El tema-problema de la disciplina conjuga la serie
de elementos donde el docente debe balancear tolerancia y flexibilidad,
libertad sin llegar a libertinaje, de manera que pueda avanzarse conjuntamente
con el educando o discente en la construcción de la lectura compartida del
mundo, la educación. Para el docente la disciplina es esencial en la raión y el
avance intelectual, formativo del ser humano. La disciplina implica decir que no en oportunidades y en otras asumir la posibilidad dar libertad plena a la creación y al hacer.
Una vez más, la cuestión de la disciplina
Paulo Freire
(De Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI Editores,
1° edic. en español, 1994,
tomado de la décima edición, 2005, pp. 128-133)
Ya me he referido a la necesidad de la disciplina
intelectual que los educandos deben construir en sí mismos con la colaboración
de la educadora. Disciplina sin la cual no se crea el trabajo intelectual, la
lectura seria de los textos, la escritura ciudadana, la observación y el
análisis de los hechos, el establecimiento de las relaciones entre ellos. Y que
a todo esto no le falte el gusto por la aventura, por la osadía, pero que
igualmente no le falte la noción de límites, para que la aventura y la osadía
de crear no se conviertan en irresponsabilidad licenciosa. Es preciso ahuyentar
la idea de que existen disciplinas diferentes y separadas. Una intelectual y
otra del cuerpo, que tiene que ver con horarios y entrenamientos. Y otra
disciplina ético-religiosas, etc. Lo que puede suceder es que determinados
objetivos exijan caminos disciplinarios diferentes. Sin embargo lo principal es
que si la disciplina exigida es saludable, lo es también la comprensión de esa
disciplina, si es democrática la forma de crearla y de vivirla, si son
saludables los sujetos forjadores de la disciplina indispensable, ella siempre
implica la experiencia de los limites, el juego contradictorio entre la
libertad y la autoridad, y jamás puede prescindir de una sólida base ética. En
este sentido, jamás pude comprender que en nombre de ética alguna la autoridad
puede imponer una disciplina absurda simplemente para ejercitar en la libertad,
acomodándose a su capacidad de ser leal, la experiencia de una obediencia
castradora.
No hay disciplina en el movilismo, en la autoridad
indiferente, distante, que entrega sus propios destinos a la libertad. Pero tampoco
hay libertad en el inmovilismo de la libertad a la que la autoridad le impone
su voluntad, sus preferencias, como las mejores para la libertad. Inmovilismo
al que se somete la libertad intimidada o movimiento de la pura sublevación. Al
contrario, sólo hay disciplina en el movimiento contradictorio entre la
coercibilidad necesaria de la autoridad y la búsqueda despierta de la libertad
para asumirse como tal. Es por esto por lo que la autoridad que se hipertrofia
en el autoritarismo o se atrofia en libertinaje, perdiendo el sentido del
movimiento, se pierde así misma y amenaza la libertad. En la hipertrofia de la
autoridad su movimiento se fortalece a tal punto que inmoviliza o distorsiona
totalmente el movimiento de la libertad. La libertad inmovilizada por una
autoridad arbitraria o chantajista es la libertad que, sin haberse asumido como
tal, se pierde en la falsedad de movimientos no auténticos.
Para que haya disciplina es preciso que la libertad
no sólo tenga el derecho de decir “no”, sino que lo ejerza frente a lo que se
le propone como la verdad y lo cierto. La libertad precisa aprender a afirmar
negando, no por el puro negar sino como criterio de certeza. Es en este
movimiento de ida y vuelta como la libertad acaba por internalizar la autoridad
y se transforma en una libertad con autoridad, única manera de respetar la
libertad, en cuanto autoridad.
Es de indiscutible importancia la responsabilidad
que tenemos, en cuantos seres sociales e históricos portadores de una
subjetividad que desempeña un papel importante en la historia, en el proceso de
ese movimiento contradictorio entre la autoridad y la libertad. Responsabilidad
política, social, pedagógica, ética, estética, científica. Pero al conocer la
responsabilidad política superemos también la politiquería, al subrayar la
responsabilidad social digamos “no” a los intereses puramente individualistas,
al reconocer los deberes pedagógicos dejemos de lado las ilusiones
pedagogistas, al demandar la practica ética huyamos de la fealdad del
puritanismo y entreguémonos a la invención de la belleza de la pureza.
