial de interés del sujeto del
lector.
Es
así que, frente al libro, ese sujeto lector puede despertar ante un trozo
que le provoca una serie de reflexiones en torno a una temática que le
preocupa y que no es necesariamente el tema principal del libro estudiado. Una
vez sospechada la posible relación entre el trozo leído y su preocupación,
corresponde entonces, fijarse en el análisis del texto, buscando el nexo entre
contenido y el objeto de estudio en que se encuentra trabajando. Se le impone
una exigencia: analizar el contenido del trozo en cuestión en relación con los
precedentes y con los que los siguen, evitando así traicionar el pensamiento
del autor en su totalidad.
Verificada
la relación entre el trozo en estudio y su preocupación, debe separarlo de su
conjunto, trascribiéndolo en una ficha con un título que lo identifique con el
objeto específico de su estudio. En esas circunstancias, puede detenerse
inmediatamente en reflexiones a propósito de las posibilidades que el trozo le
ofrece o bien continuar con la lectura general del texto, señalando otros trozos
que puedan aportarle nuevas meditaciones.
En
último análisis, el estudio serio de un libro o de un artículo de revista
implica no solo la penetración crítica de su contenido básico sino también una
sensibilidad aguda, una permanente inquietud intelectual, un estado de
predisposición a la búsqueda.
b) Que el acto de estudiar, en el fondo es una
actitud frente al mundo.
Esta
es la razón por la cual, el acto de estudiar no se reduce a una relación
lector-libro, o lector-texto.
Los
libros en verdad reflejan el enfrentamiento de sus autores con el mundo.
Expresan ese enfrentamiento. Y aún cuando los autores huyan de la realidad
concreta estarán expresando su manera
deformada de enfrentarla. Estudiar es también y sobre todo pensar la práctica,
y pensar la práctica es la mejor manera de pensar correctamente. De esta manera
quien estudia no debe perder ninguna oportunidad, en sus relaciones con los
demás, con la realidad, de asumir una postura de curiosidad. La de quien
pregunta, la de quien indaga, la de quien busca.
El
ejercicio de esa postura de curiosidad termina por tornarla ágil, de lo cual
resulta un mayor aprovechamiento de la misma curiosidad.
Es
así que se impone el ejercicio constante de las observaciones realizadas
durante una determinada práctica, durante las simples conversaciones. El
registro de las ideas que tenemos y que nos “asaltan” con frecuencia cuando
caminamos solos por la calle. Registros que pasan a constituir lo que Wright
Mills llama “ficha de ideas”.[1]
Estas
ideas y estas observaciones, debidamente fijadas, pasan a constituir desafíos que deben ser respondidos por quien
la registra.
Casi
siempre, al transformarse en la incidencia de la reflexión de quien las anota,
esas ideas nos remiten a la lectura de textos con los cuales pueden instrumentarse para proseguir en su
reflexión.
c) Que el estudio de un tema específico exige del
estudiante que se ponga hasta donde sea posible, al tanto de la bibliografía
referente al tema u objeto de la
inquietud.
d) Que el acto de estudiar es asumir una relación
de diálogo con el autor del texto, cuya mediación se encuentra en los temas de
que se trata. Esa relación dialógica da como resultado la percepción del
condicionamiento histórico-sociológico e ideológico del autor, que no siempre
es el mismo del lector.
e) Que el acto de estudiar exige humildad. Si
quien estudia asume realmente una posición humilde, coherente con la actitud
crítica, no se siente disminuido si encuentra dificultades, a veces grandes,
para penetrar en la significación profunda del texto. Humilde y crítico, sabe
que el texto, en la medida que es un desafío, puede estar más allá de su
capacidad de respuesta. No siempre el texto se entrega fácilmente al lector.
En
ese caso, lo que debe hacer es reconocer la necesidad de instrumentarse mejor
para volver al texto en condiciones de entenderlo. Es inútil pasar páginas de
un libro si no se ha alcanzado su comprensión. Se impone, por el contrario, la
insistencia en la búsqueda de su develamiento. La comprensión de un texto no es
algo que se recibe de regalo: exige trabajo paciente de quien se siente
problematizado por él.
El estudio no se mide por el número de páginas
leídas en una noche, no por la cantidad de libros leídos en un semestre.
Estudiar no es una acto de construir ideas sino de crearlas y recrearlas.
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