Este
espacio surge de la necesidad de compartir diversas experiencias de investigaciones
geográficas, históricas y educativas realizadas desde 1979 hasta la fecha; en
este sentido son trabajos inacabados, para la conversación y el compartir con
quienes estén interesados en ello. Han sido realizados desde la limitación que siempre
imponen las fuentes y la experiencia.
Iniciamos con recopilación de textos, guía del trabajo educativo, del maestro brasileño Paulo Freire sobre la educación cuya base de
confrontación no es educativa, como generalmente se piensa, sino de índole
política.
LA CONFRONTACIÓN NO ES PEDAGÓGICA SINO POLÍTICA
Paulo Freire
(Conferencia
de prensa)
(Tomado de: “El grito manso”. Argentina, Siglo
XXI, 2003, pp. 59-72)
En los años 60 y 70 primó la discusión
de los grandes temas entre ellos la libertad y la autodeterminación de los
pueblos. Las dictaduras posteriores cortaron de cuajo ese debate. ¿Debemos
volver sobre esos temas?
Son
las paradojas de la historia. Por un lado, da la sensación de que todo aquello
se olvidó, que quedó superado, y por otro lado, nos invita a volver sobre el
tema. Hace poco, en Brasil hicimos un listado de los problemas que mi
generación tuvo que enfrentar y hubo jóvenes de 22-23 años que constataron que
algunos de esos problemas eran los mismos que tenían que enfrentar hoy. El tema
es que los problemas no se dan en el aire, se dan en la historia, cambian con
la historia, de manera que las respuestas que podemos dar a esos problemas no
son las mismas. En otras palabras:
cambiando el tiempo histórico, aun cuando la problemática pueda seguir siendo
la misma, las formas de lucha no son necesariamente las mismas. Uno de esos
temas sigue siendo el respeto a la integridad humana. De manera que las
generaciones pueden cambiar, puede cambiar la sensibilidad, lo que no cambia es
la necesidad de buscar nuevos caminos de
lucha. De modo que cuando parecía que la cuestión de la integridad del ser
humano se acababa, este tema se vuelve, y no tengo duda que en los diez o
quince años por venir la preocupación por el ser se tomará aun mayor fuerza. Yo
ya no estaré, y ustedes u otros como ustedes, harán preguntas parecidas a Paulo
Freire, y dirán: el viejo Freire tenía razón: la pelea por el hombre y la mujer
buscando su ser, su desarrollo pleno, va a seguir acompañándonos.
En los países subdesarrollados la
educación está en crisis ¿Cómo afrontar esta crisis?
En
primer lugar creo que la crisis de la educación no es privativa de los países
subdesarrollados. En segundo lugar, creo que la crisis no es propia de la
educación sino que es la crisis de la sociedad toda, es crisis del sistema
socioeconómico en el cual estamos insertos que necesariamente se refleja en la
educación. Por mi parte, no tengo la menor duda que la confrontación no es pedagógica sino política. No es peleando
pedagógicamente que va a cambiar la pedagogía. No son los filósofos de la
educación los que cambian la pedagogía, son los políticos bajo nuestra presión
los que van a hacerlo, si presionamos. La educación es una práctica
eminentemente política. De allí la imposibilidad de implementar una pedagogía
neutra. En el fondo, no hay nada neutro. Para mí es una pelea política. Y uno
de los problemas que debemos afrontar hoy es cómo comunicarnos con las grandes
mayorías que se encuentran divididas en minorías y no se perciben a sí mismas
como mayorías. Hay que reinventar los caminos de la comunicación, de la
intercomunicación. Coincidiendo con Herbermas, no tengo duda que la cuestión de la comunicación es esencial
este fin de siglo. Y no es posible pensar el tema de la comunicación sin
afrontar, por ejemplo, el tema de la inteligibilidad del mundo. Es justamente
la posibilidad de inteligir la que permite comunicarlos. Para nosotros, como
educadores, la cuestión a afrontar es como trabajar la comunicabilidad, como
transformarla en comunicación, Tarea eminentemente política. Soy optimista.
Repito lo que para mí es una certeza: cambiar es difícil pero posible.
¿Cuál es a su modo de ver la situación
de los sectores populares en el contexto actual de la política neoliberal?