Finalmente, al aceptar la responsabilidad científica, rechacemos la distorsión
cientificista.
Tal vez algún lector o lectora más
“existencialmente cansado” e “históricamente anestesiado” diga que estoy soñando
demasiado. Soñando, sí, puesto que como ser histórico si no sueño no puedo
estar siendo. Demasiado, no. Hasta creo que soñamos poco al soñar estos sueños
tan fundamentalmente indispensables para la vida o para la solidificación de
nuestra democracia. La disciplina en el acto de leer, de escribir, de escribir
y leer, en el de enseñar y aprender, en el proceso placentero pero difícil de
conocer; la disciplina en el respeto y en el trato de la cosa pública; en el
respeto mutuo.
No vale decir que como maestro o como maestra “no
importa la profundidad en la que trabaje, poca importancia tendrá lo que haga o
deje de hacer; tendrá poca importancia en vista de lo que pueden hacer los
poderosos en favor de sí mismos y en contra de los intereses nacionales”. Esta
no es una afirmación ética. Simplemente es interesada y acomodada. Lo peor es
que acomodándose, mi inmovilidad se convierte en motor de más desvergüenza. Mi
inmovilidad, producida o no por motivos fatalistas, funciona como acción eficaz
a favor de las injusticias que se perpetúan, de los descalabros que nos
afligen, del atraso de las soluciones urgentes.
No se recibe democracia de regalo. Se lucha por la
democracia. No se rompen las amarras que nos impiden ser con una paciencia de
buenas maneras sino con pueblo movilizándose, organizándose, conscientemente
crítico. Con las mayorías populares no sólo sintiendo que vienen siendo
explotadas desde que se inventó el Brasil sino uniendo también al sentir el
saber que están siendo explotadas, el saber que les da la raison d’etre del
fenómeno, como alcanzan preponderantemente el nivel de su sensibilidad.
Al hablar de sensibilidad del fenómeno y de aprehensión critica del fenómeno no estoy de ninguna manera sugiriendo algún tipo de ruptura entre sensibilidad, emociones y actividad cognoscitiva. Ya dije que conozco con todo mi cuerpo: con los sentimientos, con las emociones, con la mente crítica.
Al hablar de sensibilidad del fenómeno y de aprehensión critica del fenómeno no estoy de ninguna manera sugiriendo algún tipo de ruptura entre sensibilidad, emociones y actividad cognoscitiva. Ya dije que conozco con todo mi cuerpo: con los sentimientos, con las emociones, con la mente crítica.
Dejemos bien claro que el pueblo que se moviliza,
el pueblo que se organiza, el pueblo que conoce en términos críticos, el pueblo
que profundiza y afianza la democracia contra cualquier aventura autoritaria,
es igualmente un pueblo que forja la disciplina necesaria sin la cual la
democracia no funciona. En el Brasil casi siempre oscilamos entre la ausencia
de disciplina por la negación de la libertad o la ausencia de disciplina por la
ausencia de autoridad.
Nos falta disciplina en casa, en la escuela, en las
calles, en el transito. Es asombroso el número de personas que mueren todos los
fines de semana por pura indisciplina o lo que gasta el país en estos
accidentes o en los desastres ecológicos. Otra falta de respeto evidente hacia
los otros, tan nefasta como la manera como venimos siendo indisciplinados, es
la licenciosidad, la irresponsabilidad con la que en este país se mata
impunemente.
Dominadas y explotadas en el sistema capitalista,
las clases populares necesitan – al mismo tiempo que se comprometen en el
proceso de formación de una disciplina intelectual – ir creando una disciplina
social, cívica, política, absolutamente indispensable para la democracia que va
más allá de la simple democracia burguesa y liberal. Una democracia que
finalmente persiga la superación de los niveles de injusticia y de
irresponsabilidad del capitalismo.
Esta es una de las tareas a las que debemos
entregarnos, y no a la mera tarea de enseñar en el sentido equivocado de
transmitir el saber de los educandos. El maestro debe enseñar. Es preciso que
lo haga. Solo que enseñar no es transmitir conocimiento. Para que el acto de
enseñar se constituya como tal es preciso que el acto de aprender sea precedido
del, o concomitante al, acto de aprehender el contenido o el objeto
cognoscible, con el que el educando también se hace productor del conocimiento
que le fue enseñado.
Sólo en la medida en que el educando se convierta
en sujeto cognoscente y se asuma como tal, tanto como el maestro también es un
sujeto cognoscente, le será posible transformarse en sujeto productor del
significado o del conocimiento del objeto. Es en este movimiento dialéctico en
donde enseñar y aprender se van transformando en conocer y reconocer, donde el
educando va conociendo lo que aún no conoce y el educador reconociendo lo antes
sabido.
Esta forma de no sólo comprender el proceso de
enseñar sino de vivirlo, exige la disciplina de la que vengo hablando.
Disciplina que no puede dicotomizarse de la disciplina política indispensable
para la invención de la ciudadanía.
Sí, de la ciudadanía, sobre todo en una sociedad
como la nuestra, de tradiciones tan autoritarias y discriminadoras desde el
punto el punto del sexo, de la raza y de la clase.
La ciudadanía realmente es una invención, una producción política. En este sentido, el pleno ejercicio de la ciudadanía por quien sufre cualquiera de las discriminaciones o todas al mismo tiempo, no es algo que se usufructúe como un derecho pacifico y reconocido. Al contrario, es un derecho que tiene que ser alcanzado y cuya conquista hace crecer sustantivamente la democracia. La ciudadanía que implica el uso de la libertad – de trabajar, de comer, de vestir, de calzar, de dormir en una casa, de mantener a sí mismo y a su familia, libertad de amar, de sentir rabia, de llorar, de protestar, de apoyar, de desplazarse, de participar en tal o cual religión, en tal o cual partido, de educarse a sí mismo y a la familia, la libertad de bañarse en cualquier mar de su país. La ciudadanía no llega por casualidad: es una construcción que, jamás terminada, exige luchar por ella. Exige compromiso, claridad política, coherencia, decisión. Es por esto mismo por lo que una educación democrática no se puede realizar al margen de una educación de y para la ciudadanía.
La ciudadanía realmente es una invención, una producción política. En este sentido, el pleno ejercicio de la ciudadanía por quien sufre cualquiera de las discriminaciones o todas al mismo tiempo, no es algo que se usufructúe como un derecho pacifico y reconocido. Al contrario, es un derecho que tiene que ser alcanzado y cuya conquista hace crecer sustantivamente la democracia. La ciudadanía que implica el uso de la libertad – de trabajar, de comer, de vestir, de calzar, de dormir en una casa, de mantener a sí mismo y a su familia, libertad de amar, de sentir rabia, de llorar, de protestar, de apoyar, de desplazarse, de participar en tal o cual religión, en tal o cual partido, de educarse a sí mismo y a la familia, la libertad de bañarse en cualquier mar de su país. La ciudadanía no llega por casualidad: es una construcción que, jamás terminada, exige luchar por ella. Exige compromiso, claridad política, coherencia, decisión. Es por esto mismo por lo que una educación democrática no se puede realizar al margen de una educación de y para la ciudadanía.
Cuanto más respetemos a los alumnos y a las
alumnas independientemente de su color, sexo y clase social, cuantos más
testimonios de respeto demos en nuestra vida diaria, en la escuela, en las
relaciones con nuestros colegas, con los reporteros, cocineras, vigilantes,
padres y madres de alumnos, cuanto más reduzcamos la distancia entre lo que
hacemos y lo que decimos, tanto más estaremos contribuyendo para el
fortalecimiento de las experiencias democráticas. Estaremos desafiándonos a
nosotros mismos a luchar más a favor de la ciudadanía y de su ampliación.
Estaremos forjando en nosotros mismos la disciplina intelectual indispensable
sin la cual obstaculizamos nuestra formación así como la no menos necesaria
disciplina política, indispensable para la lucha en la invención de la
ciudadanía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario