miércoles, 4 de diciembre de 2013

Presentación Armando González Segovia / La Confrontación no es pedagógica sino política por Paulo Freire







Este espacio surge de la necesidad de compartir diversas experiencias de investigaciones geográficas, históricas y educativas realizadas desde 1979 hasta la fecha; en este sentido son trabajos inacabados, para la conversación y el compartir con quienes estén interesados en ello. Han sido realizados desde la limitación que siempre imponen las fuentes y la experiencia.
Iniciamos con recopilación de textos, guía del trabajo educativo, del maestro brasileño Paulo Freire sobre la educación cuya base de confrontación no es educativa, como generalmente se piensa, sino de índole política.


LA CONFRONTACIÓN NO ES PEDAGÓGICA SINO POLÍTICA

Paulo Freire


(Conferencia de prensa)
(Tomado de: “El grito manso”. Argentina, Siglo XXI, 2003, pp. 59-72)

En los años 60 y 70 primó la discusión de los grandes temas entre ellos la libertad y la autodeterminación de los pueblos. Las dictaduras posteriores cortaron de cuajo ese debate. ¿Debemos volver sobre esos temas?

Son las paradojas de la historia. Por un lado, da la sensación de que todo aquello se olvidó, que quedó superado, y por otro lado, nos invita a volver sobre el tema. Hace poco, en Brasil hicimos un listado de los problemas que mi generación tuvo que enfrentar y hubo jóvenes de 22-23 años que constataron que algunos de esos problemas eran los mismos que tenían que enfrentar hoy. El tema es que los problemas no se dan en el aire, se dan en la historia, cambian con la historia, de manera que las respuestas que podemos dar a esos problemas no son las  mismas. En otras palabras: cambiando el tiempo histórico, aun cuando la problemática pueda seguir siendo la misma, las formas de lucha no son necesariamente las mismas. Uno de esos temas sigue siendo el respeto a la integridad humana. De manera que las generaciones pueden cambiar, puede cambiar la sensibilidad, lo que no cambia es la necesidad de buscar nuevos caminos de lucha. De modo que cuando parecía que la cuestión de la integridad del ser humano se acababa, este tema se vuelve, y no tengo duda que en los diez o quince años por venir la preocupación por el ser se tomará aun mayor fuerza. Yo ya no estaré, y ustedes u otros como ustedes, harán preguntas parecidas a Paulo Freire, y dirán: el viejo Freire tenía razón: la pelea por el hombre y la mujer buscando su ser, su desarrollo pleno, va a seguir acompañándonos.

En los países subdesarrollados la educación está en crisis ¿Cómo afrontar esta crisis?

En primer lugar creo que la crisis de la educación no es privativa de los países subdesarrollados. En segundo lugar, creo que la crisis no es propia de la educación sino que es la crisis de la sociedad toda, es crisis del sistema socioeconómico en el cual estamos insertos que necesariamente se refleja en la educación. Por mi parte, no tengo la menor duda que la confrontación no es pedagógica sino política. No es peleando pedagógicamente que va a cambiar la pedagogía. No son los filósofos de la educación los que cambian la pedagogía, son los políticos bajo nuestra presión los que van a hacerlo, si presionamos. La educación es una práctica eminentemente política. De allí la imposibilidad de implementar una pedagogía neutra. En el fondo, no hay nada neutro. Para mí es una pelea política. Y uno de los problemas que debemos afrontar hoy es cómo comunicarnos con las grandes mayorías que se encuentran divididas en minorías y no se perciben a sí mismas como mayorías. Hay que reinventar los caminos de la comunicación, de la intercomunicación. Coincidiendo con Herbermas, no tengo duda que la cuestión de la comunicación es esencial este fin de siglo. Y no es posible pensar el tema de la comunicación sin afrontar, por ejemplo, el tema de la inteligibilidad del mundo. Es justamente la posibilidad de inteligir la que permite comunicarlos. Para nosotros, como educadores, la cuestión a afrontar es como trabajar la comunicabilidad, como transformarla en comunicación, Tarea eminentemente política. Soy optimista. Repito lo que para mí es una certeza: cambiar es difícil pero posible.

¿Cuál es a su modo de ver la situación de los sectores populares en el contexto actual de la política neoliberal?

Esta es una pregunta que todo educador debería hacerse. Uno de los mayores desafíos del momento es como hacer frente a la ideología paralizante y fatalista que el discurso neoliberal ha impuesto. Dos cosas con respecto a ese tema. La primera es que, en contra de lo que habitualmente se cree, el gran poder del discurso neoliberal reside más en su dimensión ideológica-política que en su dimensión económica. En Brasil este fatalismo cunde masivamente tanto en el ámbito laboral como en el académico. Cuando sostengo que no podemos aceptar que treinta millones de brasileños y brasileñas estén muriendo de hambre, la respuesta que suelo escuchar es: Paulo, es trágico, pero esta es la realidad. Este discurso es inmoral y absurdo. La realidad no es así, la realidad está así. Y está así no porque ella quiera, ninguna realidad es dueña de sí misma, esta realidad está así porque estando así sirve a determinados intereses de poder. Nuestra lucha es por cambiar esta realidad y no acomodarnos a ella. Este fatalismo posmoderno no existía antes, es una connotación fundamental del discurso neoliberal que debe ser combatida con firmeza. Debemos estar en guardia, muy atentos, levantarnos el martes y preguntarnos si no nos entregamos al fatalismo el lunes. El otro punto a subrayar es que este fatalismo creó en la práctica educativa lo que llaman el pragmatismo neoliberal, que tanto en educación popular como en educación sistemática puede resumirse en una frase que algunos de ustedes ya habrán oído y que dice por ejemplo: “Paulo Freire fue” ¿Y por qué Paulo Freire fue? Precisamente por la dimensión utópica de su pensamiento. Paulo Freire fue porque mantiene esa posición de esperanzada y utópica que en otras partes ya no existe. ¿Y en qué consiste este pragmatismo neoliberal? En no hablar más de la formación sino del entrenamiento técnico y científico de los educadores. Por ejemplo, la facultad de medicina debería entrenar bien a los cirujanos, a los clínicos, cada cual en su especialidad. Y la educación popular, siempre según esta visión, debería capacitar a los artesanos, no formarlos. Este discurso echa mano también de la palabra ciudadanía, pero la limita a la buena capacitación para producir. Para nosotros el buen ciudadano es el buen hombre o la buena mujer, y solo si son buenos hombres y buenas mujeres podrán ser luego buenos médicos y buenos artesanos. Somos gente antes que especialistas. Mi pedagogía sigue siendo una pedagogía de “gentificación”, de la “gentitud”, apunta a formar buenas personas y no solamente especialistas. Ésta es la posición que debemos asumir para frenas y derrotar avanzada ideológica del neoliberalismo.

En el seno de este modelo, que no solo pretende excluir las clases populares sino también buena parte de la clase media, ¿no cree que en el futuro la lucha de clases se dará por la apropiación del conocimiento?

En primer lugar, los discursos de la llamada posmodernidad hablan de las muerte de las ideologías, pero sucede que solo hay manera de matar la ideología y es ideológicamente. Estos semidiscursos sostienen por ejemplo, que las clases sociales se acabaron. Bien, Ahora pregunto ¿Se acabó la explotación? SI me contestan que sí, que la explotación se acabó, pido que muestren el sitio del mundo donde esto sucedió. No pueden, lamentablemente la explotación sigue, siguen las clases sociales, una explotadora y otra explotada. La explotación es casi tan vieja como la especie humana. Siguiendo con el tema de las clases sociales, no importan que hoy tengan este u otro nombre, las clases sociales son un producto histórico y como tales cambian históricamente.  Es más fácil percibir la existencia de clases sociales en Sao Paulo que en Ginebra, pero esto no autoriza decir que no hay clases sociales en Ginebra. Es suficiente un análisis bien hecho y en cinco minutos identificamos las clases sociales en Ginebra. Un día, un debate universitario sobre la existencia o no de las clases sociales, dije en Brasil: un buen ejercicio para poder comprender si hay o no clases sociales, es comparar esta universidad donde estamos, con una cualquiera de los Estados Unidos. Obviamente, históricamente, las clases sociales cambian, pero siguen existiendo. Esto es lo que creo. Pero al mismo tiempo no tengo ninguna duda de que más temprano de lo que muchos piensan, los hombres y las mujeres del mundo van reinventado las maneras nuevas de pelear, que ni no podemos imaginar ahora. Recientemente hubo en Berlín un encuentro de cientistas europeos para discutir una alternativa a partir de la situación de Chiapas. Fue un encuentro lleno de vida, de esperanzas y de rebeldía, en las antípodas del neoliberalismo. Allí sostuve que hoy ya podemos percibir que nuevas formas de rebeldía han de ser inventadas. Yo no tengo dudas de que este proceso de rehumanización, de “gentificación” se va a dar.

En el marco de este fatalismo neoliberal, ¿Cuáles son sus reflexionescon respecto a la educación popular?

En mi opinión hay toda una constelación de cuestiones políticas y pedagógicas que deberíamos estar afrontando en el campo estratégico de lo que llamamos “educación popular”.

Esta cuestión del inmovilismo-fatalismo es obviamente una de ellas. A fines de los años cincuenta popularicé una palabra extraña: “concientización”. Ya aclaré varias veces que no soy el creador de este concepto, pero me siento responsable de la comprensión político-pedagógica-epistemológica del mismo. Una de mis preocupaciones fundamentales, ya entonces, fue considerar a la concientización como una postura más radical de entender el mundo, si se la compara con la postura que comúnmente definimos como toma de conciencia. En otras palabras, la concientización pasa por la toma de conciencia pero la profundiza. Cuando yo intenté este esfuerzo tenía en mente justamente la cuestión de fatalismo. Pretendía combatir las posiciones inmovilizantes e inmovilizadoras del fatalismo campesino, que frente a una situación de explotación, generalmente busca una razón de ser de esa situación fuera de la historia, la ubica en el deseo de Dios, como consecuencia de sus pecados o destino. Me preguntaba cómo hacer para que los grupos populares fatalistas pudieran percibir, que en última instancia, la cultura es la creación del hombre y la mujer, de su acción, de su imaginación sobre un mundo qoe nosotros no inventamos, que encontramos hecho. Recuerdo que para afrontar esta cuestión, me pareció importante profundizar críticamente el tema de la cultura. Y decir: Si hemos sido capaces de cambiar el mundo natural, que no hicimos, que ya estaba hecho, si mediante nuestra intervención hemos sido capaces de agregar algo que no existía, ¿cómo no vamos a ser capaces de cambiar el mundo que hicimos, el mundo de la cultura, de la política, de la explotación y de las clases sociales? Planteado de este modo, el problema de la cultura provocó un shock. He citado algunas de las reacciones en mis libros. Por ejemplo, en Brasilia, en la penumbra de un Centro de cultura, un barrendero escuchó paralizado las para el inimaginadas facetas del tema de la cultura, tomó la palabra y proclamó: a partir de mañana voy entrar a mi trabajo con la frente alta. Nunca voy a olvidar su reacción. Ahora tenía esperanzas. Con sus palabras ahora me decía dos cosas: por un lado, hice el esfuerzo, entendí, y por el otro, voy a entrar con la frente alta, con mi dignidad recuperada pues puede cambiar la realidad. Otro caso fantástico fue el de una mujer, orgullosa, levantando un vaso de arcilla que había hecho, y proclamando: es de mi cultura. Mediante la concientización el fatalismo se desmorona. Por eso, cuando hoy en día los pragmáticos del neoliberalismo dicen: Paulo Freire fue, yo les digo sin enojo pero con absoluta convicción: no, Paulo Freire no fue, Paulo Freire sigue siendo. Y sigo siendo porque la historia está ahí, esperando que hagamos algo por ella, esperando que enfrentemos este fatalismo neoliberal que inmoviliza, que sostiene por ejemplo, que el número de personas desempleadas en el mundo es una fatalidad de este fin de siglo. Esto lo están diciendo profesores universitarios, sociólogos, politólogos. ¿Cómo es posible que universitarios digan que el desempleo en el mundo es una fatalidad? ¿Qué leyeron? ¿Cómo razonan? No. No hay nada fatalisticamente determinado en el mundo de la cultura. 

Me preguntan sobre la educación popular y aquí mis propuestas no se apartan mayormente de lo que hacía en los años sesenta, es decir, trabajar con los grupos más necesitados, de las favelas, de las villas de emergencia, ayudar a la gente a comprender que no hay fatalismo en la conducta humana, que la historia la construimos nosotros y a su vez nos construye. Pero para que la historia nos construyera fue preciso que antes la construyéramos a ella. La historia no podría anticiparse a los hombres porque la historia es un producto cultural. Fue creando la historia que hombres y mujeres se hicieron en la historia. De manera que hay que volver a discutir este tema de la concientización del sujeto como hacedor de la misma. No hay momento más crucial que éste en la formación del sujeto autónomo. Y no hay momento más efectivo en el discurso neoliberal que aquel en el cual los sujetos se asumen a sí mismo como meros objetos porque consideran que esto es inevitable. Hay que pelear. Hay que combatir por todos los medios este fatalismo como paso previo a otra modificación posterior.

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