Esta
es una pregunta que todo educador debería hacerse. Uno de los mayores desafíos
del momento es como hacer frente a la ideología paralizante y fatalista que el
discurso neoliberal ha impuesto. Dos cosas con respecto a ese tema. La primera
es que, en contra de lo que habitualmente se cree, el gran poder del discurso neoliberal reside más en su dimensión
ideológica-política que en su dimensión económica. En Brasil este fatalismo
cunde masivamente tanto en el ámbito laboral como en el académico. Cuando
sostengo que no podemos aceptar que treinta millones de brasileños y brasileñas
estén muriendo de hambre, la respuesta que suelo escuchar es: Paulo, es
trágico, pero esta es la realidad. Este discurso es inmoral y absurdo. La
realidad no es así, la realidad está así. Y está así no porque ella
quiera, ninguna realidad es dueña de sí misma, esta realidad está así porque estando así sirve a determinados
intereses de poder. Nuestra lucha es por cambiar esta realidad y no
acomodarnos a ella. Este fatalismo posmoderno no existía antes, es una
connotación fundamental del discurso neoliberal que debe ser combatida con
firmeza. Debemos estar en guardia, muy atentos, levantarnos el martes y
preguntarnos si no nos entregamos al fatalismo el lunes. El otro punto a
subrayar es que este fatalismo creó en la práctica educativa lo que llaman el pragmatismo neoliberal, que tanto en
educación popular como en educación sistemática puede resumirse en una frase
que algunos de ustedes ya habrán oído y que dice por ejemplo: “Paulo Freire
fue” ¿Y por qué Paulo Freire fue? Precisamente por la dimensión utópica de su
pensamiento. Paulo Freire fue porque mantiene esa posición de esperanzada y
utópica que en otras partes ya no existe. ¿Y en qué consiste este pragmatismo neoliberal? En no hablar más
de la formación sino del entrenamiento técnico y científico de los educadores.
Por ejemplo, la facultad de medicina debería entrenar bien a los cirujanos, a
los clínicos, cada cual en su especialidad. Y la educación popular, siempre
según esta visión, debería capacitar a los artesanos, no formarlos. Este
discurso echa mano también de la palabra ciudadanía, pero la limita a la buena
capacitación para producir. Para
nosotros el buen ciudadano es el buen hombre o la buena mujer, y solo si son
buenos hombres y buenas mujeres podrán ser luego buenos médicos y buenos
artesanos. Somos gente antes que especialistas. Mi pedagogía sigue siendo
una pedagogía de “gentificación”, de la “gentitud”, apunta a formar buenas
personas y no solamente especialistas. Ésta es la posición que debemos asumir
para frenas y derrotar avanzada ideológica del neoliberalismo.
En el seno de este modelo, que no solo
pretende excluir las clases populares sino también buena parte de la clase
media, ¿no cree que en el futuro la lucha de clases se dará por la apropiación
del conocimiento?
En
primer lugar, los discursos de la llamada posmodernidad hablan de las muerte de
las ideologías, pero sucede que solo hay manera de matar la ideología y es
ideológicamente. Estos semidiscursos sostienen por ejemplo, que las clases
sociales se acabaron. Bien, Ahora pregunto ¿Se acabó la explotación? SI me
contestan que sí, que la explotación se acabó, pido que muestren el sitio del
mundo donde esto sucedió. No pueden,
lamentablemente la explotación sigue, siguen las clases sociales, una
explotadora y otra explotada. La explotación es casi tan vieja como la especie
humana. Siguiendo con el tema de las clases sociales, no importan que hoy
tengan este u otro nombre, las clases sociales son un producto histórico y como
tales cambian históricamente. Es más
fácil percibir la existencia de clases sociales en Sao Paulo que en Ginebra,
pero esto no autoriza decir que no hay clases sociales en Ginebra. Es
suficiente un análisis bien hecho y en cinco minutos identificamos las clases
sociales en Ginebra. Un día, un debate universitario sobre la existencia o no
de las clases sociales, dije en Brasil: un buen ejercicio para poder comprender
si hay o no clases sociales, es comparar esta universidad donde estamos, con
una cualquiera de los Estados Unidos. Obviamente, históricamente, las clases
sociales cambian, pero siguen existiendo. Esto es lo que creo. Pero al mismo
tiempo no tengo ninguna duda de que más
temprano de lo que muchos piensan, los hombres y las mujeres del mundo van
reinventado las maneras nuevas de pelear, que ni no podemos imaginar ahora.
Recientemente hubo en Berlín un encuentro de cientistas europeos para discutir
una alternativa a partir de la situación de Chiapas. Fue un encuentro lleno de
vida, de esperanzas y de rebeldía, en las antípodas del neoliberalismo. Allí
sostuve que hoy ya podemos percibir que nuevas formas de rebeldía han de ser
inventadas. Yo no tengo dudas de que este proceso de rehumanización, de
“gentificación” se va a dar.
En el marco de este fatalismo
neoliberal, ¿Cuáles son sus reflexionescon respecto a la educación popular?
En mi
opinión hay toda una constelación de cuestiones políticas y pedagógicas que
deberíamos estar afrontando en el campo estratégico de lo que llamamos
“educación popular”.
Esta
cuestión del inmovilismo-fatalismo es obviamente una de ellas. A fines de los
años cincuenta popularicé una palabra extraña: “concientización”. Ya aclaré
varias veces que no soy el creador de este concepto, pero me siento responsable
de la comprensión político-pedagógica-epistemológica del mismo. Una de mis
preocupaciones fundamentales, ya entonces, fue considerar a la concientización
como una postura más radical de entender el mundo, si se la compara con la
postura que comúnmente definimos como toma de conciencia. En otras palabras, la concientización pasa por la toma de conciencia
pero la profundiza. Cuando yo intenté este esfuerzo tenía en mente
justamente la cuestión de fatalismo. Pretendía combatir las posiciones
inmovilizantes e inmovilizadoras del fatalismo campesino, que frente a una
situación de explotación, generalmente busca una razón de ser de esa situación
fuera de la historia, la ubica en el deseo de Dios, como consecuencia de sus
pecados o destino. Me preguntaba cómo hacer para que los grupos populares
fatalistas pudieran percibir, que en última instancia, la cultura es la
creación del hombre y la mujer, de su acción, de su imaginación sobre un mundo
qoe nosotros no inventamos, que encontramos hecho. Recuerdo que para afrontar
esta cuestión, me pareció importante profundizar críticamente el tema de la
cultura. Y decir: Si hemos sido capaces de cambiar el mundo natural, que no
hicimos, que ya estaba hecho, si mediante nuestra intervención hemos sido
capaces de agregar algo que no existía, ¿cómo no vamos a ser capaces de cambiar
el mundo que hicimos, el mundo de la cultura, de la política, de la explotación
y de las clases sociales? Planteado de este modo, el problema de la cultura
provocó un shock. He citado algunas de las reacciones en mis libros. Por
ejemplo, en Brasilia, en la penumbra de un Centro de cultura, un barrendero
escuchó paralizado las para el inimaginadas facetas del tema de la cultura,
tomó la palabra y proclamó: a partir de mañana voy entrar a mi trabajo con la
frente alta. Nunca voy a olvidar su reacción. Ahora tenía esperanzas. Con sus
palabras ahora me decía dos cosas: por un lado, hice el esfuerzo, entendí, y
por el otro, voy a entrar con la frente alta, con mi dignidad recuperada pues
puede cambiar la realidad. Otro caso fantástico fue el de una mujer, orgullosa,
levantando un vaso de arcilla que había hecho, y proclamando: es de mi cultura.
Mediante la concientización el fatalismo se desmorona. Por eso, cuando hoy en
día los pragmáticos del neoliberalismo dicen: Paulo Freire fue, yo les digo sin
enojo pero con absoluta convicción: no, Paulo Freire no fue, Paulo Freire sigue
siendo. Y sigo siendo porque la historia
está ahí, esperando que hagamos algo por ella, esperando que enfrentemos
este fatalismo neoliberal que inmoviliza, que sostiene por ejemplo, que el
número de personas desempleadas en el mundo es una fatalidad de este fin de
siglo. Esto lo están diciendo profesores universitarios, sociólogos,
politólogos. ¿Cómo es posible que universitarios digan que el desempleo en el
mundo es una fatalidad? ¿Qué leyeron? ¿Cómo razonan? No. No hay nada fatalisticamente determinado en el mundo de la cultura.
Me preguntan sobre la
educación popular y aquí mis propuestas no se apartan mayormente de lo que
hacía en los años sesenta, es decir, trabajar con los grupos más necesitados,
de las favelas, de las villas de emergencia, ayudar a la gente a comprender que
no hay fatalismo en la conducta humana, que la historia la construimos nosotros
y a su vez nos construye. Pero para que
la historia nos construyera fue preciso que antes la construyéramos a ella.
La historia no podría anticiparse a los hombres porque la historia es un
producto cultural. Fue creando la historia que hombres y mujeres se hicieron en
la historia. De manera que hay que volver a discutir este tema de la
concientización del sujeto como hacedor de la misma. No hay momento más crucial
que éste en la formación del sujeto autónomo. Y no hay momento más efectivo en
el discurso neoliberal que aquel en el cual los sujetos se asumen a sí mismo
como meros objetos porque consideran que esto es inevitable. Hay que pelear.
Hay que combatir por todos los medios este fatalismo como paso previo a otra
modificación posterior.
